De pronto se cayó del tren; del Tren del Infierno, como le llaman. Este le arrancó las dos piernas y pudimos ver cómo él se arrastró hasta meter la cabeza entre las vías”. Ocurrió en Chiapas y lo relata José, un emigrante de Honduras que quiso llegar a Estados Unidos cruzando por México.
Jessica, hondureña, relata: “Entre Arriaga e Ixtepec un hombre me quiso violar en el tren en marcha. Veníamos en el techo. Logré lanzarlo de una patada hacia las ruedas del tren…” Días después de la plática con ella se supo que fue secuestrada: No se conoce su paradero.
Violaciones. Abuso. Robos. Secuestro. Tráfico humano. Prostitución. Corrupción gubernamental… Muerte… Son parte de la tragedia de muchos centroamericanos en territorio de México y es parte de lo que debiera hacernos sentir vergüenza y horror, para exigir una sola solución: el predominio del Estado de Derecho para todos ellos.
En esencia la tragedia de los centroamericanos es muy parecida a la mexicana: desempleo, pobreza extrema, falta de apoyos para el trabajo campesino o industrial, ausencia de servicios básicos y sin perspectivas de solución, por tanto hay que emigrar. Hay que dejar la tierra para ir a otra a ganar algo de dinero y para intentar vivir en paz. Quizá se consiga. Muchas veces no.
Durante la década de los ochenta, cuando Centroamérica estaba en conflictos bélicos la emigración se dio entre países de la zona: más de un millón de centroamericanos migró. Pasaban de Guatemala a El Salvador o a Honduras o a Belice o Nicaragua, algunos a México. Luego, a partir de los 90, esa migración cambió de rumbo: querían ir a Estados Unidos y, para ello, habría que cruzar por México: “por el infierno” dicen entre dientes y con terror.
Los mexicanos, tan recelosos del maltrato y abusos que se dan a nuestros compatriotas en su intento por cruzar la frontera con Estados Unidos, permiten que se hagan cosas aun peores con los emigrantes centroamericanos que llegan a México y que tienen la necesidad de cruzar hacia el país del norte.
La tragedia para ellos comienza desde el mismo momento en el que se les sabe indocumentados y, por lo mismo, presas fáciles para el robo, el abuso físico, la extorsión y en muchos casos, la prostitución femenina y masculina.
Los delincuentes no son sólo los malos funcionarios y policías y autoridades locales cómplices de esta criminalidad; también hay bandas de centroamericanos que matan, extorsionan, secuestran, violan y prostituyen: el punto central es ¿por qué se les permite? ¿Quién está coludido en este negocio de espanto?
En un informe de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, elaborado por el doctor Mauricio Farah, ahora en el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, documenta que de septiembre de 2008 a febrero de 2009, diez mil emigrantes centroamericanos que cruzaban el país, para llegar a Estados Unidos, fueron secuestrados y tratados con extrema crueldad en México.
Y aun más, la falta de control en la frontera sur del país permite que pudiera darse el tráfico de armas y de droga por la vía mexicana vulnerando nuestra seguridad nacional. En todo caso, los emigrantes centroamericanos son vigilados, no siempre para su control o deportación legal, sino para saber si traen dinero o para valorar el provecho que se puede obtener de ellos.
Las vías del terror son muchas. Para cruzar los 1,149 kilómetros que separan a México de Guatemala y Belice están:
a).- Ruta Costera; que es la más transitada y va de Tapachula, Chiapas hasta Arriaga, cerca de Oaxaca.
b).- Sierra Madre; ahí entran por Motozintla, Presa de la Angostura, Comitán y Tuxtla Gutiérrez.
c).- Ruta fronteriza. Caminos de extravío.- Son veredas, montes y selvas.
d).- Selva. De Carmen Xhan a Comitán, Chiapas.
e).- Marítima. Por mar, costeando de Chiapas hacia Huatulco, Oaxaca.
f).- Planicie. De El Naranjo, a El Ceibo, entran por Tenosique y Gregorio Méndez, en Tabasco.
g).- Corredor de la Sierra. Entran por El Triunfo; Balancán, Tabasco.
Todas estas rutas, según ha documentado Paulina Alvarado Fernández, de la Universidad de Monterrey, son de alto riesgo y en ellas ocurren toda clase de tragedias que mucho deberían avergonzar a todos los mexicanos y, naturalmente, a su gobierno…
[… Como si nada hubiera ocurrido, la noche del viernes 16 de abril un tren de carga en el que viajaban al menos 500 indocumentados centroamericanos descarriló en el municipio de Arriaga, Chiapas, cerca de los límites con Oaxaca. El Tren del Infierno salió la madrugada del jueves de Arriaga y cuando se acercaba a Oaxaca las vías se abrieron (¿?), lo que provocó el accidente. Todos los furgones se volcaron y con ellos los poco más de 500 migrantes que viajaban en el techo de 20 vagones.
En este tren viajan los emigrantes centroamericanos para llegar a Ixtepec, en donde toman otro ferrocarril que los lleva a Medias Aguas, Veracruz con rumbo a los Estados Unidos]
Es cierto que a lo largo de estos recorridos existen casas de asistencia, de apoyo, de refugio y aun delegaciones de la CNDH. Y son de mucha ayuda.
Pero nada se solucionará si el gobierno mexicano no actúa de la misma manera como le gustaría que fueran tratados los mexicanos indocumentados que llegan a EUA. Existe un principio básico del respeto a la personalidad y al recurso de la ley a favor de cualquier ser humano en cualquier parte del mundo: en México el temor de los centroamericanos es, precisamente, el tener que acudir a esa autoridad.
Falta el replanteamiento de las políticas de vigilancia y que, una vez que algún indocumentado se encuentre en territorio mexicano, sea tratado con base en los derechos humanos que le son propios.
Perseguir la delincuencia y la criminalidad es urgente ahí. Negociar con los países de origen también lo es. Acuerdos migratorios con todos ellos son indispensables. La permanente vigilancia de la CNDH en la zona es absolutamente urgente. El respeto a la integridad física y patrimonial de los emigrantes debe ser regla de convivencia humana y social. Lo mismo que pedimos para los indocumentados mexicanos en Estados Unidos como ejemplo de que lo que pedimos puede ser.
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