Raymundo Riva Palacio / Estrictamente Personal
Ni con el respaldo del corporativismo mercenario, ni con amenazas económicas a los burócratas, ni con el apoyo de las televisoras, el gobernador Rodrigo Medina pudo este domingo poner a caminar a su gobierno. Al contrario. Quiso mostrar su músculo político con una protesta ciudadana –convocada y organizada por él- y que decenas de miles de neoleoneses lo siguieran, pero lo dejaron prácticamente solo. Quiso demostrar consenso en su gobierno, pero enseñó que lo están reprobando. Calculó mal su liderazgo y sus apoyos. Pensó tener una fuerza de la que carece, y el resultado fue que su gran marcha en contra de la inseguridad fue una derrota.
A Medina se hizo fácil convocar a una protesta tras los bloqueos que sufrió Monterrey hace una semana y media y el asesinato de dos jóvenes del Tecnológico de Monterrey durante una persecución de militares a narcotraficantes. Desestimó las críticas por la contradicción de encabezar una protesta para exigir la seguridad que él, como gobernante, es el responsable de proveerla, y de manera bastante ligera argumentó que en este tema, el gobierno y la sociedad debían ir juntos. No entienden, repitió a los periodistas que lo cuestionaron, pero tras la manifestación de protesta, una cosa quedó clara: quien no entiende es el gobernador.
Medina estuvo más de una semana anunciando la marcha y su equipo organizando la logística. Este domingo, de acuerdo con las cifras proporcionadas por la Dirección de Protección Civil del estado, unas 18 mil personas acudieron a la convocatoria. La cifra, magra en sí misma, puede achicarse aún más en términos reales. Según Agustín Cerna, líder estatal de la Confederación Revolucionaria de Obreros y Campesinos (CROC), que durante lustros proporcionó sindicatos blancos al Grupo Monterrey, 10 mil de ellos eran sus agremiados. Denuncias de burócratas registradas por El Norte, revelaron que el gobierno de Medina los amenazó con quitarles un día de salario si no participaban en la protesta.
El fiasco de la protesta convocada por Medina tiene alcances adicionales en cuanto a los negativos que mostró. El gobernador logró que Televisa, que le hizo la mercadotecnia electoral durante su campaña, y Milenio Televisión en Monterrey, que acató en ese proceso electoral las directrices comerciales-electorales de Televisa, le ayudaran en la promoción. Le prestaron locutores y cómicos para que fueran ellos los que sirvieran de voces en el evento. Su participación, como si fueran teloneros de un concierto musical, tampoco sirvió para la motivación ciudadana. Para evitar que se socializara el fracaso del acto político promovido por su cliente, Milenio Televisión optó por mencionar a “miles de personas” participantes, y utilizar tomas cerradas para evitar los vacíos de un momento frustrante.
Desde otros ámbitos, le tiraron un salvavidas. En un evento sin aparente conexión, el gobernador de Tamaulipas, Eugenio Hernández, viajó a Reynosa –donde en las últimas semanas se dieron numerosos enfrentamientos-, donde fustigó al gobierno federal su falta de atención de la frontera norte. Medina no comprendió que era el momento para redefinir a su gobierno. Hernández, que fue sometido a una mayor presión que Medina en la batalla de los cárteles de la droga, tuvo los reflejos que su colega careció. Mientras Hernández se echó para adelante a enfrentar el problema y lanzar dos mensajes con fuerza que han permeado en diversos segmentos de la población tamaulipeca –la crisis de seguridad es herencia del anterior gobierno de Tomás Yarrington, y el problema del narcotráfico es sólo del ámbito federal-, Medina se paralizó.
No se ha atrevido, como Hernández y otros gobernadores del PRI y del PRD, a enfrentarse al gobierno federal por el tema del narcotráfico. Menos aún ha hecho el deslinde con la administración previa, del ex gobernador Natividad González Parás, por haberle dejado a un estado con problemas de seguridad y narcotráfico que no tenía. Después de días de silencio, comenzó a salir a dar la cara en los medios de comunicación, donde la crítica casi generalizada fue que hubiera asumido la actitud de la avestruz. Medina lució engallado ante los comunicadores que lo cuestionaban, pero detrás del envalentonamiento, enfrentaba una crisis que lo tenía desarticulado. Su equipo, en Monterrey y la ciudad de México, reflejó el pánico. Una columna publicada en un periódico de distribución nacional, provocó que la autora recibiera 18 diferentes llamadas telefónicas de parte de Medina para buscar “arreglar” el problema con ella.
Después del domingo, Medina tiene que aceptar que el problema que tiene en Nuevo León –ya ni hablar de la percepción de incompetente que vuela entre la clase política nacional- es mucho más grave de lo que había calculado. El mensaje que le enviaron los neoleoneses a Medina es una crítica a la forma como los ha venido gobernando. Con escasos seis meses en el poder y una crisis de seguridad que originalmente no fue propiciada por él, la pérdida de consenso acelerada que arrastra en el estado lo obliga a tomar medias extraordinarias para evitar que la actitud pasiva y pusilánime con la que ha gobernado, lo siga ahogando.
La crisis que vive Nuevo León es la oportunidad de oro que tiene para comenzar a gobernar. A Medina le están cobrando facturas que no sólo tienen que ver con su mal manejo de las dos últimas semanas en el tema de la seguridad, sino porque quienes lo respaldaron, no han visto que empiece a caminar con sus propios pies. Se le sigue viendo como un apéndice de González Parás, quien controla su gobierno, a través de sus viejos colaboradores en dos aspectos básicos: el dinero y la seguridad. Quienes encabezan esas posiciones, lo hacían en el gobierno anterior; hasta su jefe de oficina, Carlos Almada, era el jefe de la oficina de González Parás.
Si Medina quiere crecer políticamente, tiene que cortar el lastre. Tiene que romper con González Paras y formar su primer gobierno. La derrota política en la protesta ciudadana que organizó, mostró que las alianzas con las que llegó al poder –el ex gobernador y las televisoras- ya no son suficientes para sacarlo adelante. Tiene que renovarlas. Claro, se necesitan agallas y un enorme instinto de supervivencia política, que hasta ahora, Medina no ha demostrado tenerlas.
Ni con el respaldo del corporativismo mercenario, ni con amenazas económicas a los burócratas, ni con el apoyo de las televisoras, el gobernador Rodrigo Medina pudo este domingo poner a caminar a su gobierno. Al contrario. Quiso mostrar su músculo político con una protesta ciudadana –convocada y organizada por él- y que decenas de miles de neoleoneses lo siguieran, pero lo dejaron prácticamente solo. Quiso demostrar consenso en su gobierno, pero enseñó que lo están reprobando. Calculó mal su liderazgo y sus apoyos. Pensó tener una fuerza de la que carece, y el resultado fue que su gran marcha en contra de la inseguridad fue una derrota.
A Medina se hizo fácil convocar a una protesta tras los bloqueos que sufrió Monterrey hace una semana y media y el asesinato de dos jóvenes del Tecnológico de Monterrey durante una persecución de militares a narcotraficantes. Desestimó las críticas por la contradicción de encabezar una protesta para exigir la seguridad que él, como gobernante, es el responsable de proveerla, y de manera bastante ligera argumentó que en este tema, el gobierno y la sociedad debían ir juntos. No entienden, repitió a los periodistas que lo cuestionaron, pero tras la manifestación de protesta, una cosa quedó clara: quien no entiende es el gobernador.
Medina estuvo más de una semana anunciando la marcha y su equipo organizando la logística. Este domingo, de acuerdo con las cifras proporcionadas por la Dirección de Protección Civil del estado, unas 18 mil personas acudieron a la convocatoria. La cifra, magra en sí misma, puede achicarse aún más en términos reales. Según Agustín Cerna, líder estatal de la Confederación Revolucionaria de Obreros y Campesinos (CROC), que durante lustros proporcionó sindicatos blancos al Grupo Monterrey, 10 mil de ellos eran sus agremiados. Denuncias de burócratas registradas por El Norte, revelaron que el gobierno de Medina los amenazó con quitarles un día de salario si no participaban en la protesta.
El fiasco de la protesta convocada por Medina tiene alcances adicionales en cuanto a los negativos que mostró. El gobernador logró que Televisa, que le hizo la mercadotecnia electoral durante su campaña, y Milenio Televisión en Monterrey, que acató en ese proceso electoral las directrices comerciales-electorales de Televisa, le ayudaran en la promoción. Le prestaron locutores y cómicos para que fueran ellos los que sirvieran de voces en el evento. Su participación, como si fueran teloneros de un concierto musical, tampoco sirvió para la motivación ciudadana. Para evitar que se socializara el fracaso del acto político promovido por su cliente, Milenio Televisión optó por mencionar a “miles de personas” participantes, y utilizar tomas cerradas para evitar los vacíos de un momento frustrante.
Desde otros ámbitos, le tiraron un salvavidas. En un evento sin aparente conexión, el gobernador de Tamaulipas, Eugenio Hernández, viajó a Reynosa –donde en las últimas semanas se dieron numerosos enfrentamientos-, donde fustigó al gobierno federal su falta de atención de la frontera norte. Medina no comprendió que era el momento para redefinir a su gobierno. Hernández, que fue sometido a una mayor presión que Medina en la batalla de los cárteles de la droga, tuvo los reflejos que su colega careció. Mientras Hernández se echó para adelante a enfrentar el problema y lanzar dos mensajes con fuerza que han permeado en diversos segmentos de la población tamaulipeca –la crisis de seguridad es herencia del anterior gobierno de Tomás Yarrington, y el problema del narcotráfico es sólo del ámbito federal-, Medina se paralizó.
No se ha atrevido, como Hernández y otros gobernadores del PRI y del PRD, a enfrentarse al gobierno federal por el tema del narcotráfico. Menos aún ha hecho el deslinde con la administración previa, del ex gobernador Natividad González Parás, por haberle dejado a un estado con problemas de seguridad y narcotráfico que no tenía. Después de días de silencio, comenzó a salir a dar la cara en los medios de comunicación, donde la crítica casi generalizada fue que hubiera asumido la actitud de la avestruz. Medina lució engallado ante los comunicadores que lo cuestionaban, pero detrás del envalentonamiento, enfrentaba una crisis que lo tenía desarticulado. Su equipo, en Monterrey y la ciudad de México, reflejó el pánico. Una columna publicada en un periódico de distribución nacional, provocó que la autora recibiera 18 diferentes llamadas telefónicas de parte de Medina para buscar “arreglar” el problema con ella.
Después del domingo, Medina tiene que aceptar que el problema que tiene en Nuevo León –ya ni hablar de la percepción de incompetente que vuela entre la clase política nacional- es mucho más grave de lo que había calculado. El mensaje que le enviaron los neoleoneses a Medina es una crítica a la forma como los ha venido gobernando. Con escasos seis meses en el poder y una crisis de seguridad que originalmente no fue propiciada por él, la pérdida de consenso acelerada que arrastra en el estado lo obliga a tomar medias extraordinarias para evitar que la actitud pasiva y pusilánime con la que ha gobernado, lo siga ahogando.
La crisis que vive Nuevo León es la oportunidad de oro que tiene para comenzar a gobernar. A Medina le están cobrando facturas que no sólo tienen que ver con su mal manejo de las dos últimas semanas en el tema de la seguridad, sino porque quienes lo respaldaron, no han visto que empiece a caminar con sus propios pies. Se le sigue viendo como un apéndice de González Parás, quien controla su gobierno, a través de sus viejos colaboradores en dos aspectos básicos: el dinero y la seguridad. Quienes encabezan esas posiciones, lo hacían en el gobierno anterior; hasta su jefe de oficina, Carlos Almada, era el jefe de la oficina de González Parás.
Si Medina quiere crecer políticamente, tiene que cortar el lastre. Tiene que romper con González Paras y formar su primer gobierno. La derrota política en la protesta ciudadana que organizó, mostró que las alianzas con las que llegó al poder –el ex gobernador y las televisoras- ya no son suficientes para sacarlo adelante. Tiene que renovarlas. Claro, se necesitan agallas y un enorme instinto de supervivencia política, que hasta ahora, Medina no ha demostrado tenerlas.
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