Bernardo Bátiz V.
El abogado Mauro González Luna, integrante del Foro Democrático y diputado ex-terno del PRD, en flamígero discurso llamó a los panistas de la 56 Legislatura, no recuerdo por qué motivo, "sepulcros blanqueados". Al comentar el debate y sus vicisitudes le manifesté a Mauro, elocuente orador, que el calificativo me parecía excesivo.
Al voltear de una docena de años, al enterarme del proyecto panista de reforma laboral, no puedo menos que reiterar el reclamo. Son sepulcros blanqueados, se rasgan las vestiduras por pequeñeces y cuestiones menores, pero no tienen escrúpulo alguno en proponer modificaciones a la ley laboral que van directamente en contra de los derechos de los cada vez más empobrecidos y marginados trabajadores mexicanos y no les importa chocar con los principios antaño sostenidos por el Partido Acción Nacional, de justicia social y búsqueda de una mejor distribución de la riqueza.
Se han olvidado de su lema, que pide "una vida mejor y más justa para todos", no sólo para los dueños del capital y los altos funcionarios. Entre esos todos están sin duda quienes no tienen más patrimonio que la fuerza de su trabajo.
Con toda razón, el reciente desplegado del Frente Auténtico del Trabajo reclama omisiones en el proyecto y señala la cancelación de derechos que parecían ya conquistas indeclinables de los trabajadores. El proyecto panista fortalece la desigualdad y la injusticia, y de aprobarse haría imposible la elevación social y económica de quienes prestan sus servicios a cambio de un salario.
Los olvidadizos panistas debieran releer a Adolfo Christlieb Ibarrola, quien en Solidaridad y participación sostenía que "cada reconocimiento de la dignidad del trabajo humano que la historia registra implica paralelamente un ajuste, una modificación o una restricción al concepto de propiedad" y, citando nada menos que al ilustre rector de la UNAM Mario de la Cueva, recuerda que "la historia del derecho del trabajo es uno de los episodios de la lucha del hombre por la libertad, la dignidad personal y social y por la conquista de un mínimo de bienestar, que a la vez que dignifique la vida de la persona humana facilite y fomente el desarrollo de la razón y la conciencia".
En su arremetida en contra del sindicalismo libre e independiente del Estado y de los grandes consorcios, olvidan los panistas de hoy, si es que lo conocieron alguna vez, el discurso de campaña de Efraín González Morfín, quien en 1970 recordaba que para defender sus derechos de trabajo, mejorar sus ingresos y cambiar su condición económica tiene el obrero mexicano dos medios: el sindicato y la actividad ciudadana.
En ese discurso Efraín defiende al sindicato autónomo y al hablar de la lucha por el sufragio efectivo propone que ésta se dé, en el caso de los trabajadores, en la vida política de la nación, pero también en su sindicato, puesto que con esta lucha estarán los obreros defendiendo su dignidad y su derecho a participar en las decisiones que afectan su destino.
Otra distinguida panista que ha sido diputada, senadora y dirigente de su partido, doña María Elena Álvarez de Vicencio, en un bello libro de 1986, Alternativa democrática, al hablar del tema trabajo, en lo que llama el modelo de nación del PAN, dice que "el aspecto del trabajo parte de las premisas de que éste tiene preminencia sobre los bienes materiales e instrumentales que son objeto de propiedad, y reconoce al trabajo como la proyección del derecho a la vida y a la libertad y como el valor más importante del desarrollo".
Estas ideas, que movieron durante muchos años la acción política y social de militantes de las filas panistas, tuvieron su expresión más acabada en la Proyección de los principios de doctrina, aprobados por el partido en 1965 y que ahora, según la reforma que proponen, deben estar arrumbados en el archivo de los documentos inútiles.
¿Cómo compaginan? Los autores del proyecto, que es evidentemente un documento que promueve los privilegios del capital y arrebata a los trabajadores los derechos que habían conquistado en largas luchas sociales y políticas, que siguen vigentes en el artículo 123 constitucional, pero que también encuentran precedentes y fuentes, lo mismo en las doctrinas socialistas del siglo XIX que en las encíclicas sociales de la Iglesia, con lo pretendido para la nueva legislación.
En la citada Proyección de principios leemos el siguiente párrafo que recomendamos a los proponentes: "El trabajo, actividad inmediata de la persona, tiene preminencia como principio ordenador de la economía social, sobre los bienes materiales e instrumentales que son objeto de propiedad. Considerar el trabajo humano como mercancía o como simple elemento de la producción atenta contra la dignidad del trabajador y contra el orden de la comunidad".
Sosteníamos entonces que los trabajadores debieran tener, además de su derecho al salario justo, a su jornada de ocho horas y a su descanso obligatorio, oportunidad de integrarse a la empresa y participar no sólo en las utilidades o ganancias, sino también en la propiedad y en la dirección de la misma.
Hoy estos panistas olvidadizos no aceptan que los trabajadores puedan ser copropietarios de la empresa, sino que, con las reformas que proponen, les regatean con argucias y fórmulas confusas, sus derechos individuales y colectivos que la Constitución les reconoce. No hay que olvidar que el derecho laboral forma parte de lo que los juristas reconocen como el derecho social, diferente al derecho público y al derecho privado, y que tiene como función primordial proteger a un sector de la sociedad que evidentemente se encuentra en desventaja y sería víctima de injusticias y atropellos si no contara con una legislación protectora.
El abogado Mauro González Luna, integrante del Foro Democrático y diputado ex-terno del PRD, en flamígero discurso llamó a los panistas de la 56 Legislatura, no recuerdo por qué motivo, "sepulcros blanqueados". Al comentar el debate y sus vicisitudes le manifesté a Mauro, elocuente orador, que el calificativo me parecía excesivo.
Al voltear de una docena de años, al enterarme del proyecto panista de reforma laboral, no puedo menos que reiterar el reclamo. Son sepulcros blanqueados, se rasgan las vestiduras por pequeñeces y cuestiones menores, pero no tienen escrúpulo alguno en proponer modificaciones a la ley laboral que van directamente en contra de los derechos de los cada vez más empobrecidos y marginados trabajadores mexicanos y no les importa chocar con los principios antaño sostenidos por el Partido Acción Nacional, de justicia social y búsqueda de una mejor distribución de la riqueza.
Se han olvidado de su lema, que pide "una vida mejor y más justa para todos", no sólo para los dueños del capital y los altos funcionarios. Entre esos todos están sin duda quienes no tienen más patrimonio que la fuerza de su trabajo.
Con toda razón, el reciente desplegado del Frente Auténtico del Trabajo reclama omisiones en el proyecto y señala la cancelación de derechos que parecían ya conquistas indeclinables de los trabajadores. El proyecto panista fortalece la desigualdad y la injusticia, y de aprobarse haría imposible la elevación social y económica de quienes prestan sus servicios a cambio de un salario.
Los olvidadizos panistas debieran releer a Adolfo Christlieb Ibarrola, quien en Solidaridad y participación sostenía que "cada reconocimiento de la dignidad del trabajo humano que la historia registra implica paralelamente un ajuste, una modificación o una restricción al concepto de propiedad" y, citando nada menos que al ilustre rector de la UNAM Mario de la Cueva, recuerda que "la historia del derecho del trabajo es uno de los episodios de la lucha del hombre por la libertad, la dignidad personal y social y por la conquista de un mínimo de bienestar, que a la vez que dignifique la vida de la persona humana facilite y fomente el desarrollo de la razón y la conciencia".
En su arremetida en contra del sindicalismo libre e independiente del Estado y de los grandes consorcios, olvidan los panistas de hoy, si es que lo conocieron alguna vez, el discurso de campaña de Efraín González Morfín, quien en 1970 recordaba que para defender sus derechos de trabajo, mejorar sus ingresos y cambiar su condición económica tiene el obrero mexicano dos medios: el sindicato y la actividad ciudadana.
En ese discurso Efraín defiende al sindicato autónomo y al hablar de la lucha por el sufragio efectivo propone que ésta se dé, en el caso de los trabajadores, en la vida política de la nación, pero también en su sindicato, puesto que con esta lucha estarán los obreros defendiendo su dignidad y su derecho a participar en las decisiones que afectan su destino.
Otra distinguida panista que ha sido diputada, senadora y dirigente de su partido, doña María Elena Álvarez de Vicencio, en un bello libro de 1986, Alternativa democrática, al hablar del tema trabajo, en lo que llama el modelo de nación del PAN, dice que "el aspecto del trabajo parte de las premisas de que éste tiene preminencia sobre los bienes materiales e instrumentales que son objeto de propiedad, y reconoce al trabajo como la proyección del derecho a la vida y a la libertad y como el valor más importante del desarrollo".
Estas ideas, que movieron durante muchos años la acción política y social de militantes de las filas panistas, tuvieron su expresión más acabada en la Proyección de los principios de doctrina, aprobados por el partido en 1965 y que ahora, según la reforma que proponen, deben estar arrumbados en el archivo de los documentos inútiles.
¿Cómo compaginan? Los autores del proyecto, que es evidentemente un documento que promueve los privilegios del capital y arrebata a los trabajadores los derechos que habían conquistado en largas luchas sociales y políticas, que siguen vigentes en el artículo 123 constitucional, pero que también encuentran precedentes y fuentes, lo mismo en las doctrinas socialistas del siglo XIX que en las encíclicas sociales de la Iglesia, con lo pretendido para la nueva legislación.
En la citada Proyección de principios leemos el siguiente párrafo que recomendamos a los proponentes: "El trabajo, actividad inmediata de la persona, tiene preminencia como principio ordenador de la economía social, sobre los bienes materiales e instrumentales que son objeto de propiedad. Considerar el trabajo humano como mercancía o como simple elemento de la producción atenta contra la dignidad del trabajador y contra el orden de la comunidad".
Sosteníamos entonces que los trabajadores debieran tener, además de su derecho al salario justo, a su jornada de ocho horas y a su descanso obligatorio, oportunidad de integrarse a la empresa y participar no sólo en las utilidades o ganancias, sino también en la propiedad y en la dirección de la misma.
Hoy estos panistas olvidadizos no aceptan que los trabajadores puedan ser copropietarios de la empresa, sino que, con las reformas que proponen, les regatean con argucias y fórmulas confusas, sus derechos individuales y colectivos que la Constitución les reconoce. No hay que olvidar que el derecho laboral forma parte de lo que los juristas reconocen como el derecho social, diferente al derecho público y al derecho privado, y que tiene como función primordial proteger a un sector de la sociedad que evidentemente se encuentra en desventaja y sería víctima de injusticias y atropellos si no contara con una legislación protectora.
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