Álvaro Cepeda Neri
Por poca que sea la preparación (y no es tan poca) de los soldados mexicanos como un Ejército, no hay la menor duda de que son, como institución para la defensa nacional, un cuerpo entrenado para combatir a muerte al adversario que en los frentes de guerra se conoce como enemigo.
Después de Lázaro Cárdenas y la renovación humana de militares en todos los rangos, los soldados ya no volvieron a participar en hechos de guerra al darse por concluida la Revolución y acabada la guerra cristera. Sus intervenciones, a partir de 1940 fueron para acciones aisladas (bastante amenazantes con motivo de huelgas y en particular a raíz de los movimientos estudiantiles de 1968), hasta que irrumpieron las guerrillas que tuvieron en el alzamiento del EZLN, en Chiapas, su máxima expresión.
En los tres años que lleva el calderonísmo, los soldados salieron masivamente de sus cuarteles y es común verlos por las calles enfrentados a las diversas delincuencias que, desde hace 24 años (De la Madrid, Salinas, Zedillo y Fox) habían ya sentado sus reales para, en el presente, ser lideradas por narcos equipados para una guerra y que cuentan con suficiente dinero y complicidades (para compra e introducción de armas, e invertir sus escandalosas fortunas dentro y fuera del país a través de redes financieras).
Calderón, como constitucionalmente se establece, siendo el jefe nato de las Fuerzas Armadas y General de cinco estrellas, debió haber tenido reuniones con los altos mandos de las tres fuerzas (Armada, Aviación y del Ejército), y haber convenido en usar esa militarización para el combate de las delincuencias organizadas en torno a los narcotraficantes.
Parecía, ante la corrupción e ineficacia de las policías y los arreglos entre narcos y funcionarios (la asociación se denomina narcopolítica), que la estrategia militar era la única que podría sacar al país de esa crisis de seguridad. Tres años después la estrategia ha fracasado y tenemos más de 20 mil homicidios que iniciaron los feminicidios de Ciudad Juárez.
Los soldados, al actuar al margen constitucional, ya que nunca se puso en vigor lo establecido en el Art. 29, queriendo o no han cometido muy serias violaciones a los derechos humanos, y se les acusa, junto a la policía federal, de atropellos infames contra la indefensa población civil, al darse los encuentros entre ellos y las delincuencias.
No son pocas las voces que piensan y dicen que la estrategia militar llevada a cabo, ya fracasó y que debe Calderón y los mandos militares revisarla si es que ha de continuar la militarización. Los mexicanos viven asustados por la actual situación, sobre todo en los municipios donde la lucha lleva tres años sin que las bajas de los narcotraficantes sean representativas.
Además, parece que éstos han redoblado su desafío resistiendo, para no decir que triunfantes, y no se ve el final de ese enfrentamiento. La nación solicita, si no han de abandonar los militares su comisión, modificar la estrategia para que no vaya a terminar en una guerra de todos contra todos.
Por poca que sea la preparación (y no es tan poca) de los soldados mexicanos como un Ejército, no hay la menor duda de que son, como institución para la defensa nacional, un cuerpo entrenado para combatir a muerte al adversario que en los frentes de guerra se conoce como enemigo.
Después de Lázaro Cárdenas y la renovación humana de militares en todos los rangos, los soldados ya no volvieron a participar en hechos de guerra al darse por concluida la Revolución y acabada la guerra cristera. Sus intervenciones, a partir de 1940 fueron para acciones aisladas (bastante amenazantes con motivo de huelgas y en particular a raíz de los movimientos estudiantiles de 1968), hasta que irrumpieron las guerrillas que tuvieron en el alzamiento del EZLN, en Chiapas, su máxima expresión.
En los tres años que lleva el calderonísmo, los soldados salieron masivamente de sus cuarteles y es común verlos por las calles enfrentados a las diversas delincuencias que, desde hace 24 años (De la Madrid, Salinas, Zedillo y Fox) habían ya sentado sus reales para, en el presente, ser lideradas por narcos equipados para una guerra y que cuentan con suficiente dinero y complicidades (para compra e introducción de armas, e invertir sus escandalosas fortunas dentro y fuera del país a través de redes financieras).
Calderón, como constitucionalmente se establece, siendo el jefe nato de las Fuerzas Armadas y General de cinco estrellas, debió haber tenido reuniones con los altos mandos de las tres fuerzas (Armada, Aviación y del Ejército), y haber convenido en usar esa militarización para el combate de las delincuencias organizadas en torno a los narcotraficantes.
Parecía, ante la corrupción e ineficacia de las policías y los arreglos entre narcos y funcionarios (la asociación se denomina narcopolítica), que la estrategia militar era la única que podría sacar al país de esa crisis de seguridad. Tres años después la estrategia ha fracasado y tenemos más de 20 mil homicidios que iniciaron los feminicidios de Ciudad Juárez.
Los soldados, al actuar al margen constitucional, ya que nunca se puso en vigor lo establecido en el Art. 29, queriendo o no han cometido muy serias violaciones a los derechos humanos, y se les acusa, junto a la policía federal, de atropellos infames contra la indefensa población civil, al darse los encuentros entre ellos y las delincuencias.
No son pocas las voces que piensan y dicen que la estrategia militar llevada a cabo, ya fracasó y que debe Calderón y los mandos militares revisarla si es que ha de continuar la militarización. Los mexicanos viven asustados por la actual situación, sobre todo en los municipios donde la lucha lleva tres años sin que las bajas de los narcotraficantes sean representativas.
Además, parece que éstos han redoblado su desafío resistiendo, para no decir que triunfantes, y no se ve el final de ese enfrentamiento. La nación solicita, si no han de abandonar los militares su comisión, modificar la estrategia para que no vaya a terminar en una guerra de todos contra todos.
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