¿Limpiar México?

Gregorio Ortega Molina

Por un momento pensé que el agobio de los acontecimientos, lo difícil de su gobierno, el impasse de la transición, la ausencia de apoyos para la reforma del Estado, el desempleo, la inflación, el rechazo a la reforma laboral, la realidad pues, había reconducido al presidente constitucional, Felipe Calderón, por el camino de la sensatez, pero ya está como Carlos Salinas de Gortari al salir de su último informe: no ve, no escucha.

Nadie, ningún líder de opinión, mucho menos representantes políticos o sociales con al menos dos dedos de frente ha propuesto que se deje a la delincuencia organizada, a los barones de la droga en concreto, que transiten por México “como Pedro por su casa”, que no se les combata, acote, reduzca; lo que se cuestiona de las políticas públicas de seguridad nacional y de seguridad a secas, es la manera, el estilo, los instrumentos y los resultados de la lucha contra el narcotráfico, convertida por Felipe Calderón en una cruzada personal que en nada beneficia a la sociedad mexicana, pero cede todas las ganancias legales e ilícitas a los delincuentes de uno y otro lado de la frontera norte, y todos los beneficios del lavado del dinero negro a quienes en Estados Unidos han sido lo suficientemente astutos y faltos de ética, pero realistas, como para reciclarlo en la economía de esa nación y paliar las consecuencias de la crisis económica que ellos mismos crearon.

Es tan personal su lucha contra la delincuencia organizada, su empecinamiento por destruir a los promotores de un delito que no se va a acabar, pero que sí se puede reducir a una mínima expresión, que habla ya de las características de su sucesor -como en los peores tiempos del PRI-, a quien ve como una prolongación de él mismo, porque ha de dar color en el combate a la inseguridad, porque su intención es evitar que México siga en manos de una “bola de maleantes” que son una “ridícula minoría”.

Enardecido el presidente constitucional Felipe Calderón, apuntó que los delincuentes “aquí se toparon, porque estamos decididos a limpiar México”. Entusiasmado por el resultado del encuentro bilateral de los gabinetes de seguridad de México y Estados Unidos, rechazó poner fin al combate al crimen organizado por considerarlo absurdo e ingenuo. “Hay quien dicen que hay que cambiar esta estrategia, que fue un error combatir a los criminales. ¿Y qué proponen? ¿Echarnos para atrás? ¿Qué los dejemos hacer lo que se les dé la gana? Es totalmente absurdo, es ingenuo. ¿Por qué razón? Porque el problema es haberlos dejado hacer lo que se les da la gana”.

Es cierto que los auténticos, los verdaderos barones de la droga son una minoría, pero de ninguna manera es ridícula, por la manera en que ha armado a sus genizaros, por la fuerza con la que incide en las economías de los países donde opera, porque cuando se enfrenta a los gobiernos los pone en jaque, como impone su voluntad en amplias zonas de Italia -leer Gomorra de Roberto Saviano-, de Colombia, de Perú, de los países que integran al triángulo de oro en el extremo oriente, porque la presencia de los marines en Afganistán obedece más al control del tráfico de heroína, opio y sus derivados, que a cualquier contención geopolítica de tipo ideológico o económico.

Los mexicanos, al menos la mayoría, no quiere que se deje en absoluta libertad de hacer y deshacer a los narcotraficantes, a los secuestradores, a los polleros, a los asesinos, a los delincuentes de cuello blanco; de lo que está urgida la sociedad es de que se acabe la inseguridad pública, también prohijada por la fiesta de las balas con la que se combate a la delincuencia organizada, o por el número de muertos que están ya en el saldo del actual gobierno, mientras que Estados Unidos sólo pone a los consumidores y es el único beneficiario del reciclado económico del lavado de dinero.

Debe quedar claro que México no era un país de consumo sino de tránsito de estupefacientes, y que en la medida en que aquí se ha combatido ese tránsito, aquí aumentó -pausadamente primero, después rápidamente- el número de consumidores.

Don Felipe Calderón Hinojosa debiera escuchar voces diferentes, alternativas novedosas para combatir el consumo de estupefacientes entre mexicanos, para que las autoridades de Estados Unidos se responsabilicen de lo que a ellos interesa que llegue a sus centros de consumo de estupefacientes, porque para los puritanos es necesario, útil, urgente controlar la energía sobrante de ciertos sectores de su sociedad, como lo explica Herbert Marcuse en Eros y civilización, en Razón y revolución y en El hombre unidimensional.

La ventolera inicial por los ejecutados relacionados con el consulado de Estados Unidos en Ciudad Juárez, amainó en cuanto se apagaron los últimos mormullos del encuentro bilateral. Vinieron a medirle el agua a los camotes, por lo pronto la nación está a salvo, pero sustituyan ya las ideas por las balas, lo que no quiere decir echarse para atrás.

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