¿Qué hacer con Calderón?

Francisco Rodríguez / Índice Político

USTED LO SABE: Un estadista es un hombre que más allá de sólo dirigir un Estado, planea para formarlo o mejorarlo. Un estadista define o redefine, con leyes, la estructura de un Estado no solo políticamente sino económica y financieramente: mejora las condiciones sociales al ir tras el empleo pleno, los salarios verdaderamente remuneradores, la salud, la educación, la vivienda.

Sabe usted también que se habla de un estadista en la historia cuando bajo su gobierno el Estado se reestructuró y llegó a ser estable. Cuando el gobernante enfrentó dificultades y, al lado de sus gobernados, consiguió superarlas.

Un estadista sobresale por su don de mando con el que guía, fija rumbo y brinda dirección. Un estadista conduce con autoridad al amparo de su jerarquía. Un estadista se hace merecedor de la confianza de la población por su manejo al frente del timón.

Nada de eso hay ahora en México.

Por el contrario. Cada discurso, una tras otra acción del señor Felipe Calderón, sólo denotan titubeos e inyectan incertidumbre social.

Quienes en el 2006 y los meses inmediatamente posteriores le apoyaron son hoy los primeros en mostrar no nada más su desencanto, incluso su zozobra ante el muy largo lapso que aún resta –32 meses– a Calderón cual ocupante de Los Pinos. Cualquier cosa puede pasar –y no necesariamente buena– en esos casi mil días.

Y aunque ya son muchos millares, relativamente aún son muy pero muy pocos los mexicanos que han conseguido literalmente escapar o huir del país, ahora que la inseguridad, la ausencia de oportunidades, el enseñoreo de la corrupción gubernamental, los incontenibles abusos de la banca extranjera y las empresas privadas, pero, sobre todo, de la mediocridad, la ineficiencia y las acciones fallidas de la Administración que son el pan nuestro de cada día.

Esta dramática situación se agrava todavía más por la tibieza con la que las oposiciones hacen frente a Calderón. No sólo le han dejado sueltas las manos, cuando por malas artes y con apenas un 0.6% de los votos emitidos –el famoso “haiga sido como haiga sido”– se convirtió en ocupante de Los Pinos, incluso le siguen el juego, los priístas; o se alían electoralmente con él, los caricaturizados perredistas.

La sociedad, así, se halla en práctico estado de indefensión.

¿Qué hacer con Calderón?

¿Qué hacer con un tipo que habla y actúa con ligereza cuando sus palabras y sus hechos deberían ser de lo más sólidas?

Calderón ha sido pillado ya como mentiroso en no pocas ocasiones. El diario más influyente del mundo, el The New York Times, lo evidenció hace poco más de un mes como un personaje que no cumple sus promesas, cosa que los mexicanos ya sabíamos de hace tiempo.

Peor aún que sus mentiras son sus asertos sobre asuntos de los que carece de información.

Nada más en lo que va de este 2010, Calderón no sólo calificó con liviandad a los jóvenes asesinados en Ciudad Juárez llamándolos “pandilleros”, también ha minimizado las muertes de civiles: ancianos, mujeres, niños, en su desastrosa –o ingenua, dice el cantante– “guerra” en contra de la delincuencia, y apenas “mató” discursivamente a un funcionario aduanal, cuyo paradero aún se desconoce.

Lo peor es que el michoacano no resiste la crítica e, inmediatamente, se nos “achimoltrufia”: sin mediar explicación alguna, ignorando sus muy ligeras afirmaciones, acto seguido las desvirtúa. Y “como dice una cosa, dice la otra…”

Demasiados titubeos sólo acarrean más y más incertidumbre. El timón gira de un lado para otro, sin control. El rumbo está perdido. Ni siquiera se ha fijado un destino.

El país está en la zozobra, mientras muchos nos preguntamos ¿qué hay que hacer con Calderón?

Faltan todavía 32 meses…

Índice Flamígero: La cadena de la vida: “El rico vive del pobre. El policía dice que cuida a los dos. El ciudadano común se cuida de los tres. El trabajador mantiene a los cuatro. El vago vive de los cinco. El comerciante comercia con los seis. El abogado enreda a los siete. El cantinero emborracha a los ocho. El cura absuelve a los nueve. El doctor cura a los diez. El sepulturero entierra a los once. El partido en turno gobierna a los doce. El presidente engaña a los trece y, a su vez: Al rico lo hace más rico. Al pobre lo hace más pobre. Al más pobre lo hace pendejo con sus programas de bienestar social. A los pendejos los hace secretarios del Despacho, diputados, senadores y gobernadores; y así dejan de ser pobres. El consuelo es que en México sólo cinco “personas” tienen problemas: ¡¡¡Yo, tú, él, nosotros, y vosotros!!! Porque “ellos” la pasan fantástico.

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