Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder
El discurso del presidente constitucional mexicano desconcierta, por polivalente y porque va, si no en constante evolución y de acuerdo al recrudecimiento de los problemas por él enfrentados, si en un avance persistente de su dialéctica y la manera en que modifica su percepción del mundo, lo que a los observadores permite apreciar la rapidez en el cambio de las condiciones políticas, que no de los problemas de índole político y social.
Después de unos días de ver en los barones de la droga a minorías ridículas, en entrevista concedida a CNN -en mensaje exclusivo a la audiencia estadounidense y a los preocupados por las relaciones bilaterales enfriadas con motivo de los muertos del consulado de Estados Unidos en Ciudad Juárez-, el presidente Felipe Calderón advierte que “comenzar un debate a favor de la legalización de las drogas para reducir la violencia del narco es inútil, si el mayor consumidor de estupefacientes no es el que lo inicia”. Así es porque el producto económico, social y de control político del narcotráfico, a quien más beneficia es a los usufructuarios del poder estadounidense.
Tan es cierto lo anterior, que el propio presidente Calderón amplió su respuesta y subrayó: “Si Estados Unidos, el más grande consumidor, es el que establece el precio, Estados Unidos es el que establece el mercado negro”.
Luego, el giro radical, el cambio en su percepción de la verdad en lo referente a las debilidades humanas que nunca desaparecen y gracias a las cuales se organiza el crimen, persiste el delito. Dijo Felipe Calderón: “Mi meta principal no es acabar con las drogas ni eliminar su consumo; eso es imposible. Mi meta es fortalecer la ley mexicana. Quiero hacer de México un país donde se respeta la ley, porque ése es el primer paso para el desarrollo”.
Difiero sensiblemente del presidente Calderón. Para fortalecer la ley no es condición ineludible combatir a los narcotraficantes, a la delincuencia organizada, sino acabar con la impunidad y profundizar la reforma al Poder Judicial de la Federación, concretamente lo referido a la facultad de atracción, que es haber dotado a la Suprema Corte de Justicia de la Nación de los atributos de una comisión de la verdad, de cuya resolución puede deducirse qué pasó y quiénes son los culpables, pero no se puede sancionar a nadie. La facultad de atracción debe permitir que sus resoluciones sean vinculantes.
La ley no se fortalece a balazos, sino con ideas, probidad y combate irrestricto a la impunidad, primer paso hacia la democracia, porque sin ésta no hay desarrollo equilibrado que evite la vergüenza a las jefas y jefes del hogar de no tener la capacidad económica suficiente para subvenir a las necesidades mínimas de sus seres queridos, de sus hijos, y descender un peldaño en el escalafón, para dejar de ser pobre a secas y convertirse en pobre alimentario, es decir, en un muerto de hambre.
Claro que la entrevista concedida a CNN fue previa a las muertes en Durango, lo que obliga a una reflexión sobre la violencia, la impunidad y el impasse en que se encuentra la transición, el hoyo del que no puede salir el gobierno porque no ha encontrado la manera de encausar la reforma de las instituciones, y hacer de la alternancia un cambio de régimen.
Me dicen los especialistas que el presidencialismo no se puede cambiar de la noche a la mañana, que se requeriría de un Congreso Constituyente, pero esos enterados y estudiosos del derecho constitucional mexicano, parecen no entender que “al grado de descomposición que ha llegado, el régimen no puede subsistir si la falta de unión, la carencia de organización, la ausencia de concepciones claras siguen manteniendo al gobierno y al Estado en persistente debilidad”, lo que haría de México más un país centroamericano que de América del Norte.
Este tema de las relaciones bilaterales, del discurso dirigido a Estados Unidos y de las exigencias de esa nación para con nuestro gobierno y nuestra sociedad, debe obligarnos a la reflexión propuesta por Simone Weil, quien apunta: “A partir de un cierto grado de opresión, los poderosos logran necesariamente hacerse adorar por sus esclavos. Porque la idea de estar absolutamente doblegado, de ser un juguete de otro resulta insostenible para un ser humano. Por eso, cuando a alguien se le priva de todos los medios de escapar a ese doblegamiento, no se le deja otra salida que convencerse de que las mismas cosas a las que lo obligan él las hace voluntariamente, o dicho de otra manera, no le queda otro remedio que sustituir la obediencia por la abnegación”. Así nos han traído desde hace décadas los capitostes del Pentágono y de la Casa Blanca. Pareciera que Felipe Calderón quiere terminar con esa condición.
El discurso del presidente constitucional mexicano desconcierta, por polivalente y porque va, si no en constante evolución y de acuerdo al recrudecimiento de los problemas por él enfrentados, si en un avance persistente de su dialéctica y la manera en que modifica su percepción del mundo, lo que a los observadores permite apreciar la rapidez en el cambio de las condiciones políticas, que no de los problemas de índole político y social.
Después de unos días de ver en los barones de la droga a minorías ridículas, en entrevista concedida a CNN -en mensaje exclusivo a la audiencia estadounidense y a los preocupados por las relaciones bilaterales enfriadas con motivo de los muertos del consulado de Estados Unidos en Ciudad Juárez-, el presidente Felipe Calderón advierte que “comenzar un debate a favor de la legalización de las drogas para reducir la violencia del narco es inútil, si el mayor consumidor de estupefacientes no es el que lo inicia”. Así es porque el producto económico, social y de control político del narcotráfico, a quien más beneficia es a los usufructuarios del poder estadounidense.
Tan es cierto lo anterior, que el propio presidente Calderón amplió su respuesta y subrayó: “Si Estados Unidos, el más grande consumidor, es el que establece el precio, Estados Unidos es el que establece el mercado negro”.
Luego, el giro radical, el cambio en su percepción de la verdad en lo referente a las debilidades humanas que nunca desaparecen y gracias a las cuales se organiza el crimen, persiste el delito. Dijo Felipe Calderón: “Mi meta principal no es acabar con las drogas ni eliminar su consumo; eso es imposible. Mi meta es fortalecer la ley mexicana. Quiero hacer de México un país donde se respeta la ley, porque ése es el primer paso para el desarrollo”.
Difiero sensiblemente del presidente Calderón. Para fortalecer la ley no es condición ineludible combatir a los narcotraficantes, a la delincuencia organizada, sino acabar con la impunidad y profundizar la reforma al Poder Judicial de la Federación, concretamente lo referido a la facultad de atracción, que es haber dotado a la Suprema Corte de Justicia de la Nación de los atributos de una comisión de la verdad, de cuya resolución puede deducirse qué pasó y quiénes son los culpables, pero no se puede sancionar a nadie. La facultad de atracción debe permitir que sus resoluciones sean vinculantes.
La ley no se fortalece a balazos, sino con ideas, probidad y combate irrestricto a la impunidad, primer paso hacia la democracia, porque sin ésta no hay desarrollo equilibrado que evite la vergüenza a las jefas y jefes del hogar de no tener la capacidad económica suficiente para subvenir a las necesidades mínimas de sus seres queridos, de sus hijos, y descender un peldaño en el escalafón, para dejar de ser pobre a secas y convertirse en pobre alimentario, es decir, en un muerto de hambre.
Claro que la entrevista concedida a CNN fue previa a las muertes en Durango, lo que obliga a una reflexión sobre la violencia, la impunidad y el impasse en que se encuentra la transición, el hoyo del que no puede salir el gobierno porque no ha encontrado la manera de encausar la reforma de las instituciones, y hacer de la alternancia un cambio de régimen.
Me dicen los especialistas que el presidencialismo no se puede cambiar de la noche a la mañana, que se requeriría de un Congreso Constituyente, pero esos enterados y estudiosos del derecho constitucional mexicano, parecen no entender que “al grado de descomposición que ha llegado, el régimen no puede subsistir si la falta de unión, la carencia de organización, la ausencia de concepciones claras siguen manteniendo al gobierno y al Estado en persistente debilidad”, lo que haría de México más un país centroamericano que de América del Norte.
Este tema de las relaciones bilaterales, del discurso dirigido a Estados Unidos y de las exigencias de esa nación para con nuestro gobierno y nuestra sociedad, debe obligarnos a la reflexión propuesta por Simone Weil, quien apunta: “A partir de un cierto grado de opresión, los poderosos logran necesariamente hacerse adorar por sus esclavos. Porque la idea de estar absolutamente doblegado, de ser un juguete de otro resulta insostenible para un ser humano. Por eso, cuando a alguien se le priva de todos los medios de escapar a ese doblegamiento, no se le deja otra salida que convencerse de que las mismas cosas a las que lo obligan él las hace voluntariamente, o dicho de otra manera, no le queda otro remedio que sustituir la obediencia por la abnegación”. Así nos han traído desde hace décadas los capitostes del Pentágono y de la Casa Blanca. Pareciera que Felipe Calderón quiere terminar con esa condición.
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