Monopolios: la otra guerra

Raymundo Riva Palacio / Estrictamente Personal

Tardó tres años, pero finalmente el presidente Felipe Calderón cumplió la promesa que hizo antes de tomar posesión: ir por la desaparición de los monopolios. Esta semana presentó una iniciativa de ley para quebrarlos, no por la vía radical de la ruptura, sino de la mayor competencia en el mercado mexicano. La cruzada legal de Calderón es mayúscula, pues enfrenta a los verdaderos dueños de México, que por décadas han controlado el consumo y la vida de los mexicanos, a la vez de impidir la competencia justa, que han reducido la competitividad y frenado el desarrollo. La pregunta no es sólo si podrá, sino si el Congreso, donde convergen todos esos grupos de interés, apostará por los consumidores y, como ha sucedido en el pasado, respaldará los monopolios.

Los monopolios han podido sobrevivir en México porque de ellos dependen muchos políticos. Cada vez que hay campañas, se forman las filas a las puertas del empresario Carlos Slim para pedirle dinero. En cada proceso electoral y en la vida política del día con día, pocos se atreven a enfrentar y denunciar a Televisa ante el temor de que les decreten la muerte pública y dejen de aparecer en sus noticieros. Hay monopolios que son parte integral de los partidos, como en el caso del sindicato petrolero, que es uno de los sectores más influyentes dentro del PRI, o el magisterio, que jugó en la campaña presidencial con Calderón y que maneja sus alianzas electorales de manera casuística.

Como estableció el Banco Mundial en el libro “No Growth Without Equity” (“No Hay Crecimiento Sin Equidad”), que publicó a mediados del año pasado, esos grupos de interés han bloqueado todos los cambios que pudieran hacer a la economía mexicana más eficiente y productiva, con lo cual han podido preservar el estatus quo y todos los privilegios. México es un país controlado política y económicamente por monopolios, que han generado una desigualdad social insultante. De acuerdo con datos de la Organización de las Naciones Unidas, el 10% de los más ricos en México ganan 45 veces más que el 10% de los más pobres; el grupo de mayor ingreso acapara el 40% del Producto Interno Bruto, mientras que el 10% de menor ingreso, apenas si alcanza el 1%. Slim, la persona más rica del mundo, gana más de 11 mil veces lo que un mexicano promedio podría ganar en toda su vida productiva.

No es casual que el nombre de Slim sea sinónimo de monopolio. Es el arquetipo, con su dominancia en el sector de las telecomunicaciones. Tiene bajo su control al 80% de la telefonía fija y mantiene bajo su férula más del 70% de la telefonía móvil, con tarifas que se encuentran entre las más altas del mundo. El sector de las telecomunicaciones es el que más críticas ha recibido en el mundo, pero no es el único.

Recientemente, la Oficina de Negociaciones Comerciales de la Casa Blanca, enfatizó en el monopolio que se da en la televisión. En este campo, Televisa es la figura dominante, con 7 de cada 10 pantallas de televisión encendidas en México, en sus canales. Con ese poder, Televisa tiene una área de negocios alterna que es de mercadotecnia electoral, donde vende a políticos publicidad, promoción y espacios de propaganda disfrazados en sus noticieros de información.

Estas dos empresas son las más visibles, pero no las únicas que ejercen control dominante en el mercado mexicano. Cemex, por ejemplo, controla el 90% de la producción y el mercado de cemento, que vende en México a precios más altos que en otras naciones donde opera. El Grupo Peñoles domina el 100% de la producción y el mercado de la plata. Cervecería Modelo, que vende 10 marcas de cervezas -entre las que se encuentra Corona-, domina el 65% del mercado, dejando el 35% a Cuauhtémoc Moctezuma, que es filial del conglomerado Femsa -recientemente adquirida por Heiniken-, que además de las cervezas, domina el 60% de las refresqueras. Bimbo domina el mercado del pan, y Gruma -a cuyo grupo pertenece Banorte- el de maíz.

Los monopolios mexicanos no son solamente privados. Hay estatales y sindicales. El ejemplo más claro es el sindicato petrolero, que tiene permanentemente a Pemex de rehén. Otro es el del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, utilizado como grupo de presión y para divisa de cambio en tiempos electorales, mientras la educación básica en México, bajo todos los estándares internacionales, está reprobada. Según el informe del Foro Económico Mundial sobre competitividad de 2009, México estaba en el lugar 101 en ineficiencia de instituciones públicas, en el 115 en cuanto a rigidez laboral, y en el 74 por la mala educación superior, incapaz de proveer mano de obra de calidad al mercado de trabajo.

Los monopolios han frenado el crecimiento de México, que está por debajo no sólo de la media mundial, sino en los sótanos entre sus pares en América Latina. De acuerdo con el informe sobre Gobernabilidad Democrática en México del Banco Mundial, el control que han ejercido los grandes grupos de interés han impedido impulsar la democracia y el desarrollo sostenido. El presidente Calderón decidió entrarle al tema y envió el paquete al Congreso. El PRI y el PRD ya respondieron que es una iniciativa limitada y deficiente, prometiendo que presentarán las suyas. Qué bueno que así sea. Qué malo sería, sin embargo, que se quedaran todos en la retórica del cambio para no cambiar, y que los privilegios de antaño se preservaran en beneficio de unos cuantos y de nadie más.

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