“Un viento helado…

Jacobo Zabludovsky

…marchita en flor”. La primera vez que sopló ese viento izaron la bandera en Palacio Nacional, se instalaron en el Castillo de Chapultepec y se quedaron con más de la mitad del territorio de México.

Mañana martes regresan para planear la estrategia contra un enemigo común de fuerza sorprendente que amenaza por igual a vencedores y vencidos de 1847. Los estados mayores de cada país, excepción hecha de los presidentes, ajustarán cuentas para corregir lo que “no ha ayudado en nada”, según la señora Janet Napolitano, secretaria de Seguridad Interna de Estados Unidos, cuyas opiniones son “reprobables, no aceptables y falsas”, conforme a un indignado Fernando Gómez Mont, secretario de Gobernación de México.

No será una tertulia grata. No será el aire suave de pausados giros del salón de la Tesorería colmado de automáticos aplaudidores sino el de Amado Nervo el que refrigere la junta. El pleito no es entre Los Pinos y la Casa Blanca, no se equivoquen. Es contra un enemigo cuyo poderío no reconoce límites, enfrentado a gobiernos obligados a respetar sus leyes. Un enemigo infiltrado que se entera de todo antes, dueño de sistemas de producción, distribución, cobro y defensa violenta sin respeto a principio alguno ni a la vida ajena. Un enemigo amorfo, sin trincheras conocidas, corruptor y soberbio.

La reunión de mañana equivale a la fría disección de una estrategia fallida. Hora de recoger cadáveres y reestructurar las bases de una operación cuyos costos y alcances ignoramos. Menospreciar al enemigo es conducta frecuente cuando no se le conoce bien. Es la causa principal del trágico descalabro del que Ciudad Juárez ha sido escaparate mundial.

En agosto de 2008, en el salón de la Tesorería, por supuesto, don Felipe Calderón propuso un Acuerdo Nacional por la Seguridad, la Justicia y la Legalidad basado en 74 compromisos que 200 invitados firmaron, uno por uno, antes de abrazarse jubilosos.

Después hubo otras declaraciones igualmente pomposas e inútiles que califiqué de carabinas de Ambrosio en Bucareli, 22 de septiembre de 2008. No quiero ser de aquellos que exclaman “se los dije”, pero se los dije: “…padecemos una sensación de derrota que debe combatirse ahora mismo. Lo malo es que no sabemos cómo. Los síntomas visibles son desastrosos. Frente al crimen México está hoy peor que nunca”.

El tiempo no se mide por meses o años, sino por miles de muertos. ¿Cuántos? Nadie puede hacer una suma exacta en este combate precipitado como avalancha. Cada día se multiplica el número de los adictos nacionales a la droga, resultado paralelo de consecuencias catastróficas. Basta ya del recurso de maquillar las cifras o acudir a entrevistas domésticas en televisión. El presidente Calderón lo dijo al principio de su mandato aunque no se dio cuenta del tamaño de la verdad: estamos en guerra contra el narco. No estábamos preparados para la batalla.

Mañana se reestructurará la ofensiva antidrogas sobre la base de lo que ha decidido Estados Unidos.

El asesinato de dos ciudadanos suyos tuvo consecuencias inmediatas: el manotazo de Obama, el aviso de que la DEA enviaría agentes a Chihuahua, la calificación de inútil a la acción del Ejército mexicano y el anuncio de la reunión de mañana. Todas estas decisiones salieron de Washington. Ni siquiera se guardaron las formas. México ha sido convocado a ponerse las pilas. Será una reunión decisoria. Otra serie de errores agravaría la situación, habida cuenta de que el enemigo ataca sin tregua.

Cuando le criticaron al anticomunista Winston Churchill haberse unido a José Stalin en la lucha contra Hitler, dijo: “Si para derrotar a los nazis tengo que aliarme con el diablo, díganme dónde lo encuentro”. No es el caso, no exageremos, pero es hora de coordinarse con Estados Unidos, con el resto de América, con quien sea en el mundo para vencer un peligro contra el que no podemos solos, que nos ha hecho retroceder, sufrir un aumento geométrico de asesinatos e inseguridad general.

El fantasma de 1847 flota todavía sobre México y eso es explicable. Pero se necesita algo más que el rencor de viejos agravios para enfrentarse a un fantasma nuevo que da algo más que sustos.

Es de esperar que los mexicanos en la junta de mañana actúen con patriotismo y lógica para no ceder en materia de soberanía, pero, también, entender la necesidad de estrechar fuerzas, de alejar el riesgo inminente de que un enemigo perverso, cruel y astuto decida nuestro destino. No podemos darnos el lujo de perder tiempo.

Estamos en vísperas de algo así como la hora cero, la de actuar. No la de seguir creyendo que gobernar es prometer.

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