John M. Ackerman
La urgente renovación de la política mexicana pasa por la construcción de un movimiento juvenil fuerte, consciente y combativo. La alternancia política no ha estado acompañada de un relevo generacional y los principales dirigentes de todos los partidos políticos siguen siendo los mismos de hace décadas. También llama la atención que los actuales líderes y grupos juveniles no hayan logrado articular un discurso común o una clara presencia pública.
México actualmente se encuentra inmerso en un proceso de crecimiento sin precedentes de su población juvenil. Entre 1970 y 1990 los habitantes entre 12 y 29 años se duplicaron. De 1990 a 2000 este grupo creció más de 40 por ciento. De acuerdo con las proyecciones del Consejo Nacional de Población, para 2012 el tamaño de la población juvenil alcanzará su máximo histórico al llegar a casi 36 millones de personas, más de la tercera parte de la población mexicana.
Tal tendencia se relaciona con el famoso "bono demográfico" que hará que durante las siguientes décadas México cuente con mayor porcentaje de personas en edad de trabajar como nunca en su historia. La típica pirámide poblacional, más gruesa hasta abajo con la población infantil y más delgada arriba con los ancianos, se transforma rápidamente en una especie de "diamante" poblacional en el que el grupo de entre 20 y 40 años será el dominante.
Ante tal cambio, es una vergüenza que en lugar de aumentar la cantidad de recursos para la educación pública, y la educación media superior en particular, el gobierno actual y sus aliados en el PRI y el PAN se empecinen en reducir tales partidas con argumentos burdos e ignorantes como el de la senadora panista Teresa Ortuño, presidenta de la Comisión de Educación, quien reclamara: “no me vengan con esa demagogia… donde quiera hay grasita”, o el "todos tienen que meter el hombro" del secretario de Educación Pública, Alonso Lujambio. Se les olvida a estos políticos que la educación pública no es un gasto, sino una inversión, mucho más importante para el futuro del país que las obras de infraestructura que los gobernadores buscan utilizar para apuntalar sus respectivos partidos en las elecciones de 2010.
Tal como ha sido señalado por el rector de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), José Narro Robles, es sumamente grave que más de 7 millones de jóvenes no estudien ni trabajen y que únicamente 24 por ciento de la población entre 19 y 23 años de edad tengan acceso a la educación media superior. En su importante reportaje del 15 de noviembre sobre el tema, la revista Proceso señala que las universidades públicas del país únicamente tienen lugares para 50 por ciento de los jóvenes que buscan formarse en sus aulas.
El escenario social y político permitiría la articulación de un sólido movimiento juvenil que demande la integración plena de las nuevas generaciones en el desarrollo nacional. Algunas demandas específicas podrían ser la ampliación del financiamiento a las universidades públicas del país, la implementación de un salario juvenil o estudiantil, la ampliación de la oferta cultural y el transporte público, la modificación del modelo de desarrollo económico que año tras año expulsa a cientos de miles de jóvenes hacia Estados Unidos, y el rechazo a la criminalización de la juventud en la lucha contra el narcotráfico.
Una gran virtud de los movimientos juveniles es que siempre han estado dispuestos a articular sus esfuerzos con causas más amplias de transformación política y social. El hecho de que los jóvenes aún no hayan definido su camino y tengan el futuro abierto permite que reconozcan la importancia de participar en luchas de diverso signo, más que contentarse con defender sólo intereses propios. Muchos de los jóvenes de hoy también están conectados a vías de comunicación alternativas y ello los hace ser más desconfiados que los adultos de los medios electrónicos dominantes. Su sospechosismo sano e innato es el perfecto ingrediente para la confección de un programa de lucha con altura de miras.
La energía, valentía y discurso incisivo de los movimientos juveniles también les permiten tener una incidencia mucho mayor que otras acciones sociales. Un sólido pronunciamiento juvenil combinado con ruidosas acciones de resistencia civil pacífica fácilmente podría sacudir a la nación y obligar a los políticos a voltear la mirada. Así ocurrió, por ejemplo, con las luchas estudiantiles de 1968, 1986 y 1999.
La amplia participación de jóvenes universitarios en la marcha del pasado miércoles en apoyo al Sindicato Mexicano de Electricistas (SME) indica que posiblemente los jóvenes mexicanos estén tomando en sus manos su papel histórico en un momento tan importante para el futuro del país. Un reto fundamental sería la articulación de estos estudiantes conscientes con los jóvenes que no han tenido acceso a la educación media superior. Asimismo, es necesario convencer a los otros estudiantes de que el movimiento juvenil no es únicamente un asunto de ultras, sino que compete a toda la población en la misma situación.
Habría que buscar una forma de convocar a la juventud como tal, independientemente de su ocupación, su ideología o su estrato social, como un sector idealmente posicionado para encabezar la "refundación de la República" a la cual nos convocó el rector de la UNAM la semana pasada.
La urgente renovación de la política mexicana pasa por la construcción de un movimiento juvenil fuerte, consciente y combativo. La alternancia política no ha estado acompañada de un relevo generacional y los principales dirigentes de todos los partidos políticos siguen siendo los mismos de hace décadas. También llama la atención que los actuales líderes y grupos juveniles no hayan logrado articular un discurso común o una clara presencia pública.
México actualmente se encuentra inmerso en un proceso de crecimiento sin precedentes de su población juvenil. Entre 1970 y 1990 los habitantes entre 12 y 29 años se duplicaron. De 1990 a 2000 este grupo creció más de 40 por ciento. De acuerdo con las proyecciones del Consejo Nacional de Población, para 2012 el tamaño de la población juvenil alcanzará su máximo histórico al llegar a casi 36 millones de personas, más de la tercera parte de la población mexicana.
Tal tendencia se relaciona con el famoso "bono demográfico" que hará que durante las siguientes décadas México cuente con mayor porcentaje de personas en edad de trabajar como nunca en su historia. La típica pirámide poblacional, más gruesa hasta abajo con la población infantil y más delgada arriba con los ancianos, se transforma rápidamente en una especie de "diamante" poblacional en el que el grupo de entre 20 y 40 años será el dominante.
Ante tal cambio, es una vergüenza que en lugar de aumentar la cantidad de recursos para la educación pública, y la educación media superior en particular, el gobierno actual y sus aliados en el PRI y el PAN se empecinen en reducir tales partidas con argumentos burdos e ignorantes como el de la senadora panista Teresa Ortuño, presidenta de la Comisión de Educación, quien reclamara: “no me vengan con esa demagogia… donde quiera hay grasita”, o el "todos tienen que meter el hombro" del secretario de Educación Pública, Alonso Lujambio. Se les olvida a estos políticos que la educación pública no es un gasto, sino una inversión, mucho más importante para el futuro del país que las obras de infraestructura que los gobernadores buscan utilizar para apuntalar sus respectivos partidos en las elecciones de 2010.
Tal como ha sido señalado por el rector de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), José Narro Robles, es sumamente grave que más de 7 millones de jóvenes no estudien ni trabajen y que únicamente 24 por ciento de la población entre 19 y 23 años de edad tengan acceso a la educación media superior. En su importante reportaje del 15 de noviembre sobre el tema, la revista Proceso señala que las universidades públicas del país únicamente tienen lugares para 50 por ciento de los jóvenes que buscan formarse en sus aulas.
El escenario social y político permitiría la articulación de un sólido movimiento juvenil que demande la integración plena de las nuevas generaciones en el desarrollo nacional. Algunas demandas específicas podrían ser la ampliación del financiamiento a las universidades públicas del país, la implementación de un salario juvenil o estudiantil, la ampliación de la oferta cultural y el transporte público, la modificación del modelo de desarrollo económico que año tras año expulsa a cientos de miles de jóvenes hacia Estados Unidos, y el rechazo a la criminalización de la juventud en la lucha contra el narcotráfico.
Una gran virtud de los movimientos juveniles es que siempre han estado dispuestos a articular sus esfuerzos con causas más amplias de transformación política y social. El hecho de que los jóvenes aún no hayan definido su camino y tengan el futuro abierto permite que reconozcan la importancia de participar en luchas de diverso signo, más que contentarse con defender sólo intereses propios. Muchos de los jóvenes de hoy también están conectados a vías de comunicación alternativas y ello los hace ser más desconfiados que los adultos de los medios electrónicos dominantes. Su sospechosismo sano e innato es el perfecto ingrediente para la confección de un programa de lucha con altura de miras.
La energía, valentía y discurso incisivo de los movimientos juveniles también les permiten tener una incidencia mucho mayor que otras acciones sociales. Un sólido pronunciamiento juvenil combinado con ruidosas acciones de resistencia civil pacífica fácilmente podría sacudir a la nación y obligar a los políticos a voltear la mirada. Así ocurrió, por ejemplo, con las luchas estudiantiles de 1968, 1986 y 1999.
La amplia participación de jóvenes universitarios en la marcha del pasado miércoles en apoyo al Sindicato Mexicano de Electricistas (SME) indica que posiblemente los jóvenes mexicanos estén tomando en sus manos su papel histórico en un momento tan importante para el futuro del país. Un reto fundamental sería la articulación de estos estudiantes conscientes con los jóvenes que no han tenido acceso a la educación media superior. Asimismo, es necesario convencer a los otros estudiantes de que el movimiento juvenil no es únicamente un asunto de ultras, sino que compete a toda la población en la misma situación.
Habría que buscar una forma de convocar a la juventud como tal, independientemente de su ocupación, su ideología o su estrato social, como un sector idealmente posicionado para encabezar la "refundación de la República" a la cual nos convocó el rector de la UNAM la semana pasada.
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