COMO CASI SIEMPRE sucede en estos casos, la amarga experiencia por la que durante más de una semana ha atravesado la familia de Diego Fernández de Cevallos ha producido una lección que los mexicanos debemos aprender: Si queremos que las cosas salgan bien, debemos pedir, exigir, que Felipe Calderón y su estupendo (jejeje) equipo de colaboradores, saquen las manos, no se entrometan, se coloquen atrás de la raya, pues mientras ellos grillan quién se queda con los despojos del PAN, hacen cuentas de lo ma-ra-vi-llo-sa-men-te bien que les fue en Washington, y de paso juegan una “cascarita” futbolera con el consabido “desempance”… el resto de los mexicanos sí estamos trabajando.
Atrás de la raya, les escribió el primogénito del ¿todavía desaparecido? ex senador queretano, Diego Fernández de Cevallos: “solicitamos encarecidamente que se mantengan al margen de este proceso, para así favorecer la negociación, anteponiendo la vida e integridad de nuestro padre”.
Y le hicieron caso, por fortuna La PGR ya anunció –¡uf, qué bueno!– que adoptará el papel que mejor le sienta y que prácticamente siempre ha interpretado de forma magistral: el del “Tío Lolo”.
Exactamente lo mismo debemos pedir haga el ocupante de Los Pinos: encarecidamente, que se mantenga al margen de nuestra seguridad y economía, para así favorecer el desarrollo de nuestras ahora miserables vidas.
No sólo eso, que gire instrucciones –algo que les gusta decir, aunque no hacer, a todos aquellos que en algún momento habitan en la casa embrujada que es Los Pinos–, para que su muchachito Rafael Ruiz Mateos deje de intervenir en los procesos económicos internos y con el extranjero, que así sin él, solitos, a los mexicanos nos iba antes muy bien.
Ponga a raya su encargado de asuntos hacendarios y financieros, quien aproximadamente cada mes nos sale con que no le alcanza y, por tal, nos endereza uno tras otro “gasolinazo”. Y si es cierto que Ernesto Cordero es su “delfín” –¿o ya el del fin del panismo tan esperado?–, propínele un manotazo cada ocasión que siquiera intente llevarle a firma un nuevo proyecto para incrementar impuestos, para alzar las tarifas eléctricas y hasta las de peaje y, sobre todo, las de los precios de los combustibles.
Que haga lo mismo con el altanero Javier Lozano Alarcón. Ya “párele los tacos”, señor Calderón, pues si usted ni siquiera intenta sentar las bases para crear empleos cual prometía y prometía hace apenas 30 y tantos meses, que su secretario del cero Trabajo y la nula Prevención Social no lo caliente para que, de un auténtico plumazo, le dé en la torre a casi 50 mil trabajadores de la Compañía de Luz.
¡Atrás de la raya!, asimismo, debe colocarse al titular de la (in)Seguridad Pública Federal. ¿No se ha dado cuenta, señor Calderón, de la trampa en la que lo metió el fullero García Luna? Miles y miles de muertos para nada. El negocio sigue floreciente, más fuerte que nunca. ¡Cuánto le apuesto a que si cambia de estratega (sic) y de estrategias podrá obtener mejores resultados! Por lo pronto, si no quiere usted cambiar –cual le sucede a todos quienes enferman de sus sentimientos y emociones presentando síntomas a través de una adicción– mantenga a raya a su secretario de la SS federal. Ya habrá tiempo para, más tarde, ponerlo en traje de rayas.
Mantenga quietecito, también, a su cuate el secretario de Desarrollo Social, para que deje de hacer proselitismo a favor del PAN con recursos fiscales, cual lo ha venido desplegando ahora en todas las entidades donde se desarrollan procesos electorales. Que no se meta. De nada sirve. No’más piense en lo que acaba de suceder en Mérida, donde la coacción no alcanzó siquiera para conservar la plaza.
Ya no se entrometan, por favor. Saquen sus manos ¿limpias? de nuestras vidas. ¡Atrás de la raya, que los mexicanos sí estamos trabajando!
Índice Flamígero: “La tendencia narcisista patológica del político mexicano fue muy bien explotada por los legisladores estadounidenses. Sabedores de la necesidad ególatra del hombre de poder en México, aplaudieron una veintena de veces a Felipe Calderón. Igual que se hace en las fiestas en donde una persona juega a divertir a los otros, y estos otros le aplauden para seguir motivando su conducta bufonesca… Mientras el orador ofrecía su discurso, en México se asesinaba gente con pistolas vendidas por los aplaudidores. Mientras el aplaudido recibía con satisfacción los aplausos, en la comunidad triqui de Copala, en Oaxaca, se asesinaba a un líder civil y a su esposa. Calderón pronunció su discurso en la lengua madre de aquel país: su sumisión empezó con el lenguaje. Después los legisladores hicieron su parte, le aplaudieron y le hicieron creer que su discurso les emocionó y les provocó reflexiones serias. Sin embargo, ni reflexiones ni nada. Al final del aplausómetro, el orador se regresa con las manos vacías y con la idea fantasiosa de que fue escuchado por los de aquel país, se regresa preguntando si su ingles fue fluido y con buena pronunciación, sus asesores seguramente le tendrán preparado un curso intensivo para estar mejor la próxima vez. Esa tendencia del Mexicano por quedar bien, por ser aceptado a toda costa, quedó de manifiesto de manera descarada en el congreso estadounidense… Quien pierde la dignidad pierde todo”. Es la opinión del doctor psicoanalista social José Antonio Lara Peinado.
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