Francisco Rodríguez / Índice Político
HACE UNAS SEMANAS el señor Felipe Calderón cuestionó a los medios impresos que, mutatis mutandi, regalan costosos espacios en sus primeras planas a los narcotraficantes, al publicar fotografías de sus narcomantas, mientras que a él le cuestan millones de pesos --¿de su bolsa?-- las gacetillas en las que se cantan loas a su fallida Administración.
Obviamente, Calderón dijo un disparate. Uno más de los muchos que, antes de que se fuera de vacaciones pascuales, pronunció en actos públicos.
Disparates similares a ese han sido producidos por una buena cantidad de periodistas que, desde el mismo lunes, un día después de que apareciera en los kioscos la revista Proceso, han criticado a su fundador Julio Scherer García no sólo por haber ocupado la portada del semanario con la imagen que retrata un medio abrazo con el capo Ismael El Mayo Zambada, incluso por la crónica de su encuentro con este personaje del submundo criminal.
Críticas disparatadas, vale reiterar.
Porque se ha utilizado –y abusado-- del término “ética”, para denostar a quien tuvo la envidiable oportunidad de tener frente a sí al criminal presuntamente más buscado por la DEA y por sus satélites mexicanos a los que se enmarca en el llamado “gabinete de seguridad nacional”.
¿Qué es lo ético para los críticos de Scherer?
¿Publicar únicamente los boletines oficiales?
¿Nada más las entrevistas a quienes, en la fallida Administración, cobran altos estipendios por hacer declaraciones rimbombantes –“vamos ganando… aunque no lo parezca”--, muy alejadas de lo que la población no nada más percibe sino que sufre como lacerante realidad?
En su disparatado alegato en contra de la difusión a los textos de las narcomantas, Calderón se reveló tal cual: autoritario, censor, nada reprimido violador de la libertad de prensa y de expresión. ¿Por qué los contribuyentes no hemos de conocer las manifestaciones públicas de aquellos que, junto con policías, marinos y soldados, atentan en contra de nuestra seguridad?
Con sus críticas a Scherer y a lo publicado por Proceso en el ejemplar (1744) que ahora está en circulación, buena parte de los colegas asumen las mismas actitudes calderonianas, además adobadas por una buena dosis de envidia o, si usted gusta, celotipia profesional.
Abundan en la red electrónica ligas que llevan no a una, sino a varias entrevistas que el afamado Pablo Escobar Gaviria concedió a periodistas y a medios de comunicación de Colombia y aún de otras naciones.
Que se sepa, nunca hubo un alud de diatribas e invectivas en contra de los entrevistadores del líder del llamado Cartel de Medellín, menos aún provenientes de sus compañeros de profesión. Hubo sí, en cambio, reconocimientos.
¿Qué Scherer desaprovechó la oportunidad de “irse a la yugular” de El Mayo?
No lo sabemos. En el texto publicado el domingo se habla de una entrevista que posterga Zambada, y que es muy posible conozcamos en un futuro que puede ser la próxima semana en las mismas páginas de Proceso, o dentro de unos cuantos meses, a través de la publicación de un libro que la contenga.
Se rumorea, incluso, que la oferta de un encuentro con Joaquín El Chapo Guzmán Loera, podría haber fructificado en otra crónica, otra entrevista, otro libro. Nada remoto, conociendo la persistencia –una de las virtudes del buen periodista-- de Scherer en los temas que aborda.
No pretende ser esta una “defensa” a quien no necesita de ellas, pues su trabajo es lo que le avala.
Es, en todo caso, un comentario en torno a la “ética” de la que se alardea y, en los hechos, se reduce a sólo publicar lo que agrade al gobernante en turno. Es el caso de Héctor Aguilar, a quien todos recordamos cual apologeta de Carlos Salinas y, lo peor, luego renegando de él… para agradar a Zedillo, claro está.
Índice Flamígero: Mientras el gobernador de Baja California, el panista José Guadalupe Osuna Millán pide con urgencia tiendas de campaña para alojar a los miles de damnificados por el sismo del último domingo, la señora Margarita Zavala llevó apenas 50 mil de esas casas de lona a Haití. De haberlo sabido antes…
HACE UNAS SEMANAS el señor Felipe Calderón cuestionó a los medios impresos que, mutatis mutandi, regalan costosos espacios en sus primeras planas a los narcotraficantes, al publicar fotografías de sus narcomantas, mientras que a él le cuestan millones de pesos --¿de su bolsa?-- las gacetillas en las que se cantan loas a su fallida Administración.
Obviamente, Calderón dijo un disparate. Uno más de los muchos que, antes de que se fuera de vacaciones pascuales, pronunció en actos públicos.
Disparates similares a ese han sido producidos por una buena cantidad de periodistas que, desde el mismo lunes, un día después de que apareciera en los kioscos la revista Proceso, han criticado a su fundador Julio Scherer García no sólo por haber ocupado la portada del semanario con la imagen que retrata un medio abrazo con el capo Ismael El Mayo Zambada, incluso por la crónica de su encuentro con este personaje del submundo criminal.
Críticas disparatadas, vale reiterar.
Porque se ha utilizado –y abusado-- del término “ética”, para denostar a quien tuvo la envidiable oportunidad de tener frente a sí al criminal presuntamente más buscado por la DEA y por sus satélites mexicanos a los que se enmarca en el llamado “gabinete de seguridad nacional”.
¿Qué es lo ético para los críticos de Scherer?
¿Publicar únicamente los boletines oficiales?
¿Nada más las entrevistas a quienes, en la fallida Administración, cobran altos estipendios por hacer declaraciones rimbombantes –“vamos ganando… aunque no lo parezca”--, muy alejadas de lo que la población no nada más percibe sino que sufre como lacerante realidad?
En su disparatado alegato en contra de la difusión a los textos de las narcomantas, Calderón se reveló tal cual: autoritario, censor, nada reprimido violador de la libertad de prensa y de expresión. ¿Por qué los contribuyentes no hemos de conocer las manifestaciones públicas de aquellos que, junto con policías, marinos y soldados, atentan en contra de nuestra seguridad?
Con sus críticas a Scherer y a lo publicado por Proceso en el ejemplar (1744) que ahora está en circulación, buena parte de los colegas asumen las mismas actitudes calderonianas, además adobadas por una buena dosis de envidia o, si usted gusta, celotipia profesional.
Abundan en la red electrónica ligas que llevan no a una, sino a varias entrevistas que el afamado Pablo Escobar Gaviria concedió a periodistas y a medios de comunicación de Colombia y aún de otras naciones.
Que se sepa, nunca hubo un alud de diatribas e invectivas en contra de los entrevistadores del líder del llamado Cartel de Medellín, menos aún provenientes de sus compañeros de profesión. Hubo sí, en cambio, reconocimientos.
¿Qué Scherer desaprovechó la oportunidad de “irse a la yugular” de El Mayo?
No lo sabemos. En el texto publicado el domingo se habla de una entrevista que posterga Zambada, y que es muy posible conozcamos en un futuro que puede ser la próxima semana en las mismas páginas de Proceso, o dentro de unos cuantos meses, a través de la publicación de un libro que la contenga.
Se rumorea, incluso, que la oferta de un encuentro con Joaquín El Chapo Guzmán Loera, podría haber fructificado en otra crónica, otra entrevista, otro libro. Nada remoto, conociendo la persistencia –una de las virtudes del buen periodista-- de Scherer en los temas que aborda.
No pretende ser esta una “defensa” a quien no necesita de ellas, pues su trabajo es lo que le avala.
Es, en todo caso, un comentario en torno a la “ética” de la que se alardea y, en los hechos, se reduce a sólo publicar lo que agrade al gobernante en turno. Es el caso de Héctor Aguilar, a quien todos recordamos cual apologeta de Carlos Salinas y, lo peor, luego renegando de él… para agradar a Zedillo, claro está.
Índice Flamígero: Mientras el gobernador de Baja California, el panista José Guadalupe Osuna Millán pide con urgencia tiendas de campaña para alojar a los miles de damnificados por el sismo del último domingo, la señora Margarita Zavala llevó apenas 50 mil de esas casas de lona a Haití. De haberlo sabido antes…
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