Gerardo Fernández Casanova
“Que el fraude electoral jamás se olvide”
¡Que nadie se entere! Hay que decirle al mundo que aquí es jauja y que todo es paz y felicidad. Los embajadores y cónsules de México en el exterior tendrán que reforzar sus habilidades histriónicas para que no les gane la risa mientras cuentan el cuento, así el mundo se esté carcajeando a su costa.
Calderón prohibe hablar mal de México y lo califica como una traición a la patria, en una truculenta maniobra para equiparar a su espurio gobierno con el país entero. La basura deberá esconderse bajo el tapete, el caos no existe. Los notables que agoraron la debacle anunciando el dramático aumento del desempleo -dice Calderón- fueron desmentidos por la realidad (la de encima del tapete) y las “atinadas” medidas de gobierno que la evitaron. No hay para dónde hacerse. El tal Calderón ni ve ni oye; es incapaz de hacer la más mínima autocrítica y corregir el derrotero del fracaso.
Lo peor del caso es que haya un sector de la población que se traga las ruedas de molino que nos ofrece la vulgar propaganda gubernamental, que todo lo justifica como resultado de una crisis que nos viene de fuera, ante la cual el régimen ha actuado con prudencia y responsabilidad, adoptando medidas que son dolorosas pero que, de no tomarse, provocarían un mayor sacrificio. El temor generalizado ha cumplido su objetivo; la gente se hace conservadora ante el peligro de perder lo muy poco que tienen; así lo ha diseñado el régimen y le ha dado resultado.
De ahí que la movilización popular tendrá que hacer énfasis en la llamada revolución de las conciencias. Es preciso que la gente común identifique con claridad quienes son los adversarios. Me viene a la memoria la pueril moraleja de la fábula del perro y el cocodrilo de Samaniego, que fue la primera poesía que me enseñaron en primero de primaria: aquella que narra que un perro bebía en el Nilo y, al mismo tiempo corría/ bebe quieto –le decía- un taimado cocodrilo/ dañino es beber y andar, pero es más sano que aguardar a que me claves el diente./ ¡Oh que docto perro viejo/ yo venero tu saber/ en eso de no atender del enemigo el consejo. El régimen espurio y la parafernalia de sus corifeos aconsejan tomar las cosas con calma, al mismo tiempo que promueven el temor, para seguir clavándole el diente al pueblo. Tendremos que asumirnos como perros viejos para saber distinguir su perversidad.
López Obrador insiste en desenmascarar a la oligarquía de los privilegiados enquistados en el gobierno. Son los verdaderos adversarios del pueblo. Convoca a la revolución de las conciencias para sustentar la movilización que permita realizar los cambios necesarios para salvar al país. Es la manera idónea de celebrar las efemérides del bicentenario de la independencia y el centenario de la revolución. Se necesita incidir sobre la clase media en peligro de extinción, tan llena de temores y tan acalambrada por los fantasmas inventados por la propaganda, particularmente aquella que se ha dedicado a demonizar a los movimientos populares y a sus dirigentes, especialmente a AMLO, pero también a los electricistas y tantos otros que se ven obligados a tomar las calles para expresarse. Hay que neutralizar el efecto pernicioso de la filantropía clientelista del gobierno, que convierte a los más jodidos en atentos amigos del cocodrilo que se los engulle cotidianamente. Hay que escribir mucho y hablar más. Todos tenemos que hacernos de ánimo y herramientas para convencer a los demás. La meta tendría que ser la paralización del país, instrumento indispensable para forzar el cambio de rumbo y de modelo económico.
Lo electoral también es importante pero, con frecuencia mella las reales posibilidades del cambio, peor aún con la izquierda electoral desdibujada y sometida al imperio de la mercadotecnia política, donde quienes dominan son los dueños de los medios masivos de comunicación. No puedo dejar de lamentar que la alianza de los partidos de izquierda, sumida en su incapacidad orgánica, haya tenido que adoptar la medida de decidir las candidaturas a los puestos de elección popular por medio de encuestas, para que gane el más bonito de los posibles candidatos o el que más dinero invierta en su imagen pública. Acepto que, ante la realidad del actual sistema de partidos, la fórmula es la menos conflictiva. Esta es una de las cosas que tendremos que cambiar. El pueblo no necesita que le pregunten qué quiere, sino que le propongan con honestidad lo que le conviene para, entonces, decidir. La revolución de las conciencias es para que la gente pueda decidir lo que realmente le conviene.
“Que el fraude electoral jamás se olvide”
¡Que nadie se entere! Hay que decirle al mundo que aquí es jauja y que todo es paz y felicidad. Los embajadores y cónsules de México en el exterior tendrán que reforzar sus habilidades histriónicas para que no les gane la risa mientras cuentan el cuento, así el mundo se esté carcajeando a su costa.
Calderón prohibe hablar mal de México y lo califica como una traición a la patria, en una truculenta maniobra para equiparar a su espurio gobierno con el país entero. La basura deberá esconderse bajo el tapete, el caos no existe. Los notables que agoraron la debacle anunciando el dramático aumento del desempleo -dice Calderón- fueron desmentidos por la realidad (la de encima del tapete) y las “atinadas” medidas de gobierno que la evitaron. No hay para dónde hacerse. El tal Calderón ni ve ni oye; es incapaz de hacer la más mínima autocrítica y corregir el derrotero del fracaso.
Lo peor del caso es que haya un sector de la población que se traga las ruedas de molino que nos ofrece la vulgar propaganda gubernamental, que todo lo justifica como resultado de una crisis que nos viene de fuera, ante la cual el régimen ha actuado con prudencia y responsabilidad, adoptando medidas que son dolorosas pero que, de no tomarse, provocarían un mayor sacrificio. El temor generalizado ha cumplido su objetivo; la gente se hace conservadora ante el peligro de perder lo muy poco que tienen; así lo ha diseñado el régimen y le ha dado resultado.
De ahí que la movilización popular tendrá que hacer énfasis en la llamada revolución de las conciencias. Es preciso que la gente común identifique con claridad quienes son los adversarios. Me viene a la memoria la pueril moraleja de la fábula del perro y el cocodrilo de Samaniego, que fue la primera poesía que me enseñaron en primero de primaria: aquella que narra que un perro bebía en el Nilo y, al mismo tiempo corría/ bebe quieto –le decía- un taimado cocodrilo/ dañino es beber y andar, pero es más sano que aguardar a que me claves el diente./ ¡Oh que docto perro viejo/ yo venero tu saber/ en eso de no atender del enemigo el consejo. El régimen espurio y la parafernalia de sus corifeos aconsejan tomar las cosas con calma, al mismo tiempo que promueven el temor, para seguir clavándole el diente al pueblo. Tendremos que asumirnos como perros viejos para saber distinguir su perversidad.
López Obrador insiste en desenmascarar a la oligarquía de los privilegiados enquistados en el gobierno. Son los verdaderos adversarios del pueblo. Convoca a la revolución de las conciencias para sustentar la movilización que permita realizar los cambios necesarios para salvar al país. Es la manera idónea de celebrar las efemérides del bicentenario de la independencia y el centenario de la revolución. Se necesita incidir sobre la clase media en peligro de extinción, tan llena de temores y tan acalambrada por los fantasmas inventados por la propaganda, particularmente aquella que se ha dedicado a demonizar a los movimientos populares y a sus dirigentes, especialmente a AMLO, pero también a los electricistas y tantos otros que se ven obligados a tomar las calles para expresarse. Hay que neutralizar el efecto pernicioso de la filantropía clientelista del gobierno, que convierte a los más jodidos en atentos amigos del cocodrilo que se los engulle cotidianamente. Hay que escribir mucho y hablar más. Todos tenemos que hacernos de ánimo y herramientas para convencer a los demás. La meta tendría que ser la paralización del país, instrumento indispensable para forzar el cambio de rumbo y de modelo económico.
Lo electoral también es importante pero, con frecuencia mella las reales posibilidades del cambio, peor aún con la izquierda electoral desdibujada y sometida al imperio de la mercadotecnia política, donde quienes dominan son los dueños de los medios masivos de comunicación. No puedo dejar de lamentar que la alianza de los partidos de izquierda, sumida en su incapacidad orgánica, haya tenido que adoptar la medida de decidir las candidaturas a los puestos de elección popular por medio de encuestas, para que gane el más bonito de los posibles candidatos o el que más dinero invierta en su imagen pública. Acepto que, ante la realidad del actual sistema de partidos, la fórmula es la menos conflictiva. Esta es una de las cosas que tendremos que cambiar. El pueblo no necesita que le pregunten qué quiere, sino que le propongan con honestidad lo que le conviene para, entonces, decidir. La revolución de las conciencias es para que la gente pueda decidir lo que realmente le conviene.
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