Florence Toussaint
“La CFE, una empresa de clase mundial”, es la frase con la que se corona el spot difundido antes de la película en las salas comerciales de cine. El propósito es suministrar una imagen de eficiencia, de modernidad, y justificar así el cierre de la fuente de trabajo del Sindicato Mexicano de Electricistas.
En una parte del anuncio se dice que pronto la CFE dará servicio a la zona centro de México. Dura alrededor de 60 segundos y la producción comprende imágenes y sonidos editados para imprimirle un ritmo que atrape al espectador. Tanto el costo de lo realizado como el de su exhibición en las salas resultan elevados. El contenido y la frecuencia con la que se pone al aire evidencian la razón política de fondo, desacreditar a un movimiento y justificar lo injustificable: dejar vacantes a 44 mil empleados por su pertenencia a un sindicato combativo.
“El trato que nos daban los electricistas en la Ciudad de México era muy malo, qué bueno que el gobierno cerró la empresa, ahora tendremos un mejor servicio”, dice una actriz de mediana edad frente a cámara, caracterizada en ama de casa del mismo nivel socioeconómico que los despedidos. El spot televisivo aparece en las pantallas de Canal Once. A semejanza del cinematográfico, aunque de escasa calidad formal, trata de manera burda de justificar lo injustificable.
En ambos casos se trata de un abuso de autoridad. El Estado contra los trabajadores utilizando todos los recursos mediáticos que el dinero del erario pueda comprar. Intentan por ese camino construir una estrategia totalitaria, ya que los miembros del gremio y sus dirigentes no cuentan con medios para expresarse masivamente, dar su versión de los hechos y contrainformar acerca del problema. La reiteración de los anuncios es otra forma de atentar contra el equilibrio. A lo anterior se agrega el exiguo espacio en los noticiarios para que los electricistas hablen sin que otros les usurpen la voz.
“¿A dónde te fuiste? Regresa, nos haces mucha falta”, dice una niña en figura de dibujo animado mientras camina por la ciudad, por los túneles del Metro hasta llegar al drenaje profundo. Entonces se transforma en humana. Con un dedo toca el agua y muy tiernamente insiste: “No voy a permitir que nadie te vuelva a tratar así, te lo prometo, voy a protegerte”. Se trata de una campaña de la Comisión Nacional del Agua. El anuncio está muy bien realizado, utiliza nuevos métodos tecnológicos para hacerlo atractivo y, sin embargo, parece bastante demagógico. Es un cuento para justificar lo injustificable: en la Ciudad de México no hay agua mientras los tabasqueños se inundan. Y eso año con año. El tendencioso mensaje echa la culpa a la ciudadanía de una responsabilidad que es del gobierno.
Personas de todas las edades, de clase media, obreros, campesinos, estudiantes, maestros y de oficios variados nos instan a sacar, renovar, actualizar nuestra credencial para votar. “Nuestra democracia crece y crecemos todos” es el lema de los anuncios del IFE. La campaña es permanente. Sin embargo es un desperdicio, con los tiempos otorgados por la reforma al Cofipe de 2007, el IFE podría divulgar los principios de la democracia, los derechos de los ciudadanos y el ejercicio de las garantías que otorga la Constitución. Se conforma con lo electoral, lo cual evita el surgimiento de una verdadera conciencia ciudadana.
Los gobiernos autoritarios implementan dos tipos de represión: la política, que en ocasiones deviene en cárcel, tortura y desapariciones; y la simbólica, es decir el control de los medios masivos para inducir al pensamiento único. Esta represión es la más grave porque sin libertad para reflexionar y para expresarse, sin crítica, una sociedad se inmoviliza, pierde la capacidad de organizarse y protestar. Esa es la apuesta de Felipe Calderón y su equipo de gobierno. Y para ello gastan millones de pesos que arrebatan al de por sí exiguo salario de quienes todavía devengan uno.
“La CFE, una empresa de clase mundial”, es la frase con la que se corona el spot difundido antes de la película en las salas comerciales de cine. El propósito es suministrar una imagen de eficiencia, de modernidad, y justificar así el cierre de la fuente de trabajo del Sindicato Mexicano de Electricistas.
En una parte del anuncio se dice que pronto la CFE dará servicio a la zona centro de México. Dura alrededor de 60 segundos y la producción comprende imágenes y sonidos editados para imprimirle un ritmo que atrape al espectador. Tanto el costo de lo realizado como el de su exhibición en las salas resultan elevados. El contenido y la frecuencia con la que se pone al aire evidencian la razón política de fondo, desacreditar a un movimiento y justificar lo injustificable: dejar vacantes a 44 mil empleados por su pertenencia a un sindicato combativo.
“El trato que nos daban los electricistas en la Ciudad de México era muy malo, qué bueno que el gobierno cerró la empresa, ahora tendremos un mejor servicio”, dice una actriz de mediana edad frente a cámara, caracterizada en ama de casa del mismo nivel socioeconómico que los despedidos. El spot televisivo aparece en las pantallas de Canal Once. A semejanza del cinematográfico, aunque de escasa calidad formal, trata de manera burda de justificar lo injustificable.
En ambos casos se trata de un abuso de autoridad. El Estado contra los trabajadores utilizando todos los recursos mediáticos que el dinero del erario pueda comprar. Intentan por ese camino construir una estrategia totalitaria, ya que los miembros del gremio y sus dirigentes no cuentan con medios para expresarse masivamente, dar su versión de los hechos y contrainformar acerca del problema. La reiteración de los anuncios es otra forma de atentar contra el equilibrio. A lo anterior se agrega el exiguo espacio en los noticiarios para que los electricistas hablen sin que otros les usurpen la voz.
“¿A dónde te fuiste? Regresa, nos haces mucha falta”, dice una niña en figura de dibujo animado mientras camina por la ciudad, por los túneles del Metro hasta llegar al drenaje profundo. Entonces se transforma en humana. Con un dedo toca el agua y muy tiernamente insiste: “No voy a permitir que nadie te vuelva a tratar así, te lo prometo, voy a protegerte”. Se trata de una campaña de la Comisión Nacional del Agua. El anuncio está muy bien realizado, utiliza nuevos métodos tecnológicos para hacerlo atractivo y, sin embargo, parece bastante demagógico. Es un cuento para justificar lo injustificable: en la Ciudad de México no hay agua mientras los tabasqueños se inundan. Y eso año con año. El tendencioso mensaje echa la culpa a la ciudadanía de una responsabilidad que es del gobierno.
Personas de todas las edades, de clase media, obreros, campesinos, estudiantes, maestros y de oficios variados nos instan a sacar, renovar, actualizar nuestra credencial para votar. “Nuestra democracia crece y crecemos todos” es el lema de los anuncios del IFE. La campaña es permanente. Sin embargo es un desperdicio, con los tiempos otorgados por la reforma al Cofipe de 2007, el IFE podría divulgar los principios de la democracia, los derechos de los ciudadanos y el ejercicio de las garantías que otorga la Constitución. Se conforma con lo electoral, lo cual evita el surgimiento de una verdadera conciencia ciudadana.
Los gobiernos autoritarios implementan dos tipos de represión: la política, que en ocasiones deviene en cárcel, tortura y desapariciones; y la simbólica, es decir el control de los medios masivos para inducir al pensamiento único. Esta represión es la más grave porque sin libertad para reflexionar y para expresarse, sin crítica, una sociedad se inmoviliza, pierde la capacidad de organizarse y protestar. Esa es la apuesta de Felipe Calderón y su equipo de gobierno. Y para ello gastan millones de pesos que arrebatan al de por sí exiguo salario de quienes todavía devengan uno.
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