Álvaro Cepeda Neri
Ya están dándole una manita de gato al palacio de Bellas Artes, el teatro-museo que dejó inconcluso Porfirio Díaz ya que a la mitad de su construcción, lo embarcaron en el Ipiranga (bellísima novela histórica escribió Juan A. Mateos: La majestad caída o La Revolución mexicana) para exiliarse en París (donde fue enterrado, después clandestinamente los porfiristas desenterraron sus huesos para llevárselos a Oaxaca donde están escondidos en una tradición de padres a hijos y nietos).
Otras obras se llevan a cabo, tanto federales como en la capital del país, por órdenes de Calderón y Ebrard para, supuestamente, con luces y cohetones, celebrar los 200 años de la Independencia y los 100 años de la Revolución de 1910, que en realidad fue la renuncia de Porfirio, ya que la Revolución estalló tras el homicidio de Madero por el borracho y fanático del militarismo Victoriano Huerta.
El caso es que como nunca, durante estos tres años de Calderón, hemos tenido lo que hacían los déspotas césares romanos: PAN y circo aunque el pan romano era realmente de harina y el PAN calderonista es un partido que con fiestas pretende distraernos de los graves males que padecemos.
Mucho se habla de los héroes y mártires, como Hidalgo y Morelos... Zapata y Villa, dirigentes de esos movimientos de rebelión masiva de los esclavos cuando La Colonia y de los campesinos del porfirismo. Pero, nada se habla o muy poco del pueblo, esa carne de cañón que, en toda revuelta y protesta popular, son los que dan la cara.
Millones de mexicanos, indígenas, mestizos y uno que otro español, y cien años después, en 1910, otros millones de indígenas, mestizos, es decir, ya en proceso de mexicanos como síntesis de la combinación racial, estuvieron en los frentes para conquistar la Independencia y deshacerse del mal gobierno porfirista.
A ellos nadie los menciona o muy de pasada, pero ofrendaron sus vidas por cambiar su presente de opresión, explotación y sometimiento. No sólo basta con homenajear a sus dirigentes.
Al lado de los protagonistas de esos dos hechos históricos, debe estar el pueblo que escenificó, con el título de un libro de Ortega y Gasset: La rebelión de las masas (obra por cierto recién editada por Austral). Anteayer contra los Virreyes y el Virreynato opresor; ayer contra el dictador y su pandilla “los científicos”. Ahora, tal vez, contra el factor común que convocó a las masas en 1810 y 1910: el mal gobierno del calderonismo y su PAN con Circo, pero sin proporcionar los medios para paliar la pobreza.
Calderón anda muy apurado y reunió a lo ricos a buscar salidas para “un México sin pobreza”. Desde Salinas y Zedillo se habló de ayudar “a los que menos tienen”. Igual hizo Fox y repite el acto Calderón. Pero, ninguno ha puesto las condiciones para crear empleo, la fuente para abatir la pobreza. Lo único que puede suceder es que la rebelión de las masas estalle, antes o después, de embellecimiento de Bellas Artes, la remodelación del Monumento a la Revolución y se prendan foquitos patrióticos en las entidades.
Ya están dándole una manita de gato al palacio de Bellas Artes, el teatro-museo que dejó inconcluso Porfirio Díaz ya que a la mitad de su construcción, lo embarcaron en el Ipiranga (bellísima novela histórica escribió Juan A. Mateos: La majestad caída o La Revolución mexicana) para exiliarse en París (donde fue enterrado, después clandestinamente los porfiristas desenterraron sus huesos para llevárselos a Oaxaca donde están escondidos en una tradición de padres a hijos y nietos).
Otras obras se llevan a cabo, tanto federales como en la capital del país, por órdenes de Calderón y Ebrard para, supuestamente, con luces y cohetones, celebrar los 200 años de la Independencia y los 100 años de la Revolución de 1910, que en realidad fue la renuncia de Porfirio, ya que la Revolución estalló tras el homicidio de Madero por el borracho y fanático del militarismo Victoriano Huerta.
El caso es que como nunca, durante estos tres años de Calderón, hemos tenido lo que hacían los déspotas césares romanos: PAN y circo aunque el pan romano era realmente de harina y el PAN calderonista es un partido que con fiestas pretende distraernos de los graves males que padecemos.
Mucho se habla de los héroes y mártires, como Hidalgo y Morelos... Zapata y Villa, dirigentes de esos movimientos de rebelión masiva de los esclavos cuando La Colonia y de los campesinos del porfirismo. Pero, nada se habla o muy poco del pueblo, esa carne de cañón que, en toda revuelta y protesta popular, son los que dan la cara.
Millones de mexicanos, indígenas, mestizos y uno que otro español, y cien años después, en 1910, otros millones de indígenas, mestizos, es decir, ya en proceso de mexicanos como síntesis de la combinación racial, estuvieron en los frentes para conquistar la Independencia y deshacerse del mal gobierno porfirista.
A ellos nadie los menciona o muy de pasada, pero ofrendaron sus vidas por cambiar su presente de opresión, explotación y sometimiento. No sólo basta con homenajear a sus dirigentes.
Al lado de los protagonistas de esos dos hechos históricos, debe estar el pueblo que escenificó, con el título de un libro de Ortega y Gasset: La rebelión de las masas (obra por cierto recién editada por Austral). Anteayer contra los Virreyes y el Virreynato opresor; ayer contra el dictador y su pandilla “los científicos”. Ahora, tal vez, contra el factor común que convocó a las masas en 1810 y 1910: el mal gobierno del calderonismo y su PAN con Circo, pero sin proporcionar los medios para paliar la pobreza.
Calderón anda muy apurado y reunió a lo ricos a buscar salidas para “un México sin pobreza”. Desde Salinas y Zedillo se habló de ayudar “a los que menos tienen”. Igual hizo Fox y repite el acto Calderón. Pero, ninguno ha puesto las condiciones para crear empleo, la fuente para abatir la pobreza. Lo único que puede suceder es que la rebelión de las masas estalle, antes o después, de embellecimiento de Bellas Artes, la remodelación del Monumento a la Revolución y se prendan foquitos patrióticos en las entidades.
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