El fulano que ensangrentó al país

Álvaro Delgado

El desastre económico y de violencia que atormenta al país, que a menudo trata de encubrirse con escándalos tipo Juanito --cuyo desenlace tiene enfurecida a la derecha que a veces usa ropaje progre--, no es nada que no se haya anticipado desde que Felipe Calderón se “parapetó” en el Ejército para justificar su adulterino triunfo.

Desde antes del 1 de diciembre, cuando Calderón se introdujo por una puerta trasera del Congreso para rendir protesta, gracias a Manlio Fabio Beltrones, aquí se escribió lo que, malamente, se ha cumplido: El desgarriate en todos los órdenes de la vida de la nación, cuya expresión más cruenta es el rotundo fracaso de la “guerra” que declaró --el 11 de diciembre de 2006-- al crimen organizado.

Hay que insistir: Salvo en el reguero de casi 17 mil cadáveres en todo el territorio nacional, en el desempleo de más de 6 millones de mexicanos y en el aumento de impuestos, la gestión de Calderón ha sido yerma y tiende a degradarse hacia una mayor represión selectiva y abierta.

En medio del desangramiento causado por esa “guerra”, que ya no es sólo contra los grupos criminales que no tienen tratos con el gobierno federal o “amarres” con los gobiernos estatales, se han comenzado a manifestar fenómenos de una degeneración que pronto pueden ser incontrolables: La operación de grupos paramilitares que ajustician extrajudicialmente a quien se les ordena.

Y más aún: A las agresiones de los criminales, que mediante la fuerza someten a pueblos y comunidades para que se alisten en el trasiego de droga o, sencillamente, se callen la boca sobre las conductas delincuenciales, se han multiplicado las arbitrariedades de los efectivos del Ejército y de las policías en sus tres niveles.

La “guerra” de Calderón es ya un fracaso completo, como lo documenta el semanario Proceso en su edición que está circulando, en la que se informa de los cruentos combates en extensas comarcas del territorio nacional, en una de cuyas entregas un prominente panista, Manuel Espino, expresidente del PAN, lo dije sin atenuantes.

“Es una estrategia fallida, pero si se sostiene será una estrategia suicida, porque se sabe de antemano que no funciona”, subraya Espino, quien revela que esa “guerra” tiene motivaciones políticas que están resultando muy costosas para el país.

“Es una estrategia que no tiene sustento en una labor de inteligencia y en una evaluación previa de las causas del problema. Más parece una prótesis política que una decisión de Estado.”
--¿Qué quiere decir con esto?
--Que con ello el gobierno se pretende justificar políticamente.

Añade: “Defiende a ultranza una estrategia que más bien parece justificación política, más bien parece tener orientación política-social y más bien parece ser el capricho del que gobierna, que la decisión de un estadista.”

En la entrevista Espino explica que el uso del Ejército Mexicano en la “guerra” contra el crimen organizado, que no les es propia, no sólo ha generado quejas --“reales y supuestas”-- de violaciones a los derechos humanos, sino que ha sometido “a un severo desgaste” a la institución.

Parafraseando al general prusiano Carl von Clausewitz, un clásico de la estrategia militar, expone: “¿Estamos ante una guerra que es la continuación de la política por otros medios? ¿Al combatir el narcotráfico se persiguen también objetivos políticos? Sería muy grave que resultara cierta esa tesis, tan frecuentemente esgrimida y que cada día cobra mayor sentido.”

Censura: “No se pueden usar las armas como herramienta política o como prótesis emocional. El riesgo es máximo. Es prudente, urgente e imperativo dar a las Fuerzas Armadas su lugar en el recto orden del Estado, para que puedan seguir contribuyendo a crear un México más seguro, con respeto a la dignidad de las personas y justicia para todos.”

Y advierte: “De cara a 2010, en el que ya muchas voces advierten la amenaza de brotes subversivos, es imperativo contar con Fuerzas Armadas respaldadas por la confianza y la aprobación de la ciudadanía. Sólo así los hombres de armas podrán cumplir cabalmente con su papel constitucional primordial. Si el Ejército no militariza la política, el gobernante no debe politizar a los militares.”

En la entrevista con Proceso, después de que difundió una carta abierta dirigida a Calderón para exigirle que “asuma su responsabilidad de la tragedia en Ciudad Juárez”, Chihuahua, porque “estamos ante una guerra fallida (y) ante un estéril derramamiento de sangre”, Espino afirma que la violación de derechos humanos por parte de elementos del Ejército es “porque los fueron a meter a un terreno que no les es propio”.

Pero además, como ocurre en Juárez, la presencia del Ejército es sólo “escenográfica” porque, en vez de inhibir, ha estimulado las conductas criminales, como la extorsión de la que ya es víctima su propia familia que, el viernes 4, fue amenazada de sufrir secuestro si no cumplía con el pago de 2 mil dólares mensuales.

“La gente lo ve como un desfile. El convoy de vehículos de soldados o de policías federales por las calles principales de la ciudad es un desfile de carros alegóricos. Eso no da un solo resultado. La presencia militar ha sido eso: escenográfica, es parte de la escenografía de Juárez ver patrullas de soldados o policías por aquí y por allá. Desfiles nada más, transitan las calles.”

–Y por las calles transitan, impunes, los criminales…
–Por supuesto.
Tal cual.

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