Ricardo Rocha
El gran José imagina un regateo entre Abraham y El Señor sobre la destrucción de la pecaminosa Sodoma: “Que mi señor no se enfade si yo le pregunto una vez más, Habla, dijo el Señor. Supongamos que existen sólo diez personas inocentes(...) y el señor respondió: Tampoco la destruiré en atención a esos diez”.
Y luego entre Abraham y un iracundo Caín: “El señor empeñó su palabra, A mí no me lo ha parecido, y tan cierto como que me llamo Caín… que, existan o no inocentes, Sodoma será destruida”.
Esos son sólo dos fragmentos estrujantes de la más reciente novela de José Saramago que está siendo quemado en leña verde por las buenas conciencias, sobre todo cuando se atreve a preguntar: “Qué diablo de dios es este que, para enaltecer a Abel, desprecia a Caín”.
La verdad, yo no creo que sea una obra sacrílega. Es en todo caso un largo e irreverente cuestionamiento sobre lo que aprendimos en el catecismo: ¿Qué no es Dios el supremo creador y nunca el destructor? ¿Qué no es el más amoroso con sus hijos? ¿Qué no todo el orden de los seres y las cosas proceden de Dios que todo lo sabe? ¿Qué Dios no es en esencia justo?
Yo no se cuántos hombres y mujeres inocentes había y hay en Haití. Pero supongo que lo eran la mayor parte de los 70 mil ó 100 mil ó 200 mil muertos. Y la inmensa mayoría de los 3 o 4 millones de sobrevivientes sin casa ni destino. Y más aun que, los que además de haber perdido a padres, hijos y hermanos, ahora se pierden a sí mismos en el horror de la degradación humana por el saqueo o la disputa feroz de pan y agua con el de junto.
Más allá de la devastación, el llanto y el caos me encuentro con un reporte científico de la BBC de Londres que me estremece tanto o más que las imágenes de las horas recientes: “Haití, la peor geografía para un terremoto”. En él se explica que Haití está situado en un vasto y complejo entramado de placas tectónicas y fallas geológicas entre las que destaca la falla de Enriquillo. Una especie de cuerda de arco a 15 kilómetros de la costa haitiana; desde cuyo epicentro se disparó con precisión mortífera el terremoto, justo desde mero enfrente de Puerto Príncipe, con sus tres millones de amontonados habitantes; para colmo, el hipocentro (el punto debajo de la superficie terrestre, donde comenzó la ruptura) fue a sólo 8 kilómetros del endeble basamento de la ciudad.
Si el epicentro hubiera sido unos pocos kilómetros a la derecha o a la izquierda y el hipocentro un tantito más abajo, los efectos serían de la mitad, la tercera o la cuarta parte de devastadores. Pero la naturaleza o alguien más decidió que fuera tal como ocurrió.
Por cierto, yo nunca he dudado de su existencia. Pero creo que nos debe una explicación… y un milagro.
El gran José imagina un regateo entre Abraham y El Señor sobre la destrucción de la pecaminosa Sodoma: “Que mi señor no se enfade si yo le pregunto una vez más, Habla, dijo el Señor. Supongamos que existen sólo diez personas inocentes(...) y el señor respondió: Tampoco la destruiré en atención a esos diez”.
Y luego entre Abraham y un iracundo Caín: “El señor empeñó su palabra, A mí no me lo ha parecido, y tan cierto como que me llamo Caín… que, existan o no inocentes, Sodoma será destruida”.
Esos son sólo dos fragmentos estrujantes de la más reciente novela de José Saramago que está siendo quemado en leña verde por las buenas conciencias, sobre todo cuando se atreve a preguntar: “Qué diablo de dios es este que, para enaltecer a Abel, desprecia a Caín”.
La verdad, yo no creo que sea una obra sacrílega. Es en todo caso un largo e irreverente cuestionamiento sobre lo que aprendimos en el catecismo: ¿Qué no es Dios el supremo creador y nunca el destructor? ¿Qué no es el más amoroso con sus hijos? ¿Qué no todo el orden de los seres y las cosas proceden de Dios que todo lo sabe? ¿Qué Dios no es en esencia justo?
Yo no se cuántos hombres y mujeres inocentes había y hay en Haití. Pero supongo que lo eran la mayor parte de los 70 mil ó 100 mil ó 200 mil muertos. Y la inmensa mayoría de los 3 o 4 millones de sobrevivientes sin casa ni destino. Y más aun que, los que además de haber perdido a padres, hijos y hermanos, ahora se pierden a sí mismos en el horror de la degradación humana por el saqueo o la disputa feroz de pan y agua con el de junto.
Más allá de la devastación, el llanto y el caos me encuentro con un reporte científico de la BBC de Londres que me estremece tanto o más que las imágenes de las horas recientes: “Haití, la peor geografía para un terremoto”. En él se explica que Haití está situado en un vasto y complejo entramado de placas tectónicas y fallas geológicas entre las que destaca la falla de Enriquillo. Una especie de cuerda de arco a 15 kilómetros de la costa haitiana; desde cuyo epicentro se disparó con precisión mortífera el terremoto, justo desde mero enfrente de Puerto Príncipe, con sus tres millones de amontonados habitantes; para colmo, el hipocentro (el punto debajo de la superficie terrestre, donde comenzó la ruptura) fue a sólo 8 kilómetros del endeble basamento de la ciudad.
Si el epicentro hubiera sido unos pocos kilómetros a la derecha o a la izquierda y el hipocentro un tantito más abajo, los efectos serían de la mitad, la tercera o la cuarta parte de devastadores. Pero la naturaleza o alguien más decidió que fuera tal como ocurrió.
Por cierto, yo nunca he dudado de su existencia. Pero creo que nos debe una explicación… y un milagro.
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