Dolia Estévez
La Ciudad de México era la Casablanca de la Guerra Fría: una ruidosa encrucijada de espías, subversivos y asesinos a sueldo. Las operaciones clandestinas de la CIA en México eran la primera línea de batalla contra el comunismo; para Latinoamérica, México era tan importante como Berlín para Europa. El director de la orquesta de intrigas era Winston Scott, considerado el segundo hombre más poderoso en México después del presidente en turno.
A lo largo de 13 años (1956-1969) al frente de la estación de CIA en México, Scott comprobó que, como diría Álvaro Obregón, nadie resiste un cañonazo de 50,000. Con cheque en blanco para corromper conciencias, Scott reclutó a toda una generación de políticos mexicanos, tres presidentes incluidos, como agentes pagados de la CIA. De acuerdo con Jefferson Morley, autor de Our Man in Mexico (University Press Kansas, 2008), en uno de sus encuentros, Díaz Ordaz hablaba con tanta rapidez que Scott, en su español cortado, le pidió “parase”, queriendo decir deténgase. Obedeciendo lo que interpretó como una orden superior, Díaz Ordaz se puso de pie sin chistar. Scott incorporó el delator incidente a su anecdotario sobre la subordinación de los mexicanos. Morley, quien dedicó una década a la investigación del legendario superespía, dice que el primer presidente controlado por Scott fue Adolfo López Mateos. LITEMPO, el operativo cuyo objetivo era comprar los servicios de altos funcionarios mexicanos, “continúa funcionando suavemente, asegurando una armonía de intereses casi total entre los dos gobiernos”, reportó Scott a Washington.
Cuando López Mateos destapó a Gustavo Díaz Ordaz, Scott informó que LITEMPO-2, como se le conocía en el léxico secreto, también era agente pagado por la CIA. En la cima de sus juegos de poder, la CIA tenía 14 agentes LITEMPO en su nómina, incluidas dos grandes leyendas del arte del engaño y la intimidación: Fernando Gutiérrez Barrios y Miguel Nazar Haro. A cada uno se le asignaba un número. Luis Echeverría, culpable de la masacre de Tlatelolco que implicó a la CIA, era LITEMPO-8, Gutiérrez Barrios, LITEMPO-4, y Nazar Haro, LITEMPO-12. La estación de la CIA en el último piso del edificio más famoso de Reforma era considerada como la “verdadera embajada” y Scott como el verdadero “procónsul americano”, cuyo acceso a los altos niveles del poder mexicano ningún embajador estadounidense jamás pudo igualar.
GRINGO POWER
En 1962, López Mateos y Díaz Ordaz fueron testigos de las terceras nupcias de Scott, a las que también asistió el gabinete entero. Según Morley, López Mateos, conocido por su debilidad por las mujeres bellas y la buena vida, llegó a la recepción en Las Lomas conduciendo un Porsche.
Además de pagarles bien, Scott también consentía sus caprichos. Cuando López Mateos se enteró que Scott le había comprado un coche a la amante de Díaz Ordaz, demandó que el espía hiciera lo mismo para la suya. Scott no objetó. Medio siglo después, el presupuesto para corromper a los mexicanos sigue siendo un secreto bien guardado.
Para Scott era buena inversión. En 1960, por ejemplo, López Mateos aceptó su propuesta de aumentar de 6 a 30 los teléfonos intervenidos en la embajada de la URSS. Con tecnología de punta llegada de Washington, Scott también intervino los teléfonos del ex presidente Lázaro Cárdenas, Vicente Lombardo Toledano y David Alfaro Siqueiros. Diariamente, a la hora del almuerzo, Scott enviaba a López Mateos un sobre sellado con las transcripciones de las conversaciones interceptadas a sus adversarios mexicanos.
¿QUÉ TEME CHÁVEZ?
El procurador Arturo Chávez Chávez rehusó reunirse con los medios mexicanos durante su reciente visita de trabajo a Washington. Sin otra excusa que la prepotencia del funcionario calderonista, Chávez Chávez regresó al hábito del boletín árido para consignar su primer viaje a Washington donde habló (¿de qué?) con altos funcionarios de la administración Obama.
Chávez, cuyo nombramiento sigue siendo cuestionado debido a su negligencia hacia las muertas de Juárez cuando era procurador estatal, prefirió esconderse a cumplir con el deber que tiene de informar sobre las actividades que realizó a expensas del erario mexicano.
La Ciudad de México era la Casablanca de la Guerra Fría: una ruidosa encrucijada de espías, subversivos y asesinos a sueldo. Las operaciones clandestinas de la CIA en México eran la primera línea de batalla contra el comunismo; para Latinoamérica, México era tan importante como Berlín para Europa. El director de la orquesta de intrigas era Winston Scott, considerado el segundo hombre más poderoso en México después del presidente en turno.
A lo largo de 13 años (1956-1969) al frente de la estación de CIA en México, Scott comprobó que, como diría Álvaro Obregón, nadie resiste un cañonazo de 50,000. Con cheque en blanco para corromper conciencias, Scott reclutó a toda una generación de políticos mexicanos, tres presidentes incluidos, como agentes pagados de la CIA. De acuerdo con Jefferson Morley, autor de Our Man in Mexico (University Press Kansas, 2008), en uno de sus encuentros, Díaz Ordaz hablaba con tanta rapidez que Scott, en su español cortado, le pidió “parase”, queriendo decir deténgase. Obedeciendo lo que interpretó como una orden superior, Díaz Ordaz se puso de pie sin chistar. Scott incorporó el delator incidente a su anecdotario sobre la subordinación de los mexicanos. Morley, quien dedicó una década a la investigación del legendario superespía, dice que el primer presidente controlado por Scott fue Adolfo López Mateos. LITEMPO, el operativo cuyo objetivo era comprar los servicios de altos funcionarios mexicanos, “continúa funcionando suavemente, asegurando una armonía de intereses casi total entre los dos gobiernos”, reportó Scott a Washington.
Cuando López Mateos destapó a Gustavo Díaz Ordaz, Scott informó que LITEMPO-2, como se le conocía en el léxico secreto, también era agente pagado por la CIA. En la cima de sus juegos de poder, la CIA tenía 14 agentes LITEMPO en su nómina, incluidas dos grandes leyendas del arte del engaño y la intimidación: Fernando Gutiérrez Barrios y Miguel Nazar Haro. A cada uno se le asignaba un número. Luis Echeverría, culpable de la masacre de Tlatelolco que implicó a la CIA, era LITEMPO-8, Gutiérrez Barrios, LITEMPO-4, y Nazar Haro, LITEMPO-12. La estación de la CIA en el último piso del edificio más famoso de Reforma era considerada como la “verdadera embajada” y Scott como el verdadero “procónsul americano”, cuyo acceso a los altos niveles del poder mexicano ningún embajador estadounidense jamás pudo igualar.
GRINGO POWER
En 1962, López Mateos y Díaz Ordaz fueron testigos de las terceras nupcias de Scott, a las que también asistió el gabinete entero. Según Morley, López Mateos, conocido por su debilidad por las mujeres bellas y la buena vida, llegó a la recepción en Las Lomas conduciendo un Porsche.
Además de pagarles bien, Scott también consentía sus caprichos. Cuando López Mateos se enteró que Scott le había comprado un coche a la amante de Díaz Ordaz, demandó que el espía hiciera lo mismo para la suya. Scott no objetó. Medio siglo después, el presupuesto para corromper a los mexicanos sigue siendo un secreto bien guardado.
Para Scott era buena inversión. En 1960, por ejemplo, López Mateos aceptó su propuesta de aumentar de 6 a 30 los teléfonos intervenidos en la embajada de la URSS. Con tecnología de punta llegada de Washington, Scott también intervino los teléfonos del ex presidente Lázaro Cárdenas, Vicente Lombardo Toledano y David Alfaro Siqueiros. Diariamente, a la hora del almuerzo, Scott enviaba a López Mateos un sobre sellado con las transcripciones de las conversaciones interceptadas a sus adversarios mexicanos.
¿QUÉ TEME CHÁVEZ?
El procurador Arturo Chávez Chávez rehusó reunirse con los medios mexicanos durante su reciente visita de trabajo a Washington. Sin otra excusa que la prepotencia del funcionario calderonista, Chávez Chávez regresó al hábito del boletín árido para consignar su primer viaje a Washington donde habló (¿de qué?) con altos funcionarios de la administración Obama.
Chávez, cuyo nombramiento sigue siendo cuestionado debido a su negligencia hacia las muertas de Juárez cuando era procurador estatal, prefirió esconderse a cumplir con el deber que tiene de informar sobre las actividades que realizó a expensas del erario mexicano.
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