Sacerdotes mexicanos pederastas

Eduardo Ibarra Aguirre

¿Sabe usted cuántos sacerdotes ejercen la pederastia en México? Por supuesto que no. El dato ni siquiera lo conoce la Conferencia del Episcopado Mexicano, si nos atenemos a lo declarado por el secretario de relaciones de ésta.

La razón de tan inquietante ignorancia, sobre todo para los padres que dejan en manos de aquéllos a sus hijos, obedece a que cada obispo rinde directamente un reporte de esa información al Vaticano. Y entonces cada arquidiócesis y diócesis es responsable de lo que sucede con sus sacerdotes.

El verticalismo de la milenaria institución condujo a que ni siquiera la Secretaría General de la organización cupular tenga clara idea de una práctica tan extendida que está cimbrando los cimientos del gigantesco edificio, tanto espiritual como material, con el masivo caso de Irlanda y la cadena de hechos que empezó a destaparse en Alemania –en la región donde ejerció Joseph Ratzinger, así como en la que trabaja su hermano-, Suiza, Estados Unidos y México. Aquí muy bien ilustrados con los testimonios recogidos por Sanjuana Martínez y otros colegas sobre el medio siglo de pedofilia y adicciones a narcóticos de Marcial Maciel Degollado, el arquitecto de la Legión de Cristo y eficaz abastecedor de recursos financieros al Vaticano.

De 1955 data el testimonio que le compartí -el 15 de septiembre de 2006- sobre Alfonso Ornelas, el párroco de la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús en Matamoros, Tamaulipas, quien se masturbó en el confesionario mientras una niña de ocho años le confesó los abusos sexuales de que fue víctima por un matrimonio. Y al padrecito nadie lo molestó nunca.

Lo peor de todo es que en la jerarquía católica “no se ha hablado, entre lo que tengo entendido y escuchado”, de la intención de integrar un expediente de los casos de pederastia en México, declaró tan campante Manuel Corral. Tanta soberbia y abulia peligrosamente juntas, sólo fue evidente en el muy católico grupo gobernante durante 2008 y 2009.

Allí está el notabilísimo caso de Norberto Rivera Carrera. A marchas forzadas hace maniobras para deslindarse de Maciel Degollado, el hombre de cincuentenaria carrera delictiva, al que siempre le brindó protección explícita, como aseguraron a la reportera regiomontana el otrora sacerdote Alberto Athié y el ahora escritor Fernando González.

“Ése es un complot contra la Iglesia”, le dijo Rivera Carrera a González y lo corrió de su oficina. El autor de La iglesia del silencio. De mártires y pederastas, no tiene la menor duda de que el cardenal “Es un cómplice radical de Marcial Maciel”. Los cómplices de éste son los que persiguen a Alejandro Espinosa, autor de El Legionario, el primer libro sobre el caso y ausente en librerías.

Del 11 de mayo de 1997 data la primera defensa pública que hizo Rivera del violador de sus propios hijos, mexicanos porque también tiene en España, cuando increpó a Salvador Guerrero Chiprés, el autor de la primicia sobre el tema: “Eso es totalmente falso, son inventos y tú nos debes platicar cuánto te pagaron”. El que estaba pagando y por adelantado los buenos oficios de Marcial era otro, el obispo que el 18 de enero de 1998 fue ascendido por Juan Pablo II a “cardenal presbítero de la Santa Iglesia de Roma”.

Entre más tarde el duranguense en asumir su reiterada práctica de proteger a Maciel, más altos costos pagará y los platos rotos afectarán más a la Arquidiócesis de México y toda la institución. Tampoco puede darse el lujo de olvidar que es investigado judicialmente en Los Ángeles, California, por proteger al sacerdote pederasta Nicolás Aguilar.

Proteger pederastas ya no es rentable en ningún terreno, señor cardenal.

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