Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder
Al fin los políticos estadounidenses enseñaron la cola que tan celosamente guardaron cuando se empezó a ejercer presión sobre el gobierno mexicano, para que esta nación pusiera los muertos, padeciera la violencia y castigara su economía como consecuencias de la lucha contra los barones de la droga, en aras de un reordenamiento integral para asegurar la inserción de México al mundo global.
No es suposición ni aserto gratuito, lo dice el político y expresidente William Clinton, quien habló en el auditorio de la Universidad del Valle de México, con motivo de las celebraciones del 50 aniversario de esa institución educativa. Participar en el circuito de conferencistas prestigiados y hacerlo con este tipo de mensajes, es la mejor manera de participar en política una vez que se jubilan después de ejercer el poder.
Fue muy claro: México no puede solucionar el problema del narcotráfico; Estados Unidos tampoco puede protegerse solo, pues hay una interdependencia entre los dos países; explicó que combatir a los narcotraficantes es un problema casi sin solución, pero que se debe enfrentar. Advirtió: “es virtualmente imposible, en cualquier parte del mundo, acabar con todos los enemigos; es algo dificilísimo de hacer. Necesitamos un plan integral que vaya más allá de la ayuda a México para que se defienda mejor”. Consideró que el esquema de combate no puede apostarle todo al éxito de la confrontación militar.
Anticipó que es muy posible que del Plan Mérida se evolucione a un “Plan México”, como mecanismo efectivo para combatir al hampa, y afirmó que la secretaria de Estado Hillary Clinton ya lo propuso al gobierno mexicano, porque el Congreso estadounidense ya está enterado y debate el tema; consideró que México tiene un “feroz sentido de independencia”, por lo que un plan de trabajo conjunto para acabar con la inseguridad debe ser creado por los mexicanos. Afirmó que no debe pensarse que Estados Unidos interviene en asuntos internos mexicanos.
Si consideramos en nuestra reflexión la ley firmada por Jan Brewer, la conferencia de Carlos Pascual pronunciada en Monterrey hace ocho días, y lo dicho por William Clinton el sábado, podremos apreciar que son hechos distintos de un mismo proyecto: impulsar la integración de México en la globalización.
Sin embargo, hay observaciones que debieran servir de prevención a los políticos mexicanos para su toma de decisiones. La cita de Juan José Saer es larga, pero oportuna y necesaria para que comprendamos que a la vuelta de la esquina lo mismo nos aguarda el futuro, que nos sorprende lo inesperado.
Escribe Saer: “… Europa debía unificarse en nombre de una tradición común, haciendo prevalecer ante la inminente barbarie, ciertos valores humanos que serían la esencia de Occidente. Pero hay que reconocer que en la actualidad, la unificación de Europa es principalmente expresada en términos de voluntad de poder y de competencia mercantil y tecnológica, y que la barbarie misma que se quería neutralizar se ha vuelto el modelo de sus aspiraciones… pero todo esto no es un problema de personas, sino de tendencias globales de la sociedad, y habría que preguntarse si tantos esfuerzos aislados y sinceros por crear una nueva antropología, capaz de realizar la síntesis de las contradicciones presentes de la especie humana, tiene alguna posibilidad de modificar de modificar esas tendencias generales. Todo parecería indicar lo opuesto: el fascismo ordinario se percibe ya en el discurso de ciertos dirigentes, muchos de los cuales han luchado contra el fascismo en su juventud, y, como sistema económico, en todos los países, aun en los que gobiernan los socialistas e incluso los neocomunistas, se nos sirve ese guiso recalentado, el liberalismo, que sólo un gángster podría aplicar al pie de la letra y que, inversamente, convertiría automáticamente en gángster a quienquiera lo llevase hasta sus últimas consecuencias, así se trate del panadero de la esquina”.
No le demos vueltas. México está inmerso en una transformación sin precedentes. Ésta incluye la modificación de hábitos y costumbres, de creencias arraigadas y fe religiosa, de la manera de hacer negocios, de procurar e impartir justicia, de mentir y observar la verdad con nuevos ojos. ¿Cuánto tardará en concluirse la síntesis de puritanismo sajón y catolicismo latino, para modificar usos y costumbres sociales y modos de hacer política? ¿Será un logro, o un fracaso? No lo sabemos, porque antes hay que concluir la guerra a la delincuencia organizada como condición ineludible para insertar a esta patria en la globalización.
Poca importancia tendrá la respuesta del secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, quien criticó los esfuerzos que realiza Estados Unidos en la lucha contra el crimen organizado, al afirmar que ese país debería asumir su vergüenza de vender armamento con el que luego se asesina a mexicanos de este lado de la frontera, ni su rechazo a la propuesta del ex presidente Bill Clinton para diseñar en México una estrategia anticrimen similar al Plan Colombia.
El proyecto no es nuestro, pero tampoco tiene México el poder político y económico para rechazarlo.
Al fin los políticos estadounidenses enseñaron la cola que tan celosamente guardaron cuando se empezó a ejercer presión sobre el gobierno mexicano, para que esta nación pusiera los muertos, padeciera la violencia y castigara su economía como consecuencias de la lucha contra los barones de la droga, en aras de un reordenamiento integral para asegurar la inserción de México al mundo global.
No es suposición ni aserto gratuito, lo dice el político y expresidente William Clinton, quien habló en el auditorio de la Universidad del Valle de México, con motivo de las celebraciones del 50 aniversario de esa institución educativa. Participar en el circuito de conferencistas prestigiados y hacerlo con este tipo de mensajes, es la mejor manera de participar en política una vez que se jubilan después de ejercer el poder.
Fue muy claro: México no puede solucionar el problema del narcotráfico; Estados Unidos tampoco puede protegerse solo, pues hay una interdependencia entre los dos países; explicó que combatir a los narcotraficantes es un problema casi sin solución, pero que se debe enfrentar. Advirtió: “es virtualmente imposible, en cualquier parte del mundo, acabar con todos los enemigos; es algo dificilísimo de hacer. Necesitamos un plan integral que vaya más allá de la ayuda a México para que se defienda mejor”. Consideró que el esquema de combate no puede apostarle todo al éxito de la confrontación militar.
Anticipó que es muy posible que del Plan Mérida se evolucione a un “Plan México”, como mecanismo efectivo para combatir al hampa, y afirmó que la secretaria de Estado Hillary Clinton ya lo propuso al gobierno mexicano, porque el Congreso estadounidense ya está enterado y debate el tema; consideró que México tiene un “feroz sentido de independencia”, por lo que un plan de trabajo conjunto para acabar con la inseguridad debe ser creado por los mexicanos. Afirmó que no debe pensarse que Estados Unidos interviene en asuntos internos mexicanos.
Si consideramos en nuestra reflexión la ley firmada por Jan Brewer, la conferencia de Carlos Pascual pronunciada en Monterrey hace ocho días, y lo dicho por William Clinton el sábado, podremos apreciar que son hechos distintos de un mismo proyecto: impulsar la integración de México en la globalización.
Sin embargo, hay observaciones que debieran servir de prevención a los políticos mexicanos para su toma de decisiones. La cita de Juan José Saer es larga, pero oportuna y necesaria para que comprendamos que a la vuelta de la esquina lo mismo nos aguarda el futuro, que nos sorprende lo inesperado.
Escribe Saer: “… Europa debía unificarse en nombre de una tradición común, haciendo prevalecer ante la inminente barbarie, ciertos valores humanos que serían la esencia de Occidente. Pero hay que reconocer que en la actualidad, la unificación de Europa es principalmente expresada en términos de voluntad de poder y de competencia mercantil y tecnológica, y que la barbarie misma que se quería neutralizar se ha vuelto el modelo de sus aspiraciones… pero todo esto no es un problema de personas, sino de tendencias globales de la sociedad, y habría que preguntarse si tantos esfuerzos aislados y sinceros por crear una nueva antropología, capaz de realizar la síntesis de las contradicciones presentes de la especie humana, tiene alguna posibilidad de modificar de modificar esas tendencias generales. Todo parecería indicar lo opuesto: el fascismo ordinario se percibe ya en el discurso de ciertos dirigentes, muchos de los cuales han luchado contra el fascismo en su juventud, y, como sistema económico, en todos los países, aun en los que gobiernan los socialistas e incluso los neocomunistas, se nos sirve ese guiso recalentado, el liberalismo, que sólo un gángster podría aplicar al pie de la letra y que, inversamente, convertiría automáticamente en gángster a quienquiera lo llevase hasta sus últimas consecuencias, así se trate del panadero de la esquina”.
No le demos vueltas. México está inmerso en una transformación sin precedentes. Ésta incluye la modificación de hábitos y costumbres, de creencias arraigadas y fe religiosa, de la manera de hacer negocios, de procurar e impartir justicia, de mentir y observar la verdad con nuevos ojos. ¿Cuánto tardará en concluirse la síntesis de puritanismo sajón y catolicismo latino, para modificar usos y costumbres sociales y modos de hacer política? ¿Será un logro, o un fracaso? No lo sabemos, porque antes hay que concluir la guerra a la delincuencia organizada como condición ineludible para insertar a esta patria en la globalización.
Poca importancia tendrá la respuesta del secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, quien criticó los esfuerzos que realiza Estados Unidos en la lucha contra el crimen organizado, al afirmar que ese país debería asumir su vergüenza de vender armamento con el que luego se asesina a mexicanos de este lado de la frontera, ni su rechazo a la propuesta del ex presidente Bill Clinton para diseñar en México una estrategia anticrimen similar al Plan Colombia.
El proyecto no es nuestro, pero tampoco tiene México el poder político y económico para rechazarlo.
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