Martha Anaya / Crónica de Política
Oaxaca, Oax.- Ulises Ruiz presidía la gran mesa en la terraza del Terranova. Beatriz Paredes a izquierda, Manlio Fabio Beltrones a su derecha; ocho gobernadores en torno y un buen manojo de candidatos y políticos del PRI y del partido Verde se dejaban ver y se abrazaban.
Eran las once de la mañana de este domingo pero, así fuera en términos meramente formales, el reloj marcaba ya las horas regresivas para el actual gobernador de Oaxaca.
Unos kilómetros a distancia, Eviel Pérez Magaña –significativamente ausente de aquella mesa de poderosos priistas— apretaba el paso y se acercaba hacia la plaza donde habría de rendir protesta bajo un sol candente como candidato del PRI al gobierno del estado.
Pero entre tanto, Ulises se hacía sentir y se mostraba ante las cámaras rodeado de la clase política. Sí, él; el aún gobernado en funciones, saboreando las últimas gotas de miel, arrebatándoselas a sus propio delfín en un momento en que debió ya cederle los reflectores, pero no fue así. El rey aún se niega a morir.
Contaba uno de sus cercanos que hace unos días, caminando por la calle, la gente se acercó a saludar a Eviel y no al gobernador. Resultó aquello tan notorio y le dolió tanto al gobernador, que Ulises terminó llorando aquella noche frente algunos de sus colaboradores.
Y este domingo se la cobró. Por más que las huestes priistas y verdes corearon el nombre de Eviel durante el mitin de toma de protesta, Ulises Ruiz mostró, y demostró por si alguien tenía alguna duda, que el poder aún lo tiene él y que no lo dejará ir tan fácilmente.
Leían cabalmente aquel mensaje los oaxaqueños. Pero no sólo ellos, también aquellos que no tardarán en dejar sus gobiernos y aquellos que aspiran a sucederlos. Porque ambos grupos estaban ahí presentes en la terraza del restorán: los gobernadores de Veracruz, Campeche, San Luis Potosí, Sinaloa, Puebla, Tabasco, Durango. Y los precandidatos de Aguascalientes, Carlos Lozano; Durango, Jorge Herrera; Puebla, Javier López Zavala; Tamaulipas, Rodolfo Torres Cantú; Tlaxcala, Mariano González; Veracruz, Javier Duarte; Quintana Roo, Roberto Borge; Chihuahua, César Duarte, y de Hidalgo, Francisco Olvera.
La verdad es que aquella mesa –más todos los que estaban de pie de derredor– era de llamar la atención. Unidad aparentemente sólida (las patadas por debajo de la mesa son otra cosa). Mensaje visual, presencial y declarativo para Gabino Cué y la coalición PAN-PRD.
Y por supuesto, enojo. Ya lo expresaría vivamente la propia presidenta del PRI en su discurso durante el acto de toma de protesta de Eviel Pérez Magaña al reconocer la actitud de los precandidatos que se quedaron en el camino y comprender que, “si estamos juntos, no necesitamos alianzas espurias…, ¡nos hacen los mandados!”
Pero más allá del presídium y la gran mesa, corrían bromas y comentarios entre los propios priistas. Por allá, Beltrones asediado por los periodistas (tardó más de media hora en lograr sentarse a la mesa), Marco Antonio Bernal jugueteando con aquello de que Emilio Gamboa tenía que “ganarse el voto” de los cenopistas y asegurando que para este fin de mes lanzaría ya la convocatoria para su sucesión en la dirigencia de la CNOP.
Fernando Toranzo (gobernador de San Luis Potosí) narrando cómo hace unas semanas se topó con un par de balaceras en Tampico; a un lado, Héctor Hugo Olivares: “Ando cuidando a Toranzo para que no me invada Aguscalientes”, bromeaba. Y con ellos Mariano González Zarur riendo y soñándose ya con Tlaxcala en tanto Gómez Villanueva recordaba sus buenos tiempos junto con Samy David y Carlos Jiménez Macías.
La operación PRI en Oaxaca echaba a andar motores, los hacía rugir en el corazón de la capital, mientras Ulises Ruiz, por más que se aferraba al poder, veía cómo éste –así fuera débilmente– comenzaba a tomar otro camino.
Oaxaca, Oax.- Ulises Ruiz presidía la gran mesa en la terraza del Terranova. Beatriz Paredes a izquierda, Manlio Fabio Beltrones a su derecha; ocho gobernadores en torno y un buen manojo de candidatos y políticos del PRI y del partido Verde se dejaban ver y se abrazaban.
Eran las once de la mañana de este domingo pero, así fuera en términos meramente formales, el reloj marcaba ya las horas regresivas para el actual gobernador de Oaxaca.
Unos kilómetros a distancia, Eviel Pérez Magaña –significativamente ausente de aquella mesa de poderosos priistas— apretaba el paso y se acercaba hacia la plaza donde habría de rendir protesta bajo un sol candente como candidato del PRI al gobierno del estado.
Pero entre tanto, Ulises se hacía sentir y se mostraba ante las cámaras rodeado de la clase política. Sí, él; el aún gobernado en funciones, saboreando las últimas gotas de miel, arrebatándoselas a sus propio delfín en un momento en que debió ya cederle los reflectores, pero no fue así. El rey aún se niega a morir.
Contaba uno de sus cercanos que hace unos días, caminando por la calle, la gente se acercó a saludar a Eviel y no al gobernador. Resultó aquello tan notorio y le dolió tanto al gobernador, que Ulises terminó llorando aquella noche frente algunos de sus colaboradores.
Y este domingo se la cobró. Por más que las huestes priistas y verdes corearon el nombre de Eviel durante el mitin de toma de protesta, Ulises Ruiz mostró, y demostró por si alguien tenía alguna duda, que el poder aún lo tiene él y que no lo dejará ir tan fácilmente.
Leían cabalmente aquel mensaje los oaxaqueños. Pero no sólo ellos, también aquellos que no tardarán en dejar sus gobiernos y aquellos que aspiran a sucederlos. Porque ambos grupos estaban ahí presentes en la terraza del restorán: los gobernadores de Veracruz, Campeche, San Luis Potosí, Sinaloa, Puebla, Tabasco, Durango. Y los precandidatos de Aguascalientes, Carlos Lozano; Durango, Jorge Herrera; Puebla, Javier López Zavala; Tamaulipas, Rodolfo Torres Cantú; Tlaxcala, Mariano González; Veracruz, Javier Duarte; Quintana Roo, Roberto Borge; Chihuahua, César Duarte, y de Hidalgo, Francisco Olvera.
La verdad es que aquella mesa –más todos los que estaban de pie de derredor– era de llamar la atención. Unidad aparentemente sólida (las patadas por debajo de la mesa son otra cosa). Mensaje visual, presencial y declarativo para Gabino Cué y la coalición PAN-PRD.
Y por supuesto, enojo. Ya lo expresaría vivamente la propia presidenta del PRI en su discurso durante el acto de toma de protesta de Eviel Pérez Magaña al reconocer la actitud de los precandidatos que se quedaron en el camino y comprender que, “si estamos juntos, no necesitamos alianzas espurias…, ¡nos hacen los mandados!”
Pero más allá del presídium y la gran mesa, corrían bromas y comentarios entre los propios priistas. Por allá, Beltrones asediado por los periodistas (tardó más de media hora en lograr sentarse a la mesa), Marco Antonio Bernal jugueteando con aquello de que Emilio Gamboa tenía que “ganarse el voto” de los cenopistas y asegurando que para este fin de mes lanzaría ya la convocatoria para su sucesión en la dirigencia de la CNOP.
Fernando Toranzo (gobernador de San Luis Potosí) narrando cómo hace unas semanas se topó con un par de balaceras en Tampico; a un lado, Héctor Hugo Olivares: “Ando cuidando a Toranzo para que no me invada Aguscalientes”, bromeaba. Y con ellos Mariano González Zarur riendo y soñándose ya con Tlaxcala en tanto Gómez Villanueva recordaba sus buenos tiempos junto con Samy David y Carlos Jiménez Macías.
La operación PRI en Oaxaca echaba a andar motores, los hacía rugir en el corazón de la capital, mientras Ulises Ruiz, por más que se aferraba al poder, veía cómo éste –así fuera débilmente– comenzaba a tomar otro camino.
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