Álvaro Cepeda Neri
Que los dioses nos amparen y como dice la letra del bolero: “Dios no lo quiera...”, que los capos con sus cárteles, que tienen a su servicio un ejército de sicarios, profesionales del servicio de inteligencia para vigilar y espiar, ingenieros en computación, contadores y expertos financieros, y todo lo que vemos sea producto del ilusionismo, pues hasta ahora y tres años después, la guerra, si bien de baja intensidad, pero una señora guerra donde los homicidios, de la cifra que se ha dado a conocer, rebasa los 20 mil en el contexto de la resistencia a cambiar de estrategia calderonista (la cual ha sembrado ya la desconfianza entre las fuerzas armadas y éstas víctimas de las tentaciones de la corrupción que es otro enemigo) y de no hacer uso de lo dispuesto en el Art. 29 constitucional.
Los sicarios (de sicarius, el delincuente dedicado a cometer homicidios, en el latín del derecho penal romano, como explica el pensador Teodoro Momsen, en su extraordinario libro: Derecho penal romano), son los matones de los narcos.
Están armados hasta los dientes por el contrabando de armas a través de la venta estadounidense y que también les sirve a los narcotraficantes para lavar dinero, son individuos totalmente despiadados y, por lo mismo, dispuestos a luchar a muerte contra los soldados y policías que cumplen con su deber exponiendo sus vidas (y hasta la de sus familias, en quienes cobran venganza los sicarios, como en el caso del marino que participó en la muerte de Beltrán Leyva, y a cuya madre, hermanos y sobrinos asesinaron por ese y hecho).
Todos los cárteles del comercio de cocaína y drogas químicas ya hicieron del país la otra Colombia y, por lo que estamos viviendo con el terror y la barbarie en aumento a partir de la eliminación de Beltrán Leyva (que operaba, como su centro principal, en el sur de Sonora, sobre todo en el municipio de Cajeme y su cabecera Ciudad Obregón, al amparo y protección de los Robinson-Bours: Eduardo, el ex desgobernador, y Ricardo, su hermano).
Después de esto, muy posiblemente los sicarios han recibido la orden de ensangrentar más a todo el territorio, para cosechar el pánico entre la población civil que ya está demasiado angustiada.
Tener a raya a los militares y policías como estar pasando por encima de los servicios de inteligencia (Sedena, Marina, Gobernación, etc.) del gobierno federal, significa que los narcos van ganando la batalla y están dispuestos a no ceder e incluso a tratar de someter, por la fuerza de las armas, al gobierno calderonista que tiene a los mexicanos encajonados pero en la mira del fuego cruzado.
Las tres fuerzas armadas, con todo y las presiones, deserciones y divisionismo interno, han llevado a cabo la estrategia de una guerra que no es una guerra, mientras les lleven nuestras críticas y las documentadas violaciones a los derechos humanos. Y no vemos que los sicarios sean vencidos, con todo y las bravuconadas oficiales (“no nos amedrentan”, etc.) que sólo exhiben la barbarie de los sicarios dispuestos a todo.
Que los dioses nos amparen y como dice la letra del bolero: “Dios no lo quiera...”, que los capos con sus cárteles, que tienen a su servicio un ejército de sicarios, profesionales del servicio de inteligencia para vigilar y espiar, ingenieros en computación, contadores y expertos financieros, y todo lo que vemos sea producto del ilusionismo, pues hasta ahora y tres años después, la guerra, si bien de baja intensidad, pero una señora guerra donde los homicidios, de la cifra que se ha dado a conocer, rebasa los 20 mil en el contexto de la resistencia a cambiar de estrategia calderonista (la cual ha sembrado ya la desconfianza entre las fuerzas armadas y éstas víctimas de las tentaciones de la corrupción que es otro enemigo) y de no hacer uso de lo dispuesto en el Art. 29 constitucional.
Los sicarios (de sicarius, el delincuente dedicado a cometer homicidios, en el latín del derecho penal romano, como explica el pensador Teodoro Momsen, en su extraordinario libro: Derecho penal romano), son los matones de los narcos.
Están armados hasta los dientes por el contrabando de armas a través de la venta estadounidense y que también les sirve a los narcotraficantes para lavar dinero, son individuos totalmente despiadados y, por lo mismo, dispuestos a luchar a muerte contra los soldados y policías que cumplen con su deber exponiendo sus vidas (y hasta la de sus familias, en quienes cobran venganza los sicarios, como en el caso del marino que participó en la muerte de Beltrán Leyva, y a cuya madre, hermanos y sobrinos asesinaron por ese y hecho).
Todos los cárteles del comercio de cocaína y drogas químicas ya hicieron del país la otra Colombia y, por lo que estamos viviendo con el terror y la barbarie en aumento a partir de la eliminación de Beltrán Leyva (que operaba, como su centro principal, en el sur de Sonora, sobre todo en el municipio de Cajeme y su cabecera Ciudad Obregón, al amparo y protección de los Robinson-Bours: Eduardo, el ex desgobernador, y Ricardo, su hermano).
Después de esto, muy posiblemente los sicarios han recibido la orden de ensangrentar más a todo el territorio, para cosechar el pánico entre la población civil que ya está demasiado angustiada.
Tener a raya a los militares y policías como estar pasando por encima de los servicios de inteligencia (Sedena, Marina, Gobernación, etc.) del gobierno federal, significa que los narcos van ganando la batalla y están dispuestos a no ceder e incluso a tratar de someter, por la fuerza de las armas, al gobierno calderonista que tiene a los mexicanos encajonados pero en la mira del fuego cruzado.
Las tres fuerzas armadas, con todo y las presiones, deserciones y divisionismo interno, han llevado a cabo la estrategia de una guerra que no es una guerra, mientras les lleven nuestras críticas y las documentadas violaciones a los derechos humanos. Y no vemos que los sicarios sean vencidos, con todo y las bravuconadas oficiales (“no nos amedrentan”, etc.) que sólo exhiben la barbarie de los sicarios dispuestos a todo.
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