Gerardo Fernández Casanova
“Que el fraude electoral jamás se olvide”
En México nos llueve sobre mojado. A la debacle gubernamental panista se agrega un peligroso aumento cualitativo y cuantitativo de la injerencia yanqui en los asuntos nacionales, amparado en el consabido argumento de la seguridad y el combate al terrorismo y al crimen organizado. Detrás de las anodinas informaciones dadas a la prensa, se ocultan los pormenores del contenido de las conversaciones y los verdaderos compromisos asumidos por las partes, por lo que se necesita averiguarlos e inferirlos mediante el análisis de los hechos concurrentes.
El presidente Obama generó una expectativa positiva de nuevo trato con las naciones de la América Latina, la que llevó a que, en la cumbre de Trinidad y Tobago, se le recibiera con un buen trato igualitario. Ello fue suficiente para que al flamante presidente le apretaran las tuercas los archiconocidos dueños del poder del imperio, los que no sólo pararon en seco el discurso fresco del afroamericano, sino que recrudecieron su actitud imperial mediante su ariete incrustado: la señora Clinton. Fue debut y despedida. Vino el golpe de Honduras, respecto del que Obama sólo alcanzó a balbucear una especie de rechazo, claramente desmentido por el juego diplomático que consolidó el atraco diseñado desde el pentágono y el departamento de estado yanquis. En paralelo se urdió el avance del control militar con las siete bases en suelo colombiano, con el consiguiente efecto disuasivo para el esfuerzo emancipador latinoamericano, enfocado a la desestabilización del gobierno venezolano. En todo el continente se vieron multiplicados los recursos destinados a oxigenar a los sectores de la oligarquía criolla, entre los que destaca la que en Argentina pretende derrocar a la presidenta. Especial mención reclama la virulenta reanimación de la escuálida oposición cubana; entre huelgas de hambre y marchas de una veintena de mujeres vestidas de blanco, con los reflectores de la prensa internacional a su servicio, pretenden escalar la belicosidad contra el régimen de la revolución. Van a poner toda la carne en el asador para impedir la continuación del proyecto libertario brasileño. El hilo conductor de la política norteamericana en el continente pasa por el intento de recuperar el terreno perdido ante los movimientos populares de emancipación. Es tal la arremetida que muchos comienzan a añorar al majadero Bush.
El caso de México sólo es diferente en la forma. Aquí cuentan con un régimen totalmente plegado a sus intereses, a cuya fraudulenta toma del poder contribuyeron; la movilización popular no se distingue por un discurso antiyanqui o antiimperialista como los de la izquierda de antaño. El propio López Obrador se cuida de no ofender al poderoso vecino y se limita a pedirle que no abuse de la debilidad de Calderón; reclama cooperación y rechaza la injerencia. Lo que realmente les preocupa a los gringos es la tremenda incapacidad de Calderón para gobernar, lo que constituye una seria amenaza de que el pueblo organizado decida el cambio de régimen y, en consecuencia, se vean en peligro los intereses que impusieron al actualmente vigente. Vienen a apuntalar al inútil presidente espurio y a fortalecer el esquema de control militar de la disidencia. Hay algo que me dice que no se trata de un simple apoyo a Calderón: el asesinato de dos elementos cercanos al consulado yanqui en Ciudad Juárez detonó la arremetida de la señora Clinton; me recuerda la metodología de sus intervenciones agresivas: la detención de unos marines escandalosamente borrachos en una cantina de Tampico fue pretexto para el bloqueo de los puertos mexicanos del golfo; el hundimiento de dos barcos petroleros mexicanos, falsamente imputado a submarinos alemanes, forzó el rompimiento de la neutralidad en la segunda guerra mundial; así mismo el incendio de un barco gringo en La Habana sirvió de pretexto para la intervención yanqui en la guerra contra España y la imposición del dominio imperial en la isla; el siniestro de las Torres Gemelas del 11-S, “justificó” las guerras de invasión a Afganistán e Irak, y muchos otros ejemplos de la manera de actuar de los vecinos que ya ni se preocupan por dar verosimilitud a sus argumentos injerencistas.
Con tales antecedentes en mente, no puedo más que manifestar una gran preocupación y molestia por el rumbo que toman los acontecimientos. Nadie debe ignorar que la violencia que aquí padecemos se origina en Washington, no sólo por ser allá donde se consume la droga cuyo comercio la provoca, sino por las imposiciones de carácter económico que han provocado la descomposición del entramado social y la miseria. La historia ha comprobado que los intereses del imperio son diametralmente opuestos a los intereses de los mexicanos; sus recetas han sido veneno para nuestros afanes de progreso con justicia y bienestar. No se trata de nacionalismo trasnochado, como lo califica Castañeda, sino de una convicción vigente: sólo compete a los mexicanos la solución de los problemas de México; lo demás es pura demagogia.
“Que el fraude electoral jamás se olvide”
En México nos llueve sobre mojado. A la debacle gubernamental panista se agrega un peligroso aumento cualitativo y cuantitativo de la injerencia yanqui en los asuntos nacionales, amparado en el consabido argumento de la seguridad y el combate al terrorismo y al crimen organizado. Detrás de las anodinas informaciones dadas a la prensa, se ocultan los pormenores del contenido de las conversaciones y los verdaderos compromisos asumidos por las partes, por lo que se necesita averiguarlos e inferirlos mediante el análisis de los hechos concurrentes.
El presidente Obama generó una expectativa positiva de nuevo trato con las naciones de la América Latina, la que llevó a que, en la cumbre de Trinidad y Tobago, se le recibiera con un buen trato igualitario. Ello fue suficiente para que al flamante presidente le apretaran las tuercas los archiconocidos dueños del poder del imperio, los que no sólo pararon en seco el discurso fresco del afroamericano, sino que recrudecieron su actitud imperial mediante su ariete incrustado: la señora Clinton. Fue debut y despedida. Vino el golpe de Honduras, respecto del que Obama sólo alcanzó a balbucear una especie de rechazo, claramente desmentido por el juego diplomático que consolidó el atraco diseñado desde el pentágono y el departamento de estado yanquis. En paralelo se urdió el avance del control militar con las siete bases en suelo colombiano, con el consiguiente efecto disuasivo para el esfuerzo emancipador latinoamericano, enfocado a la desestabilización del gobierno venezolano. En todo el continente se vieron multiplicados los recursos destinados a oxigenar a los sectores de la oligarquía criolla, entre los que destaca la que en Argentina pretende derrocar a la presidenta. Especial mención reclama la virulenta reanimación de la escuálida oposición cubana; entre huelgas de hambre y marchas de una veintena de mujeres vestidas de blanco, con los reflectores de la prensa internacional a su servicio, pretenden escalar la belicosidad contra el régimen de la revolución. Van a poner toda la carne en el asador para impedir la continuación del proyecto libertario brasileño. El hilo conductor de la política norteamericana en el continente pasa por el intento de recuperar el terreno perdido ante los movimientos populares de emancipación. Es tal la arremetida que muchos comienzan a añorar al majadero Bush.
El caso de México sólo es diferente en la forma. Aquí cuentan con un régimen totalmente plegado a sus intereses, a cuya fraudulenta toma del poder contribuyeron; la movilización popular no se distingue por un discurso antiyanqui o antiimperialista como los de la izquierda de antaño. El propio López Obrador se cuida de no ofender al poderoso vecino y se limita a pedirle que no abuse de la debilidad de Calderón; reclama cooperación y rechaza la injerencia. Lo que realmente les preocupa a los gringos es la tremenda incapacidad de Calderón para gobernar, lo que constituye una seria amenaza de que el pueblo organizado decida el cambio de régimen y, en consecuencia, se vean en peligro los intereses que impusieron al actualmente vigente. Vienen a apuntalar al inútil presidente espurio y a fortalecer el esquema de control militar de la disidencia. Hay algo que me dice que no se trata de un simple apoyo a Calderón: el asesinato de dos elementos cercanos al consulado yanqui en Ciudad Juárez detonó la arremetida de la señora Clinton; me recuerda la metodología de sus intervenciones agresivas: la detención de unos marines escandalosamente borrachos en una cantina de Tampico fue pretexto para el bloqueo de los puertos mexicanos del golfo; el hundimiento de dos barcos petroleros mexicanos, falsamente imputado a submarinos alemanes, forzó el rompimiento de la neutralidad en la segunda guerra mundial; así mismo el incendio de un barco gringo en La Habana sirvió de pretexto para la intervención yanqui en la guerra contra España y la imposición del dominio imperial en la isla; el siniestro de las Torres Gemelas del 11-S, “justificó” las guerras de invasión a Afganistán e Irak, y muchos otros ejemplos de la manera de actuar de los vecinos que ya ni se preocupan por dar verosimilitud a sus argumentos injerencistas.
Con tales antecedentes en mente, no puedo más que manifestar una gran preocupación y molestia por el rumbo que toman los acontecimientos. Nadie debe ignorar que la violencia que aquí padecemos se origina en Washington, no sólo por ser allá donde se consume la droga cuyo comercio la provoca, sino por las imposiciones de carácter económico que han provocado la descomposición del entramado social y la miseria. La historia ha comprobado que los intereses del imperio son diametralmente opuestos a los intereses de los mexicanos; sus recetas han sido veneno para nuestros afanes de progreso con justicia y bienestar. No se trata de nacionalismo trasnochado, como lo califica Castañeda, sino de una convicción vigente: sólo compete a los mexicanos la solución de los problemas de México; lo demás es pura demagogia.
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