Álvaro Cepeda Neri
Allá en la “prehistoria”, cuando inició el “deporte”-espectáculo de las luchas, ya entonces amañadas pero con rasgos de “realismo” (aunque a veces las pastillas de “sangre” se mezclaban con la de los contendientes) existió la llamada pareja atómica integrada por el todavía recordado El Santo y Gori Guerrero (salvo que me equivoque).
Era un par lucidor y llenaba el lugar donde se presentara. A mi pueblo llegaron, y había que ir a verlos actuar y contagiarse (como explica el sociólogo Gabriel Tarde, y que el profesor Abreu, en la Facultad de Derecho de la UNAM exponía atractivamente a los alumnos) de las emociones del “respetable”.
Así ahora, Marcelo Luis Ebrard Casaubón, que anda desesperado por agandallarse la candidatura perredista de Los Chuchos, para consumar la traición a su padre putativo López Obrador, ha logrado la complicidad (mediante la corrupción del “toma y daca”) con Rafael Acosta, alias Juanito, el de la cinta de falso karateca en la cabeza, con los colores de La Bandera.
Éste fue usado para ganar la delegación de Iztapalapa, en el Distrito Federal, con las siglas del partido del Trabajo (al menos PT y Convergencia, postularán a AMLO para una segunda disputa presidencial) pues el canibalismo perredista chuchista impuso a una candidata a su modo, cuando Clara Brugada (favorita de López Obrador) fue puesta fuera de combate (ahora que estamos recordando las luchas) por el tribunal electoral.
Aquello fue un circo. Juanito hincándose y prometiendo ser “pantalla” del PRD y en cuanto obtuviera la victoria, ya que AMLO controlaba a los casi 2 millones de votantes en la demarcación, pediría licencia y después renunciaría, para que la señora Brugada, por la puerta de atrás, asumiera el cargo.
Ya con el triunfo en la bolsa Juanito se puso rejego y ha llegado a decir que siguió al pie de la letra la farsa con Andrés Manuel, pero que siempre sí quiere el cargo, lo que finalmente es un caos. En todo esto está la mano negra de Ebrard quien vio que podría manipularlo para su causa, lo sobornó con promesas para repudiar a AMLO, hacerlo pasar por tonto y descalificarlo electoralmente.
Juanito y Ebrard son la nueva pareja atómica. Éste habrá leído y será su libro de cabecera, el ensayo sobre la traición (Elogio de la traición, de Denis Jeambar e Yves Roucaute, en editorial Gedisa), donde se cuenta que la divisa de los traidores es la frase de Edgar Faur: “No es la veleta que gira, sino el viento que la hace cambiar de dirección”.
El libro lo obsequió Carlos Olmos, ex priista, hoy panista y director de comunicación en la secretaría de Salud. Ese es el lema de Ebrard frente a AMLO y no reparará en nada para hacerse de la candidatura chuchista y competir arregladamente contra Peña Nieto, con quien se le ha visto “uña y carne”. Ese par está en la conspiración contra López Obrador y por eso Juanito se ha puesto belicoso contra el tabasqueño que persiste, como lo prometió, en “traer con mecate corto a Calderón”, mientras se cuida de tocar a su nuevo patrocinador.
Allá en la “prehistoria”, cuando inició el “deporte”-espectáculo de las luchas, ya entonces amañadas pero con rasgos de “realismo” (aunque a veces las pastillas de “sangre” se mezclaban con la de los contendientes) existió la llamada pareja atómica integrada por el todavía recordado El Santo y Gori Guerrero (salvo que me equivoque).
Era un par lucidor y llenaba el lugar donde se presentara. A mi pueblo llegaron, y había que ir a verlos actuar y contagiarse (como explica el sociólogo Gabriel Tarde, y que el profesor Abreu, en la Facultad de Derecho de la UNAM exponía atractivamente a los alumnos) de las emociones del “respetable”.
Así ahora, Marcelo Luis Ebrard Casaubón, que anda desesperado por agandallarse la candidatura perredista de Los Chuchos, para consumar la traición a su padre putativo López Obrador, ha logrado la complicidad (mediante la corrupción del “toma y daca”) con Rafael Acosta, alias Juanito, el de la cinta de falso karateca en la cabeza, con los colores de La Bandera.
Éste fue usado para ganar la delegación de Iztapalapa, en el Distrito Federal, con las siglas del partido del Trabajo (al menos PT y Convergencia, postularán a AMLO para una segunda disputa presidencial) pues el canibalismo perredista chuchista impuso a una candidata a su modo, cuando Clara Brugada (favorita de López Obrador) fue puesta fuera de combate (ahora que estamos recordando las luchas) por el tribunal electoral.
Aquello fue un circo. Juanito hincándose y prometiendo ser “pantalla” del PRD y en cuanto obtuviera la victoria, ya que AMLO controlaba a los casi 2 millones de votantes en la demarcación, pediría licencia y después renunciaría, para que la señora Brugada, por la puerta de atrás, asumiera el cargo.
Ya con el triunfo en la bolsa Juanito se puso rejego y ha llegado a decir que siguió al pie de la letra la farsa con Andrés Manuel, pero que siempre sí quiere el cargo, lo que finalmente es un caos. En todo esto está la mano negra de Ebrard quien vio que podría manipularlo para su causa, lo sobornó con promesas para repudiar a AMLO, hacerlo pasar por tonto y descalificarlo electoralmente.
Juanito y Ebrard son la nueva pareja atómica. Éste habrá leído y será su libro de cabecera, el ensayo sobre la traición (Elogio de la traición, de Denis Jeambar e Yves Roucaute, en editorial Gedisa), donde se cuenta que la divisa de los traidores es la frase de Edgar Faur: “No es la veleta que gira, sino el viento que la hace cambiar de dirección”.
El libro lo obsequió Carlos Olmos, ex priista, hoy panista y director de comunicación en la secretaría de Salud. Ese es el lema de Ebrard frente a AMLO y no reparará en nada para hacerse de la candidatura chuchista y competir arregladamente contra Peña Nieto, con quien se le ha visto “uña y carne”. Ese par está en la conspiración contra López Obrador y por eso Juanito se ha puesto belicoso contra el tabasqueño que persiste, como lo prometió, en “traer con mecate corto a Calderón”, mientras se cuida de tocar a su nuevo patrocinador.
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