Joel Hernández Santiago
El periodista Jorge Ochoa, fue asesinado en los últimos días de enero de este año en el estado de Guerrero; tres semanas antes había sido asesinado Valentín Espinoza del periódico Zócalo de Saltillo. Bladimir Antuna García de El Tiempo de Durango fue asesinado a fines de 2009. En el segundo caso, junto al cuerpo del periodista se encontró un letrero que decía “Esto le va a pasar a todos los que no entiendan”.
‘A todos los que no entiendan’, es una amenaza peligrosa para aquellos periodistas que no se sometan o que no guarden silencio en tierra mexicana de peligro.
Dentro de una semana, el 3 de mayo, se celebrará el Día Mundial de la Libertad de Prensa. La UNESCO pidió que ese día, en todas las redacciones del mundo se guarde un minuto de silencio por los periodistas muertos en razón de su trabajo informativo. La Campaña Emblema de Prensa (PEC), con sede en Ginebra, Suiza, se adhirió a esta iniciativa pero la extiende a que ese minuto de silencio también se guarde en todas las organizaciones defensoras de la libertad de prensa y las que combaten la impunidad de los responsables de asesinatos de informadores en todo el mundo.
Esta misma organización informó que en lo que va del año han sido asesinados 36 periodistas en todo el mundo y más de 400 desde junio de 2006, lo que hace un promedio de cien por año, aunque tan sólo en abril de este año fueron asesinados trece periodistas en tan sólo veinticuatro días. El informe dice que Honduras y México son los países con mayor peligrosidad para los periodistas, con siete asesinados en cada uno, por delante de Colombia, tres; y Pakistán, tres.
Naturalmente, en el caso mexicano, las agresiones a periodistas no son solo aquellas que atentan contra su vida en zonas de alto riesgo. Las hay en forma de amenazas provenientes del crimen organizado, el narcotráfico y de funcionarios de gobierno que tienen cola que les pisen o de algunos dirigentes de empresas privadas que deploran la información a la que acusan de atentar contra sus intereses. Los ‘Rico Mac Patos’ nacionales son muy celosos de su vida empresarial interna.
Hay agresiones a periodistas y amenazas a medios de comunicación; los hay también a blogueros críticos y la censura –que es otra forma de agresión- se extiende ahora a la información de Internet. Reporteros sin Fronteras informó hace poco que en 2009 fueron asesinados 76 periodistas en el mundo, un 26 por ciento más que los 60 de 2008 y “ha habido un 155% más de blogueros y ciberdisidentes detenidos (151) y un 62% más de países afectados por la censura en la Red.
El problema para los mexicanos, especialmente para aquellos que viven en estados de alto riesgo, es que su periodismo ha sido acotado de tal forma que los fenómenos de inseguridad y extrema violencia disminuyen sus niveles y calidad informativos por temor a recibir agresiones o por temor a que, quien cubre información sobre actos de violencia, criminalidad o narcotráfico, sea agredido físicamente o asesinado. El miedo, la inseguridad, la autocensura, el silencio son caldo de cultivo para la ingobernabilidad en esos estados pues la información periodística es el elemento indispensable para regular actos de gobierno y sociales. Así, algunos de estos periódicos se convierten en voceros de actos de gobierno y en especialistas del chismorreo local.
A los señores narcotraficantes no les gusta que se informe y se publiquen sus actividades criminales y sus excesos y, sin embargo, también saben que la información es un factor muy importante para entenderse mejor en sociedad y es asimismo su propio resguardo; por lo mismo, en algunos casos la buscan, se acercan a ella y marcan sus ritmos. Ocurre con periódicos locales que han desterrado de sus páginas este tipo de información, pero sí aquella que expresa el desarrollo social de comunidades favorecidas por ellos. Y sin embargo ¿de qué sirve o a quien sirve un periodismo temeroso? En todo caso, hagamos un ejercicio de comprensión para los periodistas que están ahí, y a los que hay que proteger, cuidar, solidarizarnos: es comprensible, digo; pero lo que ocurre ahí no está ni en ley ni en razón.
Hacer periodismo en la frontera norte de México y en los estados de alto riesgo como Michoacán, Guerrero… es, parafraseando al escritor estadounidense Ambrose Bierce; “cometer eutanasia” al referirse a venir a México en tiempo de revolución (él entró en la década del 10 por Ojinaga y nunca jamás se supo nada de él).
La modalidad de control a periodistas, de agresión y muerte tienen que ver, también, con la falta de gobernabilidad en esos estados, cuyos gobernantes conocen el problema pero no hacen nada para solucionarlos; en todo caso les conviene, les ahorran sus propios controles y les garantizan un periodismo dócil, ambiguo y descafeinado. Y eso, seguramente, ni lo quieren los periodistas locales ni lo quieren los ciudadanos de a pie.
Falta una mayor exigencia de cuidado de la libertad de expresión en México por parte de los ciudadanos, todos, en todo el país, pero muy en particular en los estados peligrosos. Falta mayor apoyo y garantías de seguridad para este trabajo por parte del gobierno federal y los gobiernos locales. Falta un mayor compromiso de autoridades locales para establecer pautas de información y no de propaganda.
Urge que se le dote de mayores espacios de participación, observación y registro a la Comisión Nacional de Derechos Humanos y a las Comisiones de Derechos Humanos locales –que hasta hoy parecen brillar por su ausencia por las mismísimas razones-, para que no sólo atiendan el caso de muertes de periodistas sino también los casos de pérdida del derecho humano a la información ahí.
No nada más se trata de llevar un registro de los periodistas caídos y los fenómenos relativos sino de ser un país en donde, a pesar de todo, se garantice que todavía tenemos derecho a las libertades, entre ellas las de expresión, de información, de las ideas y de su transmisión pública. En donde la vida humana y al trabajo digno sea también un derecho garantizado por la autoridad frente a los criminales. Esto es responsabilidad de gobierno, el mismo que ahora se hace rosca cuando se trata el tema.
El periodista Jorge Ochoa, fue asesinado en los últimos días de enero de este año en el estado de Guerrero; tres semanas antes había sido asesinado Valentín Espinoza del periódico Zócalo de Saltillo. Bladimir Antuna García de El Tiempo de Durango fue asesinado a fines de 2009. En el segundo caso, junto al cuerpo del periodista se encontró un letrero que decía “Esto le va a pasar a todos los que no entiendan”.
‘A todos los que no entiendan’, es una amenaza peligrosa para aquellos periodistas que no se sometan o que no guarden silencio en tierra mexicana de peligro.
Dentro de una semana, el 3 de mayo, se celebrará el Día Mundial de la Libertad de Prensa. La UNESCO pidió que ese día, en todas las redacciones del mundo se guarde un minuto de silencio por los periodistas muertos en razón de su trabajo informativo. La Campaña Emblema de Prensa (PEC), con sede en Ginebra, Suiza, se adhirió a esta iniciativa pero la extiende a que ese minuto de silencio también se guarde en todas las organizaciones defensoras de la libertad de prensa y las que combaten la impunidad de los responsables de asesinatos de informadores en todo el mundo.
Esta misma organización informó que en lo que va del año han sido asesinados 36 periodistas en todo el mundo y más de 400 desde junio de 2006, lo que hace un promedio de cien por año, aunque tan sólo en abril de este año fueron asesinados trece periodistas en tan sólo veinticuatro días. El informe dice que Honduras y México son los países con mayor peligrosidad para los periodistas, con siete asesinados en cada uno, por delante de Colombia, tres; y Pakistán, tres.
Naturalmente, en el caso mexicano, las agresiones a periodistas no son solo aquellas que atentan contra su vida en zonas de alto riesgo. Las hay en forma de amenazas provenientes del crimen organizado, el narcotráfico y de funcionarios de gobierno que tienen cola que les pisen o de algunos dirigentes de empresas privadas que deploran la información a la que acusan de atentar contra sus intereses. Los ‘Rico Mac Patos’ nacionales son muy celosos de su vida empresarial interna.
Hay agresiones a periodistas y amenazas a medios de comunicación; los hay también a blogueros críticos y la censura –que es otra forma de agresión- se extiende ahora a la información de Internet. Reporteros sin Fronteras informó hace poco que en 2009 fueron asesinados 76 periodistas en el mundo, un 26 por ciento más que los 60 de 2008 y “ha habido un 155% más de blogueros y ciberdisidentes detenidos (151) y un 62% más de países afectados por la censura en la Red.
El problema para los mexicanos, especialmente para aquellos que viven en estados de alto riesgo, es que su periodismo ha sido acotado de tal forma que los fenómenos de inseguridad y extrema violencia disminuyen sus niveles y calidad informativos por temor a recibir agresiones o por temor a que, quien cubre información sobre actos de violencia, criminalidad o narcotráfico, sea agredido físicamente o asesinado. El miedo, la inseguridad, la autocensura, el silencio son caldo de cultivo para la ingobernabilidad en esos estados pues la información periodística es el elemento indispensable para regular actos de gobierno y sociales. Así, algunos de estos periódicos se convierten en voceros de actos de gobierno y en especialistas del chismorreo local.
A los señores narcotraficantes no les gusta que se informe y se publiquen sus actividades criminales y sus excesos y, sin embargo, también saben que la información es un factor muy importante para entenderse mejor en sociedad y es asimismo su propio resguardo; por lo mismo, en algunos casos la buscan, se acercan a ella y marcan sus ritmos. Ocurre con periódicos locales que han desterrado de sus páginas este tipo de información, pero sí aquella que expresa el desarrollo social de comunidades favorecidas por ellos. Y sin embargo ¿de qué sirve o a quien sirve un periodismo temeroso? En todo caso, hagamos un ejercicio de comprensión para los periodistas que están ahí, y a los que hay que proteger, cuidar, solidarizarnos: es comprensible, digo; pero lo que ocurre ahí no está ni en ley ni en razón.
Hacer periodismo en la frontera norte de México y en los estados de alto riesgo como Michoacán, Guerrero… es, parafraseando al escritor estadounidense Ambrose Bierce; “cometer eutanasia” al referirse a venir a México en tiempo de revolución (él entró en la década del 10 por Ojinaga y nunca jamás se supo nada de él).
La modalidad de control a periodistas, de agresión y muerte tienen que ver, también, con la falta de gobernabilidad en esos estados, cuyos gobernantes conocen el problema pero no hacen nada para solucionarlos; en todo caso les conviene, les ahorran sus propios controles y les garantizan un periodismo dócil, ambiguo y descafeinado. Y eso, seguramente, ni lo quieren los periodistas locales ni lo quieren los ciudadanos de a pie.
Falta una mayor exigencia de cuidado de la libertad de expresión en México por parte de los ciudadanos, todos, en todo el país, pero muy en particular en los estados peligrosos. Falta mayor apoyo y garantías de seguridad para este trabajo por parte del gobierno federal y los gobiernos locales. Falta un mayor compromiso de autoridades locales para establecer pautas de información y no de propaganda.
Urge que se le dote de mayores espacios de participación, observación y registro a la Comisión Nacional de Derechos Humanos y a las Comisiones de Derechos Humanos locales –que hasta hoy parecen brillar por su ausencia por las mismísimas razones-, para que no sólo atiendan el caso de muertes de periodistas sino también los casos de pérdida del derecho humano a la información ahí.
No nada más se trata de llevar un registro de los periodistas caídos y los fenómenos relativos sino de ser un país en donde, a pesar de todo, se garantice que todavía tenemos derecho a las libertades, entre ellas las de expresión, de información, de las ideas y de su transmisión pública. En donde la vida humana y al trabajo digno sea también un derecho garantizado por la autoridad frente a los criminales. Esto es responsabilidad de gobierno, el mismo que ahora se hace rosca cuando se trata el tema.
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