El año pasado, altos funcionarios de Estados Unidos se sinceraron con un grupo de mexicanos. “Tenemos tres años para combatir el narcotráfico en México”, dijo uno de ellos, refiriéndose al apoyo que le estaban dando al presidente Felipe Calderón, “porque si no lo hacemos, el PRI regresará al poder y todo lo que hemos hecho se irá por la borda”. Para ellos, Calderón hacía lo que les hubiera gustado que se hiciera durante décadas en México, y les alarma que la eventual llegada del PRI a Los Pinos traería también de regreso el status quo que se vivía: no combatían a los narcos, administraban el fenómeno. Ese narco Estado pacífico, ya no es tolerable para Washington.
De esa preocupación nace el respaldo al presidente Calderón para enfrentar a los cárteles de las drogas, y las alternativas propuestas al gobierno mexicano, algunas de las cuales ya fueron rechazadas, como el que hubiera una especie de corrimiento fronterizo en Ciudad Juárez, para generar una zona franca en esa zona y que no se afectara el intercambio comercial con las maquiladoras. También hay una creciente presión para que agentes de inteligencia estadounidenses actúen en campo con aquellas contrapartes mexicanas que ellos autoricen, y que se permita al Ejército o a fuerzas armadas privadas -que hoy operan en Irak y Afganistán-, realizar acciones en territorio mexicano.
Washington ha estado enviando mensajes para debilitar al gobierno de Calderón, argumentando que cuando menos en la frontera norte mexicana se puede alegar que ya existe un estado fallido y que el presidente Calderón va perdiendo la guerra. En la lógica de la preocupación en Estados Unidos el 12 de marzo, previo al viaje del gabinete de seguridad en pleno del presidente Barack Obama, encabezado por la secretaria de Estado, Hillary Clinton, llegó a México de manera secreta el director de la CIA, Leon Panetta, quien tuvo una agenda tan peculiar como insólita.
Uno de los objetivos fue llamarle la atención a varios miembros del gabinete mexicano para que dejaran de pelear entre ellos, en particular los secretarios de Defensa, Guillermo Galván, y de Marina, Francisco Saynez. A ambos les urgió que dejaran atrás las rencillas personales y trabajar coordinadamente, pues el enemigo no estaba dentro del gabinete de Calderón, les dijo, sino afuera. Igualmente reclamó al secretario de Hacienda, Ernesto Cordero, por lo que no hizo su antecesor Agustín Carstens, en materia de lavado de dinero, y le entregó 140 casos detectados en Washington para que sean seguidos en la dependencia a su cargo.
El jefe de la CIA, que ha tenido un estrecho contacto con México desde que fue bujía central en 1995 para que el entonces presidente Bill Clinton entregara un paquete de emergencia financiero al gobierno de Ernesto Zedillo bajo el argumento de salvaguardar la seguridad nacional, habló con el director del Cisen, Guillermo Valdés –que fue su encuentro más largo-. Con Valdés, dijeron las fuentes, revisó el estado de infiltración del narco en las áreas de poder. Funcionarios mexicanos admiten que las redes de protección institucional son amplias y alcanzan varios niveles de gobierno, las cuales no han podido ser desmanteladas por las redes de corrupción que lo impiden.
Panetta estuvo un día solamente en México, aterrizando en el aeropuerto de Cuernavaca y fue acompañado siempre por el embajador Carlos Pascual, experto en estados fallidos. Durante su breve estancia, visitó el bunker de la Secretaría de Seguridad Pública con Genaro García Luna, quien le mostró toda la plataforma tecnológica que tiene el gobierno para combatir delincuentes, y habló con el secretario del gabinete de Seguridad, Jorge Tello Peón, quien durante años fue el enlace oficial de la CIA en México.
El viaje de Panetta sirvió también para restablecer los conductos para hablar con el gobierno mexicano, que se habían debilitado por la pérdida de prominencia de Tello Peón y la salida del gabinete de Eduardo Medina Mora, considerado como un “activo” de la CIA. Para los estadounidenses, según fuentes de inteligencia, la reconstrucción de esos enlaces es fundamental. También fue muy claro, según quienes conocieron detalles de ese encuentro, de que si no trabajaban coordinadamente, no sólo México, sino Estados Unidos también, perdería terreno ante los cárteles de la droga.
Esta es la gran preocupación mostrada por los funcionarios estadounidenses en aquella reunión con un grupo de mexicanos, cuando hablaron del poco tiempo que queda para cambiar el estado de cosas, o regresar al pasado. No hay que olvidar que cuando los funcionarios hablan en Washington, no lo hacen con una voz. Si bien en las áreas políticas hay preocupación por la debilidad que notan en el gobierno de Calderón y sus eventuales sucesores, la balanza se ha mantiene inclinada más en el temor que un regreso del PRI a Los Pinos pueda revertir la lucha contra las drogas.
No hay confianza de que un gobernante priista pudiera realmente romper con el pasado cuando gobiernos de ese partido no sólo solaparon las actividades del narcotráfico, sino que permitieron que sus ganancias penetraran altas esferas del poder y corrompieran funcionarios de todos niveles. Funcionarios federales estadounidenses siguen apoyando a Calderón, pero no ven que su gobierno pueda frenar el avance del narcotráfico, particularmente en la frontera norte, donde están hablando ya públicamente de reveses.
Enviar equipo y dar capacitación policial, desarrollar programas sociales y económicos que respalden esa acción, es la ruta que están siguiendo públicamente. Fuera de la vista inquisidora, están integrando agentes en los centros de mando mexicanos en la lucha contra las drogas, comenzando a participar en acciones directas con fuerzas de seguridad mexicana, y explorando el envío de ejércitos privados fogueados en Asia y el Medio Oriente, para que hagan el trabajo sucio. Es decir, los términos en los cuales están viendo el combate en lo que resta del sexenio, son similares a los que plantean contra el terrorismo. No parece que los estadounidenses dejarán las cosas al azar en las próximas elecciones. Si el PRI gana, quieren haber revertido el viejo status quo de una manera tan profunda que sea imposible que se puedan volver a forjar los viejos pactos no escritos con el narcotráfico.
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