Más allá del silencio de los grupos clandestinos revolucionarios

Un silencio en conjunto de este tipo no puede implicar otra cosa que un acuerdo de alguna especie, más no sea mínimo, que no necesariamente debe incluir en sus alcances alguna estrategia político-militar en común, opina el investigador Jorge Lofredo.

Jorge Lofredo


Es difícil encontrar un lapso tan prolongado de silencio como el protagonizado por todas las organizaciones clandestinas revolucionarias armadas actualmente. Es un silencio que aturde y aquí aparece lo más llamativo: es coincidente. No debe suponerse por ello que se trate de inactividad política; es, eso sí, inactividad militar al que ahora se le suma otra de tipo comunicacional.

Aquí, no obstante, parece comunicarse algo. Ya no se trata exclusivamente de no decir ni refiere a la pausa que existe entre cada párrafo o palabra; y aunque el silencio puede romperse en el próximo instante, en este caso se asemeja más a un secreto, donde lo más destacado es el proceso político que puede estar desarrollándose sin ser percibido. De inmediato surgirán las incógnitas, pero lo paradójico es que no puede ser explicado únicamente como coincidencia.

Nunca como antes, esta coyuntura de silencio marca la pauta entre lo que ha sido expresado y lo que está por decirse. ¿Preludio de algún anuncio? En este aspecto, las ocasiones anteriores desconciertan: el Ejército Popular Revolucionario aumentó drásticamente sus comunicaciones públicas entre la desaparición de sus miembros y los ataques contra los ductos de Pemex. Tendencia Democrática Revolucionaria, antes de los explosivos colocados en diversos puntos del DF en noviembre de 2006, no registró mayor desarrollo de sus escritos. Por contraparte, aumentó su actividad cuando produjo el anuncio de la integración de una “Coordinación Revolucionaria”, junto al Movimiento Lucio Cabañas.

Por tanto, entre el factor sorpresa –característico de la guerrilla– y la historia inmediata no pueden localizarse elementos concluyentes que definan qué políticas se están desarrollando entre las distintas organizaciones; sin embargo, esta actitud abre la posibilidad de la especulación periodística y la conjetura interesada. De hecho, los espacios de silencio –y esto sí puede confirmarse– provocan la aparición de esas especies en su versión más descarnada y, a veces, hasta irrisoria en sus contenidos.

A diferencia del EPR, que tiene comprometido su accionar al desarrollo de la Comisión de Mediación, es sumamente significativo el silencio del resto, fundamentalmente de TDR y del Ejército Revolucionario del Pueblo Insurgente. En estos vértices vacíos de expresión aunque no de contenido, no debe desatenderse la posibilidad de que algún sector ajeno a este ámbito de la clandestinidad revolucionaria y guerrillera decidiera llevar a cabo alguna acción militar en nombre de alguna de ellas; o también que se señale como relacionada a ellas; sin contar con la aparición de “nuevos grupos” que en el futuro no volverán a manifestarse. Difícil considerar el accionar del EPR bajo otro nombre pues le plantearía un escenario desfavorable que lo obligaría a deslindarse.

Aún en tiempos de la actuación de la Mediación, se realizaron algunas acciones –como es el caso del ERPI– lo que se presenta como un indicador de que no actúan mancomunadamente y que desvanecería la idea de un trabajo conjunto inmediatamente anterior; pero tampoco puede descartarse que en estos momentos se está produciendo una degradación constante de la arena política junto al emblemático 2010, que amplifica la intervención de organizaciones que no desarrollan sus actividades exclusivamente por la vía política, provengan y sostengan ideales revolucionarios o no.

Un silencio en conjunto de esta especie no puede implicar otra cosa que un acuerdo de alguna especie, más no sea mínimo, que no necesariamente debe incluir en sus alcances alguna estrategia político-militar en común. Pero alcanza con que este sea estrictamente político para estar frente a un acontecimiento que a futuro podría incidir e influir en algunos escenarios. Es muy pronunciado para que sólo se trate de “solidaridad revolucionaria” y demasiado conocidas las organizaciones para que todas se encuentran en una etapa de “acumulación de fuerzas en silencio”.

La tradición rupturista del eperrismo podría haber encontrado un clivaje o la vuelta al mito de unidad que, precisamente, utilizó el PROCUP en 1996 cuando se reinventó como EPR.

Quizá hoy se está procurando un retorno de aquella idea originaria.

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