Gentilicios y terruños

Laura M. López Murillo

“el edificio social, con toda su complejidad,
no pasa de ser un castillo de naipes,
sólido sólo en apariencia”
La balsa de piedra
José Saramago

En algún lugar circunstancial donde se fincan los contubernios, en el momento exacto entre el error y el desastre, en un desliz de la ética y la cordura, se traza el desplazamiento inexorable de la fortuna al infortunio...

El domingo 4 de abril, la ciudad de Mexicali, en la península de Baja California, México, fue sacudida por un terremoto de 7.2 grados en la escala de Richter; desde entonces se han registrado casi tres mil replicas de intensidad fluctuante.

La magnitud de los daños y las secuelas del desastre se condensan en un rubro esquivo; hoy por hoy: son 25,000 los damnificados en el Valle de Mexicali, 4 canales de riego destruidos, 60,000 hectáreas cultivadas inundadas por la emanación de agua bermeja y azufrosa; en la ciudad son evidentes los estragos causados por el terremoto en edificios e instalaciones públicos (hospitales, escuelas, oficinas) más una cifra en ascenso de viviendas inhabitables (1).

Como suele suceder, los siniestros naturales superan las ficciones más estrafalarias y desencadenan una reacción humana expansiva. La incesante actividad sísmica, la tenue separación de la península, el desconcierto y la impericia incrustados en la política, ubican a los bajacalifornianos en el preludio de una parábola de largo aliento.

Pero en el plano de la realidad, y en cuestión de gentilicios y terruños, es imperativo declarar que el contenido siempre es mayor que el continente: la solidaridad de los mexicalenses supera la grandeza de su territorio, Mexicali es mucho más que un perímetro urbano en el relieve desértico.

La generosidad espontánea de los mexicalenses está aliviando los perjuicios del siniestro a pesar de la cruel indiferencia de la mediocracia que ha relegado el evento a una escueta nota informativa. La cobertura del terremoto, sus replicas y sus secuelas es también un producto mediático susceptible a los mecanismos del mercado, a los procedimientos de exclusión y control sobre el discurso social y a la censura discriminada.

Una noticia sin elementos grotescos ni tintes sangrientos, un recuento de daños sin pérdidas humanas ni duelos, las evidencias de una intrincada red de complicidades, corresponde a un evento que no cumple los requerimientos del sensacionalismo mediático que abandonará rápidamente los titulares.

No obstante, los escenarios de la devastación, tanto en el valle como en la ciudad, se han divulgado en las redes sociales, en un sendero alterno a la transmisión mediática. Ahí, en un entorno ubicuo socialmente compartido es posible atestiguar los estragos del olvido institucional a la infraestructura del valle del Mexicali, el contubernio que legalizó la construcción deficiente y la venta fraudulenta de viviendas, la despótica indiferencia a los planes de desarrollo urbano y a los dictámenes geológicos de la región.

La siniestra ecuación del gobierno y los negocios, la factorización monetaria de las prioridades sociales, la anulación sistemática de los dictámenes científicos, la carencia de ética elevada a la enésima potencia, produjeron en un santiamén, la fatal conversión de habitantes en damnificados, del producto en pérdidas, de la confianza en desconsuelo.

Grietas maximizadas en huecos, cimientos volátiles, castillos de aire, paredes inclinadas, techos inestables: son el resultado de prácticas fraudulentas e inmorales en la edificación de fraccionamientos. Canales de riego destrozados, parcelas cultivadas inundadas por aguas bermejas azufrosas que brotaron del subsuelo, el resquebrajamiento de la superficie: exhiben todos los años y regímenes del olvido oficial.

Entre los escombros, el quebranto y la zozobra, la única certeza reside en la insensibilidad de un régimen concentrado en las negociaciones de alto nivel; el gobierno del estado es una sucursal de la mega agencia federal de contratos y concesiones donde la altura de miras impide percibir las prioridades de la población.

A una semana del terremoto más intenso en la historia de Baja California, entre replicas incesantes, se confirma la endeble naturaleza de las estructuras sociales y políticas, en contraste con la incólume condición del mercado.

Sí!… este puede ser el argumento de una próxima ficción que relate los efectos de un olvido oficial deliberado, que describa el proceso en que la indiferencia premeditada de los gobernantes provoca un estado excepcional de impericia e inutilidad tan exasperante que el rescate humanitario de una potencia extranjera sea la única solución posible.

Es altamente improbable… lo sé; pero sé también que desde hace siglos la espada de Damocles pende sobre la cabeza de los gobernantes, justos o corruptos. Y me queda claro que el uso inmoral del poder es una condición oscilante que depende de contubernios y de la invención de pretextos y evasivas, porque en el momento exacto entre el error y el desastre, en un desliz de la ética y la cordura, se trazó el desplazamiento inexorable de la fortuna al infortunio…

Nota:
1) Méndez, R. (2010). 25 mil afectados dejó el sismo en Mexicali. El Universal. (Miércoles 7 de abril del 2010). Recuperado el 10 de abril, de http://www.eluniversal.com.mx/estados/75428.html

Laura M. López Murillo es Licenciada en Contaduría por la UNAM. Con Maestría en Estudios Humanísticos, Especializada en Literatura en el Itesm.

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