Homar Garcés
La pregunta es pertinente y no precisamente por los llamados de alerta del Presidente Chávez al respecto.
El posicionamiento estratégico de fuerzas militares estadounidenses al norte del sur de nuestra América le brinda una capacidad de movilización como nunca antes la tuvo y representa la puesta en marcha de un vasto plan militarista, con un teatro de operaciones que abarca la totalidad de nuestro continente, concatenando los planes Puebla-Panamá, Colombia (o Patriota) y Dignidad (extensivo éste último al amplio y rico territorio de la Amazonía), de manera que Estados Unidos podrá hacer realidad la doctrina Monroe de una “América para los americanos”; pero a lo cual habría que agregar la ambición nunca abandonada de la oligarquía neogranadina de apoderarse de las riquezas petrolíferas del golfo de Venezuela, en lo que podríamos afirmar que se juntaron el hambre con las ganas de comer, en una alianza política y militar bastante amenazadora para la estabilidad regional.
No es simple azar que el gobierno de Brack Obama esté ejecutando la fase actual de esta estrategia de dominación continental, continuando así la vieja política imperialista y guerrerista, de sus antecesores en la Casa Blanca (comenzando con el golpe de Estado perpetrado en Honduras) en un mundo unipolar, cuya estabilidad depende en gran medida de los intereses de los grandes conglomerados empresariales estadounidenses, europeos y japoneses, en una cruzada por regir absolutamente el mercado mundial, sin medir para nada las catastróficas consecuencias que ello tendría en todos los aspectos, incluyendo la posibilidad de acabar con todo vestigio de vida en la Tierra.
Con la disposición de bases militares en territorio colombiano, el imperialismo yanqui tiene acceso directo a los yacimientos de hidrocarburos, agua y biodiversidad, además de otros recursos necesarios, de una buena porción de la América del sur, pudiendo establecer un comando supranacional bajo su guía, al modo de la OTAN, al cual obligaría a sumarse a las fuerzas armadas de los países aliados para librar colectivamente una hipotética “guerra contra el narcotráfico y el terrorismo internacionales”. De esta forma, Estados Unidos mueve sus piezas de ajedrez, sin perder su objetivo central, único, de dominar nuestra América entera, así tenga que violentar descaradamente toda la estructura del Derecho internacional, como ya lo hizo en sus aventuras bélicas en Afganistán e Iraq. Para conseguirlo, libra una guerra de baja intensidad manifestada a través del control, distorsión y manipulación de los hechos noticiosos, deformando cualquier propósito y lucha emancipadores y nacionalistas de nuestros pueblos, anticipando un cambio negativo en la correlación de fuerzas que haría imposible ya su hegemonía de más de un siglo. Así, los amagos verbales y la indignación diplomática que suele mostrar el régimen estadounidense en contra de alguno de los gobiernos revolucionarios y progresistas actuales de nuestra América (sobre todo, contra el de Venezuela) van preparando sicológicamente a la población de estos países para que se justifique su intervencionismo, endosándole la culpa a sus presidentes por no acatar la línea de Washington. Por ello, los diferentes medios de difusión (controlados por las elites económicas, vinculadas a la potencia del norte) se hacen eco inmediato de sus puntos de vista, sin ninguna reflexión crítica u objetiva, imponiendo una realidad sesgada de las cosas, lo que ayuda a crear una polarización política y social que se acerca mucho a una lucha de clases en cada una de estas naciones.
Lo cierto es que un conflicto armado entre Colombia y Venezuela (u otra nación cercana, como Ecuador), involucraría directamente a Estados Unidos, lo cual desembocaría en una conflagración aún mayor y prolongada, puesto que no serían únicamente las tropas regulares las que intervendrían en la misma, sino también (y quizás con mayor motivación y sentimiento patriótico) los distintos grupos subversivos de la región, algo que no le conviene para nada a la clase política colombiana, pues aumentaría el riesgo de perderlo todo, en lo que sería -sin duda- una guerra de liberación nacional semejante a la ya librada contra el imperio español hace doscientos años. Aún así, habría que desconfiar del patriotismo y lealtad de algunas de las fuerzas armadas de nuestros países, dada su formación castrense obtenida en cursos y entrenamientos junto con las fuerzas del Pentágono, bajo los principios de la doctrina de seguridad nacional yanqui. Por ello resulta fundamental y determinante la movilización y la conciencia patriótica-revolucionaria de nuestros pueblos, elementos contra los cuales no funciona la eficiencia mortal de las armas y tropas gringas. Y, por ello también, los augurios de una guerra contra Colombia y Estados Unidos no lucen inmediatos, pero esto no anula nunca sus posibilidad, como se vio en los casos de Panamá e Iraq tras una campaña propagandística intensa que les preparó el terreno; cosa que se ha de tomar en cuenta a riesgo de perder nuestro derecho a la autodeterminación y la independencia legadas por nuestros Libertadores.
La pregunta es pertinente y no precisamente por los llamados de alerta del Presidente Chávez al respecto.
El posicionamiento estratégico de fuerzas militares estadounidenses al norte del sur de nuestra América le brinda una capacidad de movilización como nunca antes la tuvo y representa la puesta en marcha de un vasto plan militarista, con un teatro de operaciones que abarca la totalidad de nuestro continente, concatenando los planes Puebla-Panamá, Colombia (o Patriota) y Dignidad (extensivo éste último al amplio y rico territorio de la Amazonía), de manera que Estados Unidos podrá hacer realidad la doctrina Monroe de una “América para los americanos”; pero a lo cual habría que agregar la ambición nunca abandonada de la oligarquía neogranadina de apoderarse de las riquezas petrolíferas del golfo de Venezuela, en lo que podríamos afirmar que se juntaron el hambre con las ganas de comer, en una alianza política y militar bastante amenazadora para la estabilidad regional.
No es simple azar que el gobierno de Brack Obama esté ejecutando la fase actual de esta estrategia de dominación continental, continuando así la vieja política imperialista y guerrerista, de sus antecesores en la Casa Blanca (comenzando con el golpe de Estado perpetrado en Honduras) en un mundo unipolar, cuya estabilidad depende en gran medida de los intereses de los grandes conglomerados empresariales estadounidenses, europeos y japoneses, en una cruzada por regir absolutamente el mercado mundial, sin medir para nada las catastróficas consecuencias que ello tendría en todos los aspectos, incluyendo la posibilidad de acabar con todo vestigio de vida en la Tierra.
Con la disposición de bases militares en territorio colombiano, el imperialismo yanqui tiene acceso directo a los yacimientos de hidrocarburos, agua y biodiversidad, además de otros recursos necesarios, de una buena porción de la América del sur, pudiendo establecer un comando supranacional bajo su guía, al modo de la OTAN, al cual obligaría a sumarse a las fuerzas armadas de los países aliados para librar colectivamente una hipotética “guerra contra el narcotráfico y el terrorismo internacionales”. De esta forma, Estados Unidos mueve sus piezas de ajedrez, sin perder su objetivo central, único, de dominar nuestra América entera, así tenga que violentar descaradamente toda la estructura del Derecho internacional, como ya lo hizo en sus aventuras bélicas en Afganistán e Iraq. Para conseguirlo, libra una guerra de baja intensidad manifestada a través del control, distorsión y manipulación de los hechos noticiosos, deformando cualquier propósito y lucha emancipadores y nacionalistas de nuestros pueblos, anticipando un cambio negativo en la correlación de fuerzas que haría imposible ya su hegemonía de más de un siglo. Así, los amagos verbales y la indignación diplomática que suele mostrar el régimen estadounidense en contra de alguno de los gobiernos revolucionarios y progresistas actuales de nuestra América (sobre todo, contra el de Venezuela) van preparando sicológicamente a la población de estos países para que se justifique su intervencionismo, endosándole la culpa a sus presidentes por no acatar la línea de Washington. Por ello, los diferentes medios de difusión (controlados por las elites económicas, vinculadas a la potencia del norte) se hacen eco inmediato de sus puntos de vista, sin ninguna reflexión crítica u objetiva, imponiendo una realidad sesgada de las cosas, lo que ayuda a crear una polarización política y social que se acerca mucho a una lucha de clases en cada una de estas naciones.
Lo cierto es que un conflicto armado entre Colombia y Venezuela (u otra nación cercana, como Ecuador), involucraría directamente a Estados Unidos, lo cual desembocaría en una conflagración aún mayor y prolongada, puesto que no serían únicamente las tropas regulares las que intervendrían en la misma, sino también (y quizás con mayor motivación y sentimiento patriótico) los distintos grupos subversivos de la región, algo que no le conviene para nada a la clase política colombiana, pues aumentaría el riesgo de perderlo todo, en lo que sería -sin duda- una guerra de liberación nacional semejante a la ya librada contra el imperio español hace doscientos años. Aún así, habría que desconfiar del patriotismo y lealtad de algunas de las fuerzas armadas de nuestros países, dada su formación castrense obtenida en cursos y entrenamientos junto con las fuerzas del Pentágono, bajo los principios de la doctrina de seguridad nacional yanqui. Por ello resulta fundamental y determinante la movilización y la conciencia patriótica-revolucionaria de nuestros pueblos, elementos contra los cuales no funciona la eficiencia mortal de las armas y tropas gringas. Y, por ello también, los augurios de una guerra contra Colombia y Estados Unidos no lucen inmediatos, pero esto no anula nunca sus posibilidad, como se vio en los casos de Panamá e Iraq tras una campaña propagandística intensa que les preparó el terreno; cosa que se ha de tomar en cuenta a riesgo de perder nuestro derecho a la autodeterminación y la independencia legadas por nuestros Libertadores.
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