Eduardo Ibarra Aguirre
Conmovido hasta las lágrimas, Benedicto XVI escuchó durante 25 minutos y a puertas cerradas, en La Valeta, los testimonios de ocho malteses víctimas de abusos sexuales cometidos por sacerdotes entre 1988 y 1990, en un orfanato católico.
La sala de prensa del Vaticano, encabezada por Federico Lombardi –criticado por ineficiente en las tareas de divulgación--, subrayó que el encuentro fue “intenso y emotivo”, pero que se realizó en una atmósfera relajada en la que el alemán les prometió “llevar a los responsables ante la justicia y tomar medidas efectivas para proteger a los jóvenes en el futuro”, todo ello después de rezar juntos para lograr la “curación y reconciliación” (sic).
De promesas y buenas intenciones está empedrado el camino del señor que apenas hace cinco años sustituyó a Juan Pablo II, el polaco beligerantemente anticomunista y sobre el que declaraba con mucho orgullo Joseph Ratzinger: “Soy el perro fiel del Papa”, si nos atenemos a los escritos del experto Raúl Roberto Macín Andrade en la revista Forum.
Rezos, promesas y ahora hasta lágrimas son la respuesta papal al gravísimo problema de la pederastia de la que fueron víctimas miles de católicos en Irlanda, Estados Unidos, Alemania, Suiza, Malta y México; casos hasta hoy generalmente documentados mientras que en otros países aún no trascienden ejemplos específicos, pero que a juicio de los vaticanólogos colocan al pontificado “en el peor momento” de su primer quinquenio.
Para Bernardo Barranco V. “La credibilidad de la Iglesia está contaminada por los abusos sexuales de menores y por el silencio sistémico que durante décadas mantuvo la Iglesia regida por el Vaticano”. Silencio al que no fue ajeno Ratzinger durante su prolongado desempeño como prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe (la moderna Santa Inquisición) y antes como arzobispo de Munich y Freising, Alemania, de acuerdo a testimonios de víctimas sexuales que ahora pretenden ser descalificados como “chismorreos” por una gerontocracia que rebasa los 72 años de edad. O de plano ignorados, como lo hizo el alto clero español que se congregó en una “misa de desagravio” en la que expresaron su “adhesión incondicional” al Papa número 265.
Persistir en “una gradual y desgastante ruta de maquillaje”, implicará el pago de un alto precio por el control de daños por parte de la formalmente mayoritaria Iglesia de la aldea, pese al “estado de crisis permanente” en que vive.
Los resultados de la visita a Malta, a la luz de las declaraciones de las víctimas –“Todos hemos llorado, pero ahora estamos muy felices”--, estimulan la política del maquillaje y alejan la adopción de una línea de transparencia y estímulo de la acción de la justicia terrenal.
Las conductas de Norberto Rivera Carrera tampoco contribuyen. Primero defendió ilimitadamente a Marcial Maciel Degollado --“un delincuente y en gran medida protector de la muerte”, Josefina Vázquez Mota dixit--, enseguida al sacerdote pederasta Nicolás Aguilar Rivera –caso por el cual es nuevamente demandado en Los Ángeles, California--, y en Semana Santa hizo una encendida homilía contra la paidofilia. Nadie le creyó, con todo y que reconoce que atraviesan “una etapa oscura”.
Para reafirmar la política de las lágrimas de cocodrilo del otrora integrante del Flak –escuadrón antiaéreo-- y de la infantería nazi, por lo cual fue prisionero de guerra de los estadunidenses, Pedro Agustín Rivera reveló que los escándalos de abuso sexual en la Iglesia se magnifican. De las 3 mil acusaciones de pedofilia registradas en la última década por el Vaticano, “sólo 10 por ciento corresponden a situaciones de pederastia”. Ni ellos se la creen.
Conmovido hasta las lágrimas, Benedicto XVI escuchó durante 25 minutos y a puertas cerradas, en La Valeta, los testimonios de ocho malteses víctimas de abusos sexuales cometidos por sacerdotes entre 1988 y 1990, en un orfanato católico.
La sala de prensa del Vaticano, encabezada por Federico Lombardi –criticado por ineficiente en las tareas de divulgación--, subrayó que el encuentro fue “intenso y emotivo”, pero que se realizó en una atmósfera relajada en la que el alemán les prometió “llevar a los responsables ante la justicia y tomar medidas efectivas para proteger a los jóvenes en el futuro”, todo ello después de rezar juntos para lograr la “curación y reconciliación” (sic).
De promesas y buenas intenciones está empedrado el camino del señor que apenas hace cinco años sustituyó a Juan Pablo II, el polaco beligerantemente anticomunista y sobre el que declaraba con mucho orgullo Joseph Ratzinger: “Soy el perro fiel del Papa”, si nos atenemos a los escritos del experto Raúl Roberto Macín Andrade en la revista Forum.
Rezos, promesas y ahora hasta lágrimas son la respuesta papal al gravísimo problema de la pederastia de la que fueron víctimas miles de católicos en Irlanda, Estados Unidos, Alemania, Suiza, Malta y México; casos hasta hoy generalmente documentados mientras que en otros países aún no trascienden ejemplos específicos, pero que a juicio de los vaticanólogos colocan al pontificado “en el peor momento” de su primer quinquenio.
Para Bernardo Barranco V. “La credibilidad de la Iglesia está contaminada por los abusos sexuales de menores y por el silencio sistémico que durante décadas mantuvo la Iglesia regida por el Vaticano”. Silencio al que no fue ajeno Ratzinger durante su prolongado desempeño como prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe (la moderna Santa Inquisición) y antes como arzobispo de Munich y Freising, Alemania, de acuerdo a testimonios de víctimas sexuales que ahora pretenden ser descalificados como “chismorreos” por una gerontocracia que rebasa los 72 años de edad. O de plano ignorados, como lo hizo el alto clero español que se congregó en una “misa de desagravio” en la que expresaron su “adhesión incondicional” al Papa número 265.
Persistir en “una gradual y desgastante ruta de maquillaje”, implicará el pago de un alto precio por el control de daños por parte de la formalmente mayoritaria Iglesia de la aldea, pese al “estado de crisis permanente” en que vive.
Los resultados de la visita a Malta, a la luz de las declaraciones de las víctimas –“Todos hemos llorado, pero ahora estamos muy felices”--, estimulan la política del maquillaje y alejan la adopción de una línea de transparencia y estímulo de la acción de la justicia terrenal.
Las conductas de Norberto Rivera Carrera tampoco contribuyen. Primero defendió ilimitadamente a Marcial Maciel Degollado --“un delincuente y en gran medida protector de la muerte”, Josefina Vázquez Mota dixit--, enseguida al sacerdote pederasta Nicolás Aguilar Rivera –caso por el cual es nuevamente demandado en Los Ángeles, California--, y en Semana Santa hizo una encendida homilía contra la paidofilia. Nadie le creyó, con todo y que reconoce que atraviesan “una etapa oscura”.
Para reafirmar la política de las lágrimas de cocodrilo del otrora integrante del Flak –escuadrón antiaéreo-- y de la infantería nazi, por lo cual fue prisionero de guerra de los estadunidenses, Pedro Agustín Rivera reveló que los escándalos de abuso sexual en la Iglesia se magnifican. De las 3 mil acusaciones de pedofilia registradas en la última década por el Vaticano, “sólo 10 por ciento corresponden a situaciones de pederastia”. Ni ellos se la creen.
Comentarios