Aumentan en cantidad y volumen las rechiflas

Álvaro Cepeda Neri

Hace un mes, más o menos, que estando Felipe Calderón en un acto deportivo, al ser presentado a la afición (en este sexenio de PAN y circo), de inmediato se escuchó un sonoro coro de abucheos y silbidos. El destinatario era, pues, el inquilino de Los Pinos. A partir de entonces, en los actos públicos, Calderón ha estado siendo blanco de rechiflas.

Como en el acto del 20 de noviembre, día de celebración (antes del foxismo con desfile militar y deportivo) del inicio de la Revolución de 1917 tras el homicidio de Francisco I. Madero y José María Pino Suárez, entre otros muchos ordenados por el alcohólico y golpista utilizando al militarismo, de Victoriano Huerta (cuyo fantasma ronda el trienio calderonista).

Ese desfile apenas duró 45 minutos con Calderón en el balcón presidencial, de Palacio Nacional (que ocupan una minoría de empleados de la secretaría de Hacienda, pues el edificio que albergó, de Juárez a López Mateos como presidentes con sus colaboradores, lleva visos de convertirse en museo; mientras ahora mismo Calderón usa Los Pinos, el domicilio presidencial desde Lázaro Cárdenas, donde asoma apenas de vez en cuando la cabeza.

Que se recuerde fue a Díaz Ordaz, cuando inauguró los Juegos Olímpicos de 1968, a quien se le obsequió, por los más de 100 mil asistentes, una rechifla que se escuchó por todo el mundo. No hay otro precedente. En el caso del derechista, del licenciado Calderón, se ha ganado a pulso el repudio popular.

Esto debido a que después de tres años el país no solamente está desenganchado de la política exterior (con la mediocre de Patricia Espinosa, la más oscura secretaria de Relaciones Exteriores), sino que está desmoronándose en el interior por el fracaso de la política económica pública, el retiro del apoyo empresarial (incluyendo a los empresarios proclives al panismo) y la toma de decisiones en la crisis (las crisis son para tomar y ejecutar decisiones) equivocadas, inoportunas y, por lo tanto ineficaces.

Está aumentando el malestar social ya que 80 millones de mexicanos se debaten entre la hambruna, las enfermedades, la pobreza extrema y el desempleo al lado de los pocos que sobreviven en labores formales e informales. Y de pilón: el aumento de impuestos y nuevas contribuciones para el año que ya está encima, cuando los mexicanos que soportan esas cargas y desgracias, han reducido el consumo general y no les alcanza el dinero para cubrir sus necesidades mínimas.

Por eso es que la olla de presión social ha iniciado los actos de protesta, como los abucheos, las mentadas y las rechiflas en cuanto saben de la presencia de Calderón. Éste ya no representa para los mexicanos la institución presidencial. Su incapacidad política para el manejo del poder federal lo ha hecho acreedor al desprecio y esto apunta a que aumentarán, a grado de que Calderón va a tener que estar prisionero en Los Pinos. Su presencia es ya provocadora para un pueblo que sabe que el poder presidencial es inoperante en sus manos.

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