Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder
Los seres humanos se regodean en los espejismos propios y ajenos, y además disfrutan al construir un andamiaje de mentiras personales que les permite transitar por el mundo en la creencia de que las actividades sociales y políticas dejaron de ser la disputa por el poder, para convertirse en espacios abiertos a la discusión y la preservación de las libertades básicas.
No es verdad. El ser humano es fiel a sus contadas fortalezas y múltiples y diversificadas debilidades, pues de otra manera no se entiende la amplísima corrupción que facilita, en México y en el mundo, el tráfico de estupefacientes, de humanos, de armas, de profesionales, de conciencias; tampoco se entiende el terrorismo, el secuestro y la tortura si no se comprende ni se acepta que cambian las siglas, los nombres, las formas y los procedimientos de hacer siempre lo mismo para conservar el poder unos, otros para expoliar, otros más para dedicarse a la trata, por mencionar algunas de las actividades hoy a la moda, por ser altamente rentables, mucho más lucrativas que las profesiones liberales.
No debe causar alarma entonces, que personas como Alfonso Navarrete Prida, diputado federal e integrante de la Comisión de Seguridad, dé la voz de alarma y advierta que la delincuencia organizada sigue creciendo en la zona centro del país, y también evoluciona hacia formas de defensa con base social que pudieran desembocar en la creación de una especie de narcoguerrilla, que opere en la zona metropolitana para combatir a bandas rivales y representantes de la autoridad.
El diputado priísta -inmersa su declaración en la refriega electoral- trata de orientar el voto cuando advierte: “existe gran riesgo de que la violencia registrada en las entidades que colindan con el Distrito Federal afecten a la capital mexicana; sin embargo, por el hecho de que en la ciudad de México se concentran las sedes de la Policía Federal y las Fuerzas Armadas es muy difícil que el crimen organizado rebase a las autoridades”; entonces, ¿para qué suscita desconcierto y alarma?
Por su parte, José Luis Piñeiro, especialista en seguridad nacional, pretende haber descubierto el hilo negro cuando es desde los años ochenta que los cárteles de la droga utilizan tácticas similares a las guerrillas, como son las células operativas de gran movilidad geográfica; no es producto de una estrategia reciente ese comportamiento para operar. La inteligente periodista María Idalia Gómez, en investigaciones realizadas a cuenta de El Economista, describe en los primeros noventa y con puntualidad, la manera de operar de los cárteles en México y el sur de Estados Unidos
Este investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), indica que hasta ahora en el Distrito Federal “no tenemos la violencia que se vive en otras entidades”, y el propio jefe de Gobierno, Marcelo Ebrard, reconoce que todos los grupos del crimen organizado tienen actividad en el Distrito Federal, pero también dio a entender que están bajo control, porque señaló que no se va a permitir una escalada de violencia como la que se vive en estados como Guerrero, Michoacán o Chihuahua.
Dicha aseveración nos obliga a preguntarnos qué se entiende por tener bajo control a los grupos del crimen organizado que operan en la ciudad de México, y nos motiva a saber si efectivamente hay manera de acotar y disminuir los niveles de delincuencia sin la necesidad de tanta violencia, tanta muerte, tanto degüello, tanta corrupción.
Sin embargo, la realidad indica que las reformas cambian las normas y reorientan las instituciones, pero son incapaces de modificar el comportamiento del ser humano, porque los números señalan que las ganancias de los delincuentes se incrementan tanto como las de las instituciones bancarias que operan en México y exportan el producto de la riqueza que se genera en el país.
No es nada más el monto de lo ganado lo que resulta insultante, sino la corrupción para lograrlo. Un estudio sobre el secuestro financiado y realizado por el CIDE, revela que el 59 por ciento de los secuestradores encarcelados que fueron encuestados, cree que con influencias o dinero habría librado cárcel; además, señala que el 40% de los policías judiciales pidió dinero a los secuestradores, algo que también hicieron en el 14% de los casos los funcionarios de la fiscalía, el 13% de custodios en la cárcel y, en los juzgados, el 7% de los secretarios de acuerdos y el 6% de los jueces. Concluye uno de los investigadores, Gustavo Fondevila, que el hecho de que los intentos de extorsión hayan llegado a los juzgados pone de manifiesto que, además de que los policías sean corruptos, “los jueces también lo son”.
La aseveración es temeraria, pero no por ello resulta menos inquietante, pues se conoce del proceder de los barones de las droga, de los delincuentes de poder económico sin límites, quienes cuando no compran las conciencias necesarias para operar y permanecer libres, simplemente las aniquilan
Los seres humanos se regodean en los espejismos propios y ajenos, y además disfrutan al construir un andamiaje de mentiras personales que les permite transitar por el mundo en la creencia de que las actividades sociales y políticas dejaron de ser la disputa por el poder, para convertirse en espacios abiertos a la discusión y la preservación de las libertades básicas.
No es verdad. El ser humano es fiel a sus contadas fortalezas y múltiples y diversificadas debilidades, pues de otra manera no se entiende la amplísima corrupción que facilita, en México y en el mundo, el tráfico de estupefacientes, de humanos, de armas, de profesionales, de conciencias; tampoco se entiende el terrorismo, el secuestro y la tortura si no se comprende ni se acepta que cambian las siglas, los nombres, las formas y los procedimientos de hacer siempre lo mismo para conservar el poder unos, otros para expoliar, otros más para dedicarse a la trata, por mencionar algunas de las actividades hoy a la moda, por ser altamente rentables, mucho más lucrativas que las profesiones liberales.
No debe causar alarma entonces, que personas como Alfonso Navarrete Prida, diputado federal e integrante de la Comisión de Seguridad, dé la voz de alarma y advierta que la delincuencia organizada sigue creciendo en la zona centro del país, y también evoluciona hacia formas de defensa con base social que pudieran desembocar en la creación de una especie de narcoguerrilla, que opere en la zona metropolitana para combatir a bandas rivales y representantes de la autoridad.
El diputado priísta -inmersa su declaración en la refriega electoral- trata de orientar el voto cuando advierte: “existe gran riesgo de que la violencia registrada en las entidades que colindan con el Distrito Federal afecten a la capital mexicana; sin embargo, por el hecho de que en la ciudad de México se concentran las sedes de la Policía Federal y las Fuerzas Armadas es muy difícil que el crimen organizado rebase a las autoridades”; entonces, ¿para qué suscita desconcierto y alarma?
Por su parte, José Luis Piñeiro, especialista en seguridad nacional, pretende haber descubierto el hilo negro cuando es desde los años ochenta que los cárteles de la droga utilizan tácticas similares a las guerrillas, como son las células operativas de gran movilidad geográfica; no es producto de una estrategia reciente ese comportamiento para operar. La inteligente periodista María Idalia Gómez, en investigaciones realizadas a cuenta de El Economista, describe en los primeros noventa y con puntualidad, la manera de operar de los cárteles en México y el sur de Estados Unidos
Este investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), indica que hasta ahora en el Distrito Federal “no tenemos la violencia que se vive en otras entidades”, y el propio jefe de Gobierno, Marcelo Ebrard, reconoce que todos los grupos del crimen organizado tienen actividad en el Distrito Federal, pero también dio a entender que están bajo control, porque señaló que no se va a permitir una escalada de violencia como la que se vive en estados como Guerrero, Michoacán o Chihuahua.
Dicha aseveración nos obliga a preguntarnos qué se entiende por tener bajo control a los grupos del crimen organizado que operan en la ciudad de México, y nos motiva a saber si efectivamente hay manera de acotar y disminuir los niveles de delincuencia sin la necesidad de tanta violencia, tanta muerte, tanto degüello, tanta corrupción.
Sin embargo, la realidad indica que las reformas cambian las normas y reorientan las instituciones, pero son incapaces de modificar el comportamiento del ser humano, porque los números señalan que las ganancias de los delincuentes se incrementan tanto como las de las instituciones bancarias que operan en México y exportan el producto de la riqueza que se genera en el país.
No es nada más el monto de lo ganado lo que resulta insultante, sino la corrupción para lograrlo. Un estudio sobre el secuestro financiado y realizado por el CIDE, revela que el 59 por ciento de los secuestradores encarcelados que fueron encuestados, cree que con influencias o dinero habría librado cárcel; además, señala que el 40% de los policías judiciales pidió dinero a los secuestradores, algo que también hicieron en el 14% de los casos los funcionarios de la fiscalía, el 13% de custodios en la cárcel y, en los juzgados, el 7% de los secretarios de acuerdos y el 6% de los jueces. Concluye uno de los investigadores, Gustavo Fondevila, que el hecho de que los intentos de extorsión hayan llegado a los juzgados pone de manifiesto que, además de que los policías sean corruptos, “los jueces también lo son”.
La aseveración es temeraria, pero no por ello resulta menos inquietante, pues se conoce del proceder de los barones de las droga, de los delincuentes de poder económico sin límites, quienes cuando no compran las conciencias necesarias para operar y permanecer libres, simplemente las aniquilan
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