Ramón Alfonso Sallard
Andrés Manuel López Obrador volvió a llenar el zócalo ayer, con motivo del tercer aniversario de vida del gobierno legítimo de México. Como suele hacerlo en ese escenario repleto de seguidores, el tabasqueño habló de la necesaria transformación del país “con miras al 2012” y se comprometió a elaborar un Nuevo Proyecto Alternativo de Nación, en función de los recientes acontecimientos nacionales e internacionales.
Encomendó la tarea a un grupo de especialistas en diversas disciplinas y fijó el mes de junio de 2010 como fecha máxima para la elaboración del documento definitivo, cuyo borrador tendrá que ser sujeto a reflexión y análisis, a través de la más amplia consulta popular. El equipo de intelectuales está integrado por Ignacio Marván, Luciano Concheiro, Rogelio Ramírez de la O, Héctor Díaz Polanco, José María Pérez Gay, Víctor Manuel Toledo y Bolívar Echeverría.
La base del nuevo plan para refundar la República, dividido en diez puntos, fue expuesto ayer por el propio López Obrador de manera transparente. Le gusta someter a la aprobación de la plaza pública su estrategia general y la mayoría de sus estrategias específicas, aunque también es capaz de reservarse muchos de sus movimientos tácticos. Con esta forma de hacer política suele brindar confianza a sus adeptos, pero también prescinde o limita el factor sorpresa, y adicionalmente otorga armas a sus adversarios para la contraofensiva.
No obstante, a lo largo de su trayectoria, el líder opositor ha demostrado poseer también un desarrollado instinto político. Los factores de tiempo, espacio y lugar que tanto se les dificulta a otros entender, él los domina perfectamente. Esa comprensión le ha permitido, desde hace años, y mediante unos cuantos movimientos tácticos –como la conferencia de prensa madrugadora, cuando era jefe de Gobierno del DF--, adueñarse de la agenda política nacional. Ese es el sentido de este Nuevo Proyecto Alternativo de Nación, emprendido en medio de la peor crisis política, económica y social que vive el país desde la época revolucionaria.
Y como la política es de símbolos, en el preludio del centenario de la Revolución y el bicentenario de la Independencia, nada mejor que un nuevo Plan de San Luis, que delinee la ruta para sustituir a la casta gobernante insensible, inepta y corrupta, por una nueva clase política que deberá actuar de otra forma, con prioridades tan claras como las siguientes:
1) Rescatar al Estado y ponerlo al servicio del pueblo y de la nación. 2) Democratizar los medios masivos de comunicación. 3) Crear una nueva economía. 4) Combatir las prácticas monopólicas. 5) Abolir los privilegios fiscales. 6) Ejercer la política como imperativo ético y llevar a la práctica la austeridad republicana. 7) Fortalecer al sector energético. 8) Alcanzar la soberanía alimentaria. 9) Establecer el Estado de bienestar. 10) Promover una nueva corriente de pensamiento.
El decálogo obradorista se fundamenta en su convicción de que es mucho el atraso y el deterioro de la vida pública del país. Para él, si no hay una renovación tajante y se mantiene el mismo régimen de opresión, corrupción y privilegios, no vamos a poder revertir la decadencia ni lograr el renacimiento de México.
Me parece que López Obrador expone con certeza el qué, pero no el cómo llegar a los objetivos expuestos. ¿Buen camino? ¿Regresen a sus ciudades, barrios, colonias, comunidades y pueblos, convencidos de que las cosas van a cambiar porque tenemos la razón y estamos trabajando sinceramente por una causa justa? Sus palabras no parecen suficientes para los miles de seguidores que acudieron, una vez más, a escuchar a su líder.
Convicción, sí. Organización, también. Lucha pacífica, desde luego. Pero si todo queda en una simple estrategia mediática, en llamados que se diluyen en el vacío, entonces los resultados pueden ser absolutamente opuestos a lo esperado. La desesperación y el hambre pueden llevar al estallido social y a la primacía de las posiciones más radicales. La resistencia civil pacífica, definitivamente, es otra cosa. Ya no digamos la huelga general y la revocación de mandato. ¿Qué sigue, ciudadano Andrés Manuel?
Andrés Manuel López Obrador volvió a llenar el zócalo ayer, con motivo del tercer aniversario de vida del gobierno legítimo de México. Como suele hacerlo en ese escenario repleto de seguidores, el tabasqueño habló de la necesaria transformación del país “con miras al 2012” y se comprometió a elaborar un Nuevo Proyecto Alternativo de Nación, en función de los recientes acontecimientos nacionales e internacionales.
Encomendó la tarea a un grupo de especialistas en diversas disciplinas y fijó el mes de junio de 2010 como fecha máxima para la elaboración del documento definitivo, cuyo borrador tendrá que ser sujeto a reflexión y análisis, a través de la más amplia consulta popular. El equipo de intelectuales está integrado por Ignacio Marván, Luciano Concheiro, Rogelio Ramírez de la O, Héctor Díaz Polanco, José María Pérez Gay, Víctor Manuel Toledo y Bolívar Echeverría.
La base del nuevo plan para refundar la República, dividido en diez puntos, fue expuesto ayer por el propio López Obrador de manera transparente. Le gusta someter a la aprobación de la plaza pública su estrategia general y la mayoría de sus estrategias específicas, aunque también es capaz de reservarse muchos de sus movimientos tácticos. Con esta forma de hacer política suele brindar confianza a sus adeptos, pero también prescinde o limita el factor sorpresa, y adicionalmente otorga armas a sus adversarios para la contraofensiva.
No obstante, a lo largo de su trayectoria, el líder opositor ha demostrado poseer también un desarrollado instinto político. Los factores de tiempo, espacio y lugar que tanto se les dificulta a otros entender, él los domina perfectamente. Esa comprensión le ha permitido, desde hace años, y mediante unos cuantos movimientos tácticos –como la conferencia de prensa madrugadora, cuando era jefe de Gobierno del DF--, adueñarse de la agenda política nacional. Ese es el sentido de este Nuevo Proyecto Alternativo de Nación, emprendido en medio de la peor crisis política, económica y social que vive el país desde la época revolucionaria.
Y como la política es de símbolos, en el preludio del centenario de la Revolución y el bicentenario de la Independencia, nada mejor que un nuevo Plan de San Luis, que delinee la ruta para sustituir a la casta gobernante insensible, inepta y corrupta, por una nueva clase política que deberá actuar de otra forma, con prioridades tan claras como las siguientes:
1) Rescatar al Estado y ponerlo al servicio del pueblo y de la nación. 2) Democratizar los medios masivos de comunicación. 3) Crear una nueva economía. 4) Combatir las prácticas monopólicas. 5) Abolir los privilegios fiscales. 6) Ejercer la política como imperativo ético y llevar a la práctica la austeridad republicana. 7) Fortalecer al sector energético. 8) Alcanzar la soberanía alimentaria. 9) Establecer el Estado de bienestar. 10) Promover una nueva corriente de pensamiento.
El decálogo obradorista se fundamenta en su convicción de que es mucho el atraso y el deterioro de la vida pública del país. Para él, si no hay una renovación tajante y se mantiene el mismo régimen de opresión, corrupción y privilegios, no vamos a poder revertir la decadencia ni lograr el renacimiento de México.
Me parece que López Obrador expone con certeza el qué, pero no el cómo llegar a los objetivos expuestos. ¿Buen camino? ¿Regresen a sus ciudades, barrios, colonias, comunidades y pueblos, convencidos de que las cosas van a cambiar porque tenemos la razón y estamos trabajando sinceramente por una causa justa? Sus palabras no parecen suficientes para los miles de seguidores que acudieron, una vez más, a escuchar a su líder.
Convicción, sí. Organización, también. Lucha pacífica, desde luego. Pero si todo queda en una simple estrategia mediática, en llamados que se diluyen en el vacío, entonces los resultados pueden ser absolutamente opuestos a lo esperado. La desesperación y el hambre pueden llevar al estallido social y a la primacía de las posiciones más radicales. La resistencia civil pacífica, definitivamente, es otra cosa. Ya no digamos la huelga general y la revocación de mandato. ¿Qué sigue, ciudadano Andrés Manuel?
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