John M. Ackerman
El encuentro de los gabinetes de seguridad de Estados Unidos y México que tendrá lugar mañana podría marcar el inicio de una peligrosa nueva época de la relación entre ambos países. El fracaso del gobierno de Felipe Calderón en asegurar la paz y el estado de derecho en nuestro país constituye la mascarada perfecta para justificar un renovado intervencionismo estadunidense. Es necesario mantenernos en alerta para evitar que se sacrifique la soberanía nacional ante la desesperación por contener la crisis en materia de seguridad pública "haiga sido como haiga sido".
Uno de los riesgos más evidentes de la estrategia de Calderón cuando hace tres años envió los militares a las calles fue que la eventual derrota en su "guerra contra el narcotráfico" dejaría al Estado mexicano en una situación de vulnerabilidad extrema. Dado que el Presidente quemó su último "cartucho" desde el principio de su sexenio, el Poder Ejecutivo queda hoy con muy pocas opciones para el futuro. En este contexto, Washington está listo para sacar provecho de la situación, eso sí bajo el discurso de "salvar" al gobierno mexicano de su propia desgracia.
Sería difícil exagerar la importancia de esta reunión, que contará con la presencia simultánea del secretario de Defensa, Robert Gates, la secretaria de Estado, Hillary Clinton, el presidente de las fuerzas armadas conjuntas, Mike Mullen, la secretaria de Seguridad de la Patria, Janet Napolitano, y el director de Inteligencia Nacional, Dennis Blair.
Si bien es cierto que una visita oficial ya había sido programada desde hace un par de meses con objeto de evaluar los avances del Plan Mérida, la reunión de ninguna manera contemplaba la asistencia de tantos funcionarios de alto nivel. Fueron los acontecimientos en Juárez los que modificaron el escenario y sorpresivamente el jueves pasado se confirmó la inédita asistencia de Gates, Mullen y Blair, junto con Clinton y Napolitano.
La participación simultánea de todo el gabinete de seguridad de Estados Unidos en una reunión oficial en México simplemente no tiene antecedente alguno en la historia moderna del país. Cuando hace dos años Gates realizó una visita rápida a nuestro país, era la primera vez que desde 1996 un secretario de Defensa estadunidense había pisado suelo mexicano de manera oficial. Tampoco es factible pensar que Mullen haya abierto un espacio en su atareada agenda de viajes a lugares en guerra o con intervenciones extranjeras para únicamente permitirse hacer turismo diplomático o político. Todos estos funcionarios vienen con una agenda clara.
Ni siquiera en 1985, en el contexto del asesinato del agente de la DEA Enrique Camarena, tuvo lugar un despliegue tan importante de personalidades y autoridades de Estados Unidos en el territorio nacional. Si bien en aquella época el embajador John Gavin presionó de manera importante al gobierno mexicano, las sensibilidades nacionalistas que todavía estaban presentes entre los políticos y los ciudadanos simplemente no hubieran tolerado una "visita de Estado" de esta naturaleza.
Hoy, sin embargo, la situación es radicalmente diferente. El gobierno actual no esconde su admiración irrestricta para Estados Unidos y hace todo lo posible por complacer a su gobierno en materia política, económica y de seguridad pública. Hoy, la "colaboración" entre las fuerzas de seguridad de los dos países es cada día más estrecha, lo que ya ha incluido el establecimiento de una oficina de inteligencia binacional en la ciudad de México y la presencia de cada vez más "enlaces" y agentes especiales en el país.
Después de su visita en 2008, Gates declaró: "Yo diría que la relación [militar entre México y Estados Unidos] es limitada, pero ambos lados están buscando oportunidades en que podamos ampliarla de manera cautelosa". El asesinato de tres personas vinculadas con el consulado estadunidense en Ciudad Juárez presenta una excelente "oportunidad" precisamente para "ampliar" esta colaboración militar.
En su columna de ayer en el periódico Reforma, Juan Pardinas prepara el terreno para la ominosa presencia de soldados extranjeros en las calles de nuestro país. Propone que México deje de lado su pasado nacionalista e ingrese de una vez por todas a la Organización del Tratado del Atlántico del Norte (OTAN), alianza militar bajo la tutela de Estados Unidos. Así, argumenta el columnista, tendríamos derecho a pedir de manera inmediata la presencia de tropas estadunidenses.
Pero ya sabemos en qué terminan este tipo de propuestas. Unos meses después de que Carlos Salinas consiguiera su gran "éxito" histórico de ingresar a México en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, el país se hundió en una de las crisis económicas más grandes de la historia reciente. No vaya a ser que, de lograr el ingreso de México a la OTAN, nos salga de igual modo y nos lleve a la consolidación definitiva de un Narcoestado en nuestro país.
La solución a este grave problema no provendrá de fáciles estrategias mediáticas, "internacionalistas" o militares, ni mucho menos del sacrificio de nuestra soberanía, sino que se construiría a partir de una renovada voluntad política que recupere lo mejor de nuestra larga tradición de lucha ciudadana y debe partir de las exigencias actuales de transparencia, rendición de cuentas y de un compromiso irrestricto con los derechos humanos y el estado de derecho.
El encuentro de los gabinetes de seguridad de Estados Unidos y México que tendrá lugar mañana podría marcar el inicio de una peligrosa nueva época de la relación entre ambos países. El fracaso del gobierno de Felipe Calderón en asegurar la paz y el estado de derecho en nuestro país constituye la mascarada perfecta para justificar un renovado intervencionismo estadunidense. Es necesario mantenernos en alerta para evitar que se sacrifique la soberanía nacional ante la desesperación por contener la crisis en materia de seguridad pública "haiga sido como haiga sido".
Uno de los riesgos más evidentes de la estrategia de Calderón cuando hace tres años envió los militares a las calles fue que la eventual derrota en su "guerra contra el narcotráfico" dejaría al Estado mexicano en una situación de vulnerabilidad extrema. Dado que el Presidente quemó su último "cartucho" desde el principio de su sexenio, el Poder Ejecutivo queda hoy con muy pocas opciones para el futuro. En este contexto, Washington está listo para sacar provecho de la situación, eso sí bajo el discurso de "salvar" al gobierno mexicano de su propia desgracia.
Sería difícil exagerar la importancia de esta reunión, que contará con la presencia simultánea del secretario de Defensa, Robert Gates, la secretaria de Estado, Hillary Clinton, el presidente de las fuerzas armadas conjuntas, Mike Mullen, la secretaria de Seguridad de la Patria, Janet Napolitano, y el director de Inteligencia Nacional, Dennis Blair.
Si bien es cierto que una visita oficial ya había sido programada desde hace un par de meses con objeto de evaluar los avances del Plan Mérida, la reunión de ninguna manera contemplaba la asistencia de tantos funcionarios de alto nivel. Fueron los acontecimientos en Juárez los que modificaron el escenario y sorpresivamente el jueves pasado se confirmó la inédita asistencia de Gates, Mullen y Blair, junto con Clinton y Napolitano.
La participación simultánea de todo el gabinete de seguridad de Estados Unidos en una reunión oficial en México simplemente no tiene antecedente alguno en la historia moderna del país. Cuando hace dos años Gates realizó una visita rápida a nuestro país, era la primera vez que desde 1996 un secretario de Defensa estadunidense había pisado suelo mexicano de manera oficial. Tampoco es factible pensar que Mullen haya abierto un espacio en su atareada agenda de viajes a lugares en guerra o con intervenciones extranjeras para únicamente permitirse hacer turismo diplomático o político. Todos estos funcionarios vienen con una agenda clara.
Ni siquiera en 1985, en el contexto del asesinato del agente de la DEA Enrique Camarena, tuvo lugar un despliegue tan importante de personalidades y autoridades de Estados Unidos en el territorio nacional. Si bien en aquella época el embajador John Gavin presionó de manera importante al gobierno mexicano, las sensibilidades nacionalistas que todavía estaban presentes entre los políticos y los ciudadanos simplemente no hubieran tolerado una "visita de Estado" de esta naturaleza.
Hoy, sin embargo, la situación es radicalmente diferente. El gobierno actual no esconde su admiración irrestricta para Estados Unidos y hace todo lo posible por complacer a su gobierno en materia política, económica y de seguridad pública. Hoy, la "colaboración" entre las fuerzas de seguridad de los dos países es cada día más estrecha, lo que ya ha incluido el establecimiento de una oficina de inteligencia binacional en la ciudad de México y la presencia de cada vez más "enlaces" y agentes especiales en el país.
Después de su visita en 2008, Gates declaró: "Yo diría que la relación [militar entre México y Estados Unidos] es limitada, pero ambos lados están buscando oportunidades en que podamos ampliarla de manera cautelosa". El asesinato de tres personas vinculadas con el consulado estadunidense en Ciudad Juárez presenta una excelente "oportunidad" precisamente para "ampliar" esta colaboración militar.
En su columna de ayer en el periódico Reforma, Juan Pardinas prepara el terreno para la ominosa presencia de soldados extranjeros en las calles de nuestro país. Propone que México deje de lado su pasado nacionalista e ingrese de una vez por todas a la Organización del Tratado del Atlántico del Norte (OTAN), alianza militar bajo la tutela de Estados Unidos. Así, argumenta el columnista, tendríamos derecho a pedir de manera inmediata la presencia de tropas estadunidenses.
Pero ya sabemos en qué terminan este tipo de propuestas. Unos meses después de que Carlos Salinas consiguiera su gran "éxito" histórico de ingresar a México en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, el país se hundió en una de las crisis económicas más grandes de la historia reciente. No vaya a ser que, de lograr el ingreso de México a la OTAN, nos salga de igual modo y nos lleve a la consolidación definitiva de un Narcoestado en nuestro país.
La solución a este grave problema no provendrá de fáciles estrategias mediáticas, "internacionalistas" o militares, ni mucho menos del sacrificio de nuestra soberanía, sino que se construiría a partir de una renovada voluntad política que recupere lo mejor de nuestra larga tradición de lucha ciudadana y debe partir de las exigencias actuales de transparencia, rendición de cuentas y de un compromiso irrestricto con los derechos humanos y el estado de derecho.
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