Ing. Edgar Cortés
La pintura mural en nuestro país tiene tradición desde los tiempos remotos del pasado indígena, continúa en las primeras épocas de la Nueva España y luego en el movimiento neoclásico.
Durante la primera mitad del siglo XX la aparición de grandes pintores cuya obra fundamental se encuentra realizada en escala heroica sobre los muros de los edificios públicos es hoy por hoy uno de los mayores acontecimientos culturales de México.
En el año 1922 se inició el formidable movimiento de la nueva pintura mexicana, que se caracterizó desde su nacimiento por tres valores fundamentales: lo nacional, lo popular y lo revolucionario. En la conjunción de esos tres valores el movimiento logró una fructífera cohesión. No se exagera al afirmar que entre todas las artes mexicanas contemporáneas, el muralismo libró desde su inicio la más abierta, valiente y fructífera batalla por la libertad de expresión, que es al fin de cuentas, la libertad de creación.
Es indudable que el muralismo mexicano es un fruto de las condiciones producidas por la revolución agrario- democrático- burguesa iniciada en 1910, pero el pensamiento avanzado de sus mejores artistas le permitió sobrepasar el marco ideológico de la Revolución Mexicana y llegar a obras que son ejemplos cumbres del realismo de nuestro tiempo.
Los creadores del movimiento de la pintura mural expresaron a su manera sus antecedentes y sus objetivos. David Alfaro Siqueiros da importancia política a la huelga de estudiantes de la Escuela de Bellas Artes (1911-1913), y a otras actividades en que tomó parte en la Escuela de Pintura al Aire Libre, en Santa Anita, así como a los años de la Revolución, que indudablemente fecundaron su experiencia de varios modos. Clemente Orozco ha contado que los artistas, entonces jóvenes, entusiasmados y capitaneados por el Dr. Atl, después de la exposición del “Centenario” en la Academia (1910), se organizaron en el “Centro Artístico”, sociedad cuyo objetivo exclusivo era conseguir del Gobierno muros de los edificios públicos, para pintar. Pero al obtener el Anfiteatro de la Escuela Nacional Preparatoria estalló la Revolución y el proyecto quedó pospuesto.
Respecto al movimiento muralista podemos afirmar que las ideas que le iban a dar vida ya existían en México, se desarrollaron y definieron entre 1900 y 1920, por lo cual la pintura mural se encontró en 1922 con la mesa puesta. Siqueiros estaba en París en 1920, después de haber radicado en España e Italia, y junto con Rivera, discutieron allí sobre “la necesidad de transformar el arte mexicano, creando un movimiento nacional y popular”.
Por una parte el Dr. Atl y un grupo de artistas entre los que estaba Orozco, ya tenían la conciencia y el entusiasmo para revivir la pintura mural y por otra, Rivera y Siqueiros en Europa se encontraban en similar actitud. Así, cuando ambos regresaron a México en 1921, se reunieron con sus compañeros y constituyeron el Sindicato de Pintores y Escultores. Por esa época el país iniciaba un período de reorganización y el ambiente fue propicio para realizar los anhelos reprimidos años atrás. El resplandeciente Sindicato lanzó un “manifiesto” (1922) que tenía un fuerte acento social y político, redactado por Siqueiros y que firmaron todos los artistas agrupados.
El manifiesto se apoyaba en los valores de nuestra raza, especialmente en lo indio, para exaltar su “peculiar talento para crear belleza” y consideraba “su tradición como nuestra posesión más grande”. Interesaba la tradición por ser expresión colectiva, pues el objetivo principal era socializar el arte y borrar el individualismo por burgués. Repudiaba la pintura de caballete y glorificaba el Arte Monumental por ser propiedad pública. Proclamaba que los artistas debían producir “obras de valor ideológico para el pueblo, para todos, de educación y de batalla”.
La pintura mural en nuestro país tiene tradición desde los tiempos remotos del pasado indígena, continúa en las primeras épocas de la Nueva España y luego en el movimiento neoclásico.
Durante la primera mitad del siglo XX la aparición de grandes pintores cuya obra fundamental se encuentra realizada en escala heroica sobre los muros de los edificios públicos es hoy por hoy uno de los mayores acontecimientos culturales de México.
En el año 1922 se inició el formidable movimiento de la nueva pintura mexicana, que se caracterizó desde su nacimiento por tres valores fundamentales: lo nacional, lo popular y lo revolucionario. En la conjunción de esos tres valores el movimiento logró una fructífera cohesión. No se exagera al afirmar que entre todas las artes mexicanas contemporáneas, el muralismo libró desde su inicio la más abierta, valiente y fructífera batalla por la libertad de expresión, que es al fin de cuentas, la libertad de creación.
Es indudable que el muralismo mexicano es un fruto de las condiciones producidas por la revolución agrario- democrático- burguesa iniciada en 1910, pero el pensamiento avanzado de sus mejores artistas le permitió sobrepasar el marco ideológico de la Revolución Mexicana y llegar a obras que son ejemplos cumbres del realismo de nuestro tiempo.
Los creadores del movimiento de la pintura mural expresaron a su manera sus antecedentes y sus objetivos. David Alfaro Siqueiros da importancia política a la huelga de estudiantes de la Escuela de Bellas Artes (1911-1913), y a otras actividades en que tomó parte en la Escuela de Pintura al Aire Libre, en Santa Anita, así como a los años de la Revolución, que indudablemente fecundaron su experiencia de varios modos. Clemente Orozco ha contado que los artistas, entonces jóvenes, entusiasmados y capitaneados por el Dr. Atl, después de la exposición del “Centenario” en la Academia (1910), se organizaron en el “Centro Artístico”, sociedad cuyo objetivo exclusivo era conseguir del Gobierno muros de los edificios públicos, para pintar. Pero al obtener el Anfiteatro de la Escuela Nacional Preparatoria estalló la Revolución y el proyecto quedó pospuesto.
Respecto al movimiento muralista podemos afirmar que las ideas que le iban a dar vida ya existían en México, se desarrollaron y definieron entre 1900 y 1920, por lo cual la pintura mural se encontró en 1922 con la mesa puesta. Siqueiros estaba en París en 1920, después de haber radicado en España e Italia, y junto con Rivera, discutieron allí sobre “la necesidad de transformar el arte mexicano, creando un movimiento nacional y popular”.
Por una parte el Dr. Atl y un grupo de artistas entre los que estaba Orozco, ya tenían la conciencia y el entusiasmo para revivir la pintura mural y por otra, Rivera y Siqueiros en Europa se encontraban en similar actitud. Así, cuando ambos regresaron a México en 1921, se reunieron con sus compañeros y constituyeron el Sindicato de Pintores y Escultores. Por esa época el país iniciaba un período de reorganización y el ambiente fue propicio para realizar los anhelos reprimidos años atrás. El resplandeciente Sindicato lanzó un “manifiesto” (1922) que tenía un fuerte acento social y político, redactado por Siqueiros y que firmaron todos los artistas agrupados.
El manifiesto se apoyaba en los valores de nuestra raza, especialmente en lo indio, para exaltar su “peculiar talento para crear belleza” y consideraba “su tradición como nuestra posesión más grande”. Interesaba la tradición por ser expresión colectiva, pues el objetivo principal era socializar el arte y borrar el individualismo por burgués. Repudiaba la pintura de caballete y glorificaba el Arte Monumental por ser propiedad pública. Proclamaba que los artistas debían producir “obras de valor ideológico para el pueblo, para todos, de educación y de batalla”.
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