Álvaro Cepeda Neri
Una distracción más del calderonismo: los diez “mandamientos” de su iniciativa legislativa (para comerle el mandado a la Reforma del Estado, impulsada por una mayoría del Senado de la República), que comprendería la elección consecutiva de presidentes municipales (no son alcaldes) y jefes delegacionales (en el distrito Federal a quien se le niega su ascenso a un Estado para que esas delegaciones sean municipios).
Reelección consecutiva de legisladores federales (cuando estos ya se reeligen desde hace más de 40 años, consúltese la investigación de Esteban David Rodríguez: Los dueños del Congreso, editorial Grijalbo): “Reforma” para que los partidos conserven su registro con un mínimo de 4 por ciento de los sufragios.
“Reforma” para implantar el derecho de los ciudadanos a intervenir directamente en los procesos legislativos; establecimiento de candidaturas independientes para todos los cargos de elección; segunda vuelta de la elección presidencial, en caso de que el candidato con mayor votación no tenga la mayoría absoluta; facultar el pleno de la Suprema Corte para presentar iniciativas legislativas en el ámbito judicial.
Además que el Presidente en turno pueda presentar, en cada período del Congreso, dos iniciativas de ley prioritarias (¿más facultades al presidencialismo, en lugar de reducirlas?), y la autorización al Presidente para hacer observaciones parciales o totales al Congreso, en materia de ingresos y egresos... ¡otra facultad más al “señor presidente”!
Ya de por sí el presidencialismo es un arsenal de facultades que rompe los pesos y contrapesos gubernamentales del Estado que, de Federal que debería ser, continúa siendo un Estado Unitario y centralista concentrador de tantas funciones que arrasa al sistema municipal, estatal y de los poderes judicial y, con todo, todavía del legislativo.
Calderón quiere que dejemos de lado la pavorosa inseguridad y la explosiva pobreza, echando a volar sus globos de reformas sin fondo (en lugar de proponer el Tribunal de Cuentas y el Tribunal Constitucional, el nombramiento de un civil al frente de las Fuerzas Armadas, fortalecer las policías en lugar de usar a los militares como tales, etc.).
Ya Calderón, el PAN y el club de amigos del calderonismo se hunden en las arenas movedizas de su final, fracasando rotundamente por su mal desempeño durante tres años, y lanza su “espantabrujas” para tratar de distraernos. Sobre todo cuando lo que debe reformar a fondo es el presidencialismo que es el ancla de nuestras deficiencias políticas y administrativas.
Pero quiere más facultades en lugar de reducirlas y hacer de un secretario del despacho el Jefe de los demás para responsabilizarlo ante el Congreso y removerlo en cuanto, como ahora mismo, resulten ineficaces y corruptos. Se hunde Calderón en las arenas movedizas de su mal gobierno y para cubrir su huída trata de crear una cortina de humo. En lugar de transparentar el uso del dinero público, la “reforma” es una contrarreforma más a la derecha que no tiene presente y menos futuro.
Una distracción más del calderonismo: los diez “mandamientos” de su iniciativa legislativa (para comerle el mandado a la Reforma del Estado, impulsada por una mayoría del Senado de la República), que comprendería la elección consecutiva de presidentes municipales (no son alcaldes) y jefes delegacionales (en el distrito Federal a quien se le niega su ascenso a un Estado para que esas delegaciones sean municipios).
Reelección consecutiva de legisladores federales (cuando estos ya se reeligen desde hace más de 40 años, consúltese la investigación de Esteban David Rodríguez: Los dueños del Congreso, editorial Grijalbo): “Reforma” para que los partidos conserven su registro con un mínimo de 4 por ciento de los sufragios.
“Reforma” para implantar el derecho de los ciudadanos a intervenir directamente en los procesos legislativos; establecimiento de candidaturas independientes para todos los cargos de elección; segunda vuelta de la elección presidencial, en caso de que el candidato con mayor votación no tenga la mayoría absoluta; facultar el pleno de la Suprema Corte para presentar iniciativas legislativas en el ámbito judicial.
Además que el Presidente en turno pueda presentar, en cada período del Congreso, dos iniciativas de ley prioritarias (¿más facultades al presidencialismo, en lugar de reducirlas?), y la autorización al Presidente para hacer observaciones parciales o totales al Congreso, en materia de ingresos y egresos... ¡otra facultad más al “señor presidente”!
Ya de por sí el presidencialismo es un arsenal de facultades que rompe los pesos y contrapesos gubernamentales del Estado que, de Federal que debería ser, continúa siendo un Estado Unitario y centralista concentrador de tantas funciones que arrasa al sistema municipal, estatal y de los poderes judicial y, con todo, todavía del legislativo.
Calderón quiere que dejemos de lado la pavorosa inseguridad y la explosiva pobreza, echando a volar sus globos de reformas sin fondo (en lugar de proponer el Tribunal de Cuentas y el Tribunal Constitucional, el nombramiento de un civil al frente de las Fuerzas Armadas, fortalecer las policías en lugar de usar a los militares como tales, etc.).
Ya Calderón, el PAN y el club de amigos del calderonismo se hunden en las arenas movedizas de su final, fracasando rotundamente por su mal desempeño durante tres años, y lanza su “espantabrujas” para tratar de distraernos. Sobre todo cuando lo que debe reformar a fondo es el presidencialismo que es el ancla de nuestras deficiencias políticas y administrativas.
Pero quiere más facultades en lugar de reducirlas y hacer de un secretario del despacho el Jefe de los demás para responsabilizarlo ante el Congreso y removerlo en cuanto, como ahora mismo, resulten ineficaces y corruptos. Se hunde Calderón en las arenas movedizas de su mal gobierno y para cubrir su huída trata de crear una cortina de humo. En lugar de transparentar el uso del dinero público, la “reforma” es una contrarreforma más a la derecha que no tiene presente y menos futuro.
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