Pinocho

José Gil Olmos

Pinocho no encontraba su curul el martes pasado en la Cámara de Diputados. Iba de un lugar a otro de las bancadas del PRI y el PAN, un poco perdido. Los fotógrafos se divertían viéndolo deambular entre las sillas legislativas, en un juego en el que nadie quería participar.

Era el juego de la mentira, de la impostura, el juego del que los políticos mexicanos forman parte desde hace mucho tiempo y que, paradójicamente, quieren ocultar detrás de máscaras discursos y convenios revestidos de supuestos ideales democráticos.

Muy temprano, antes de que empezara la sesión, la diputada del PRI, María Estela Fuentes, llevó a Pinocho en su auto al palacio legislativo, pensando quizá que haría la mejor obra de su gestión como representante popular y que le haría el día a los dirigentes de su partido.

Para ir a la Cámara de Diputados, Pinocho se había vestido de colores. De moño azul, playera amarilla, gorro naranja y pantalón de peto rojo, el niño de la nariz alargada por las mentiras esbozaba una sonrisa y una mirada pícara que a todos hacia reír. Bueno, a casi todos.

Desde que lo cargó para entrar al salón legislativo, a la diputada María Estela Fuentes ya se le veía divertida con Pinocho y lo abrazaba, aprovechando que el niño de madera tenía siempre los brazos abiertos. Cuando entraron al enorme salón de sesiones de inmediato llamaron la atención. Hubo sonrisas burlonas y también miradas de reprobación.

Pero esto último no le importó al hijo de Don Gepeto, que como invitado especial siempre reía divertido, con los ojos azules fijos en el escenario donde los diputados del PRI y el PAN se peleaban acusándose mutuamente de que por mentirosos les iba a pasar lo mismo que a él. Les crecería la nariz sin poderlo ocultar.

Durante tres horas, los diputados del PRI y el PAN se acusaron de mentir, azuzados por los del PRD, que recriminaban a los primeros la firma de un “convenio político”, en el que los priistas se comprometían a apoyar la política presupuestaria del gobierno de Felipe Calderón, basada en aumento de impuestos, a cambio de que los panistas no realizaran alianzas con ningún otro partido en las elecciones estatales de este año, sobre todo para la del Estado de México en 2011, a fin de no poner en riesgo la carrera desaforada de Enrique Peña Nieto rumbo a la silla presidencial.

Desde su curul de invitado, Pinocho escuchaba atento las diatribas de la dirigente nacional del PRI, Beatriz Paredes, excusándose de la firma del documento.

“Porque tengo la conciencia tranquila, porque hago política con altura de miras, porque valoro la capacidad de acuerdo, pero también la capacidad de disensión y la verdad, ruego que se dé lectura al texto”, dijo, pidiendo se diera a conocer el convenio que ya todos conocían.

En eso estaba el niño de la nariz larga, cuando de pronto fue alzado en vilo por su anfitriona. Los priistas querían que ocupara la curul del dirigente nacional del PAN que estaba ausente, lejos del palacio legislativo, negociando con el PRD otras alianzas electorales.

Sin embargo, la diputada Fuentes se topó con el panista Camilo Ramírez, quien tomó a Pinocho y lo arrojó al pasillo, evitando que ocupara otro asiento para seguir atento a la larga lista de oradores que se seguían acusando de mentirosos.

Del suelo, la misma diputada que lo invitó a San Lázaro recogió a Pinocho y, de nuevo en sus brazos, le buscaron un nuevo sitio.

Se le ocurrió entonces a la legisladora ponerlo exactamente detrás del coordinador de la bancada del PRI, Francisco Rojas, y un poco más atrás de la curul de Beatriz Paredes, quien escuchaba atenta las acusaciones en su contra por haber escondido el convenio también firmado –desde octubre– por el secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, y el secretario de Gobierno del Estado de México, Luis Enrique Miranda.

Pinocho estaba contento otra vez en su nueva curul. Atento escuchaba al vicecoordinador panista Roberto Gil Zuarth, quien empezó hablando de la dignificación de la política. “No aprobamos los diputados del PAN la política fiscal, la política presupuestal ni por chantajes ni a cambio de alianzas o de votos electorales. Los legisladores panistas no tienen mancha”, afirmó el panista, ante la mirada inescrutable de Pinocho.

En esas estaba el invitado especial, cuando de pronto sintió la mirada iracunda de Beatriz Paredes y Francisco Rojas. Al percatarse de su presencia por las fotos que le tomaron desde uno de los balcones, de inmediato ordenaron su retiro de la sesión.

Pinocho fue sacado en vilo del salón legislativo y ya no escuchó las elucubraciones del histriónico panista Javier Corral acusando al senador Manlio Fabio Beltrones de filtrar el convenio para dañar los planes de Peña Nieto; tampoco las del perredista Guadalupe Naranjo atacando al gobernador del Estado de México, y menos las del diputado priista César Augusto Santiago, quien recordó que desde hace mucho tiempo en la política mexicana existe la práctica secreta de los acuerdos políticos y que, gracias a ellos, algunos han llegado al poder, como Felipe Calderón.

Pinocho había escuchado lo suficiente antes de salir volando del Palacio de San Lázaro. Pero salió con su sonrisa enigmática, sabiendo que entre ciertas personas, sobre todo los políticos mexicanos, la mentira es inevitable. Y que a todos, sin que se dieran cuenta, les había crecido la nariz, pero ninguna hada madrina los podría ayudar, como sí lo ayudaron a él.

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