El Calderón de los caricaturistas como periodismo crítico

Álvaro Cepeda Neri

Estoy de regreso para continuar el análisis del trabajo que hacen los periodistas de la caricatura. Tenemos una larga tradición en tales creaciones, en el contexto de que “la vida del periodista... es azarosa desde todos los puntos de vista y está rodeada de unas condiciones que ponen a prueba la seguridad interna como quizás no lo hace ninguna otra situación. Y tal vez no sean lo peor de ellas las experiencias frecuentemente amargas de la vida profesional”, escribió Max Weber.

Esto, con más comentarios de gran calidad, referidos al periodismo y sus profesionales, en el ensayo deslumbrante que lleva por nombre: El político; ensayo que debería ser lectura obligada para los ciudadanos en busca de información para su formación; de los políticos y de los estudiantes de ciencias sociales de fundamento jurídico.

Voy, pues, al encuentro de los periodistas que dibujan desde sus respectivos arsenales de su bestiario político. Y es que cada vez que “retratan” a Calderón, desde los maestros de la caricatura (como El Fisgón, Hernández, Helguera, Rocha, del periódico La Jornada, por dar un ejemplo de lo que hacen los caricaturistas en los diarios y revistas de la capital del país y en los municipios donde se practica ese periodismo), hasta las más elementales caricaturas, lo que salta a la vista es que son generadores de una crítica devastadora.

El Calderón de los “moneros” de La Jornada destaca por el tratamiento singular del panista de derechas, al que una ironía de la historia mexicana lo ha colocado encabezando las fiestas (ya veremos si no le sale el tiro por la culata) de Independencia y la Revolución, cuando Calderón es heredero de quienes combatieron a los independentistas, los llamados reaccionarios y conservadores, como heredero de los contrarrevolucionarios.

Todos y cada uno de los siete días de la semana, que inicia el domingo y concluye el sábado, aunque parezca que la semana inicia el lunes; las caricaturas de Calderón son productoras de una devastadora crítica por la vía de la sátira, la burla y el ridículo.

Porque además, Calderón se presta a esos dardos pues es un panista (pero no un político) que, como lo definió su compañero de viaje, aunque a regañadientes, Manuel Espino, es “chaparrito, calvo y de lentes”. Naranjo y Helioflores, con Efrén, Luis Carreño y (su firma es ilegible) el caricaturista del matutino Reforma, donde Calderón aparece con nariz de Pinocho (Reforma: 20/XI/09) y dos títulos: Presidente del empleo... Por lo menos algo crece”.

La caricatura está siendo actualmente, más que nunca, una de las más eficaces armas de crítica periodística. Son obras de colección y para la historia del periodismo. un Calderón al que los caricaturistas ponen con la silla presidencial que le queda grande, el uniforme militar extra grande y cada vez más achicado, para con la genialidad de ese retratismo con utensilios de dibujo, producir la más penetrante crítica.

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