¿A QUIÉN DEBEMOS culpar por la ley anti-inmigrantes de Arizona, que será uno de los principales temas a tratar en las reuniones Obama-Calderón en Estados Unidos a partir de hoy? ¿A la gobernadora Jan Brewer, quien la firmó? ¿A los Tea Parties que han arrastrado a la política estadounidense hacia la extrema derechización? ¿Al Congreso de los EU, que ha dejado pasar tres años sin actuar sobre la reforma migratoria? Palabras más o menos –en una traducción que es propia de este escribidor– estas preguntas son formuladas por Bryan Curtis, articulista del The Daily Beast, uno de los blogs políticos más visitados –con más de tres millones de lectores diarios– en el vecino país del norte.
Todos ellos tienen responsabilidad. La gobernadora, la derecha y la omisión del Capitolio. Pero, escribe Curtis, también hay que enfocar a un personaje que hasta ahora ha escapado al escrutinio público en este tema. De la ley anti-inmigrante también es responsable Felipe Calderón.
Y explica que la guerra de Calderón contra las drogas, ahora en su cuarto año de oscilaciones, ayudó a convertir la frontera México-Estados Unidos en un matadero sangriento, con secuestros, torturas y decapitaciones. Usted puede dibujar una línea recta entre el clima de la frontera del terror y el oportunismo político en Arizona.
Cita Curtis al investigador social John M. Ackerman: “El fracaso de Calderón (en México) ha creado una situación de sobre reacción (en Arizona) totalmente injustificado”.
Curtis hace un parangón de esta dizque guerra, con la que en su momento emprendió la policía neoyorquina cuando actuó a la vez en contra las cinco familias que controlaban el crimen organizado en la llamada Urbe de Hierro.
Calderón es una figura extraña para situarse en la encrucijada de la historia. Es conocido por los estadounidenses como “el Elliot Ness” mexicano, luego de que así lo calificara –quién sabe si con sorna—Barack Obama.
Sin embargo, escribe Curtis, su presidencia es casi un accidente. En julio de 2006, el ex secretario de Energía se ganó el puesto por apenas 0,58 por ciento de los votos sobre su oponente liberal, Andrés Manuel López Obrador. El circo que siguió hizo que el recuento de Florida en 2000 (Gore Vs. Bush) pareciera un hipo de menor importancia…
Por tal fue que, explica el colaborador de The Daily Beast a sus lectores, Calderón hizo algo audaz: declaró la guerra al narco. A todos al mismo tiempo.
“Calderón soltó al Ejército, porque ganó por un margen muy escaso”, dice Charles Bowden, autor de Murder City: Ciudad Juárez y la Nueva Economía Global. Los gritos del silencio.
Curtis apunta, asimismo, que el intenso nacionalismo de los mandamases del ejército hizo que resistieran a la cooperación que en materia de inteligencia brindaba EU, dice George W. Grayson, el autor de México: ¿Narco-violencia y un Estado Fallido?. “El ejército es mucho más insular y parroquial,” dice Grayson, “y no le gusta tomar el consejo de los gringos, no importa cuán diplomática y sutil pueda ser el asesoramiento.”
La guerra de Calderón, inevitablemente, se trasladó a las ciudades y pueblos a lo largo de la frontera México-Estados Unidos, que las bandas de narcotraficantes utilizan como escenario para mover sus productos hacia el norte. En 2009, Calderón envió a 10 mil soldados a Ciudad Juárez, que se encuentra cruzando el Río Grande de El Paso, Texas. A pesar de la ocupación militar, la ciudad es un campo de “matanza” –más de 2 mil 700 personas fueron asesinadas en Ciudad Juárez el año pasado. Las ciudades fronterizas, según Calderón, se convirtieron en zonas de guerra…
Los residentes de los estados fronterizos como Arizona estaban aterrorizados, comprensiblemente, pues una guerra feroz se libraba a pocos kilómetros de distancia…
Por tal, la guerra de Calderón ha dado un nuevo peso a una idea política de gran alcance: que la frontera entre Estados Unidos y México es una Línea Maginot que se encuentra entre los estadounidenses y un gran mal, una amenaza sombría que mata, tortura, decapita a los gringos. En su esfuerzo por acabar con las pandillas de drogas de México, Calderón se anota una especie de golpe de Estado: de alguna manera convirtió a la frontera un punto de inflamación política más fuerte.
Por eso, cuando a Calderón le preguntaron sobre la SB1070 el mes pasado, la condenó y calificó como “discriminación racial.” Tiene razón. También podría considerar lo que él hizo para llevarla a cabo.
Índice Flamígero: La docta opinión del psicoanalista social José Antonio Lara, sobre la “desaparición” de Diego Fernández de Cevallos: “Telenovela: se ha magnificado al personaje hasta llevarlo a una condición de héroe. Políticos, periodistas, hablan de DFC cual si hablaran de un actor. Narran sus fanfarronerías convertidas hoy en anécdotas de un personaje al cual se le atribuyen fantasías y deseos de macho, de hombre de carácter, de fuerte y recio… Secuestro o no, lo que se observa es cómo se comparte el desequilibrio mental con un sujeto de obscuro pasado y presente al que se convierte en mártir… Parece campaña política, donde se está ensayando lo que yo denomino propaganda de muerte, es decir, ante el hartazgo social de la clase política y de su propaganda, ahora la clase política prueba la eficacia de un tipo de propaganda en donde se le apuesta al manipuleo descarado de las emociones partiendo de cosas que lastiman a la sociedad, tales como el secuestro y el asesinato, este tipo de propaganda es perversa, y psicópata, son capaces de matar en aras de la publicidad…"
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