Álvaro Cepeda Neri
No sólo los partidos le echan montón al PRI quien, como Ave Fénix, está resucitando de las cenizas de su pasado (que desde Alemán, en 1946, cuando mucho llegó a 1988, pues Salinas y Zedillo lo desdibujaron hasta casi aniquilarlo para darle paso a la derecha que ellos representaban con su autoritarismo económico del neoliberalismo, facilitando el ascenso del PAN en la apretada elección de Fox, y la ilegítima victoria pírrica de Calderón). También le quieren dar la misma receta los ya cinco o seis (más los que se acumulen) secretarios del despacho presidencial, autodestapados aspirantes, no a la sucesión presidencial que de antemano tiene perdida Acción Nacional, pero al menos aspirantes a la efímera “gloria” de llegar a ser candidato presidencial.
Ya levantaron la mano derecha: Molinar Horcasitas, Lujambio, Ramírez Acuña (ex secretario de Gobernación que siendo gobernador de Jalisco auspició el golpe de Calderón para ser entonces el candidato del PAN); García Luna, poder tras el trono calderonista; Gómez-Mont Ureta, abogado especializado en derecho penal y que todo lo penaliza y criminaliza; Ruiz Mateos, el inútil de Economía; Ernesto Cordero, elevado a su nivel de incompetencia, en Hacienda; la señora de las mil “hojalateadas” de cirugía plástica, emparejando en eso a su archirrival la “maestra” Elba Esther. Ésta, por cierto, anda desaparecida y me aseguran que sus males renales la tienen postrada a la vera de sus médicos.
El padrastro laboral, por sus embestidas antiobreras y la amenazante contrarreforma al 123 constitucional para acabar de dejar en el desamparo a los trabajadores, en nombre de la modernización calderonista que pregona sus “reformas estructurales”, se permitió (con autorización del inquilino de Los Pinos), autopostularse para la candidatura presidencial panista. Alega tener “méritos” de sobra este poblano que ya no quiere entrar a la competencia por la gubernatura de su entidad con más de 350 iglesias. Calderón ha estado soltando a sus escogidos, con notorias preferencias que se han ido alternando: Molinar Horcasitas, Lujambio y en estos días por Ernesto Cordero para, como López Portillo, salir de Hacienda a la Presidencia.
Lozano Alarcón ya enseñó los dientes díazordacistas y supone que sus arranques de histeria son méritos políticos; pero, su distorsionada personalidad (profesor prepotente y creído en la Libre de Derecho, a cuyas clases llega en su variedad de automóviles y vestimenta de galán, cuando ni sombra le hace, verbigracia, a Peña Nieto ni a Ebrard, los dos “caritas” de la grilla), lo hace candidato a un sillón psiquiátrico para ver si algún discípulo de Freud le ayuda a resolver los torcidos problemas de su subconsciente. Pero éste ya entró al umbral del despeñadero sucesorio, para hacerle ver a los priístas que cuentan con un montón de braveros y que ni todos juntos y menos por separados dan el tamaño del político que necesita la Nación y el Estado, que sepa, quiera y pueda coordinar a los mexicanos para salir de la pavorosa crisis.
No sólo los partidos le echan montón al PRI quien, como Ave Fénix, está resucitando de las cenizas de su pasado (que desde Alemán, en 1946, cuando mucho llegó a 1988, pues Salinas y Zedillo lo desdibujaron hasta casi aniquilarlo para darle paso a la derecha que ellos representaban con su autoritarismo económico del neoliberalismo, facilitando el ascenso del PAN en la apretada elección de Fox, y la ilegítima victoria pírrica de Calderón). También le quieren dar la misma receta los ya cinco o seis (más los que se acumulen) secretarios del despacho presidencial, autodestapados aspirantes, no a la sucesión presidencial que de antemano tiene perdida Acción Nacional, pero al menos aspirantes a la efímera “gloria” de llegar a ser candidato presidencial.
Ya levantaron la mano derecha: Molinar Horcasitas, Lujambio, Ramírez Acuña (ex secretario de Gobernación que siendo gobernador de Jalisco auspició el golpe de Calderón para ser entonces el candidato del PAN); García Luna, poder tras el trono calderonista; Gómez-Mont Ureta, abogado especializado en derecho penal y que todo lo penaliza y criminaliza; Ruiz Mateos, el inútil de Economía; Ernesto Cordero, elevado a su nivel de incompetencia, en Hacienda; la señora de las mil “hojalateadas” de cirugía plástica, emparejando en eso a su archirrival la “maestra” Elba Esther. Ésta, por cierto, anda desaparecida y me aseguran que sus males renales la tienen postrada a la vera de sus médicos.
El padrastro laboral, por sus embestidas antiobreras y la amenazante contrarreforma al 123 constitucional para acabar de dejar en el desamparo a los trabajadores, en nombre de la modernización calderonista que pregona sus “reformas estructurales”, se permitió (con autorización del inquilino de Los Pinos), autopostularse para la candidatura presidencial panista. Alega tener “méritos” de sobra este poblano que ya no quiere entrar a la competencia por la gubernatura de su entidad con más de 350 iglesias. Calderón ha estado soltando a sus escogidos, con notorias preferencias que se han ido alternando: Molinar Horcasitas, Lujambio y en estos días por Ernesto Cordero para, como López Portillo, salir de Hacienda a la Presidencia.
Lozano Alarcón ya enseñó los dientes díazordacistas y supone que sus arranques de histeria son méritos políticos; pero, su distorsionada personalidad (profesor prepotente y creído en la Libre de Derecho, a cuyas clases llega en su variedad de automóviles y vestimenta de galán, cuando ni sombra le hace, verbigracia, a Peña Nieto ni a Ebrard, los dos “caritas” de la grilla), lo hace candidato a un sillón psiquiátrico para ver si algún discípulo de Freud le ayuda a resolver los torcidos problemas de su subconsciente. Pero éste ya entró al umbral del despeñadero sucesorio, para hacerle ver a los priístas que cuentan con un montón de braveros y que ni todos juntos y menos por separados dan el tamaño del político que necesita la Nación y el Estado, que sepa, quiera y pueda coordinar a los mexicanos para salir de la pavorosa crisis.
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