El hartazgo de Calderón

Francisco Rodríguez

ALFONSO ZÁRATE ES
un analista político respetado por tirios y troyanos, lejano a los “ismos” y muy cercano a la casi inalcanzable objetividad. Dirige con éxito, desde hace ya once años, un par de publicaciones indispensabilísimas para entender el entorno. La de coyuntura, Lectura Política, aborda esta semana un tema que cada vez se aborda con mayor frecuencia en todas partes. Tanto dentro como fuera del país: la permanente irritabilidad del ocupante de Los Pinos:

Con la venia de Zárate, reproduzco lo que pudiera considerarse el colofón de su más reciente publicación:

“Siempre se supo que el presidente Felipe Calderón era de ‘mecha corta’ y poco dado a la zalamería de la política acomodaticia y cortesana del antiguo régimen. Un hombre de convicciones, intransigencia doctrinaria y limitaciones propias del panismo en el que fue formado. Pero también, en justo y necesario equilibrio, empeñado en moldear durante años de trayectoria partidista y legislativa un perfil de político profesional: realista, flexible, pragmático hasta la solemne renuncia, indispensable, a los viejos principios que alguna vez dieron lustre y esplendor al Partido Acción Nacional.

“Esa mezcla de rigor e intolerancia modulada, de efervescencia a punto y serenidad voluntariosa, lo catapultó a la pista central de la carrera sucesoria en la segunda mitad del foxismo. Como bisoño secretario de Energía, ubicado ahí por Vicente Fox para ‘dar prioridad a la política’ tras la debacle en los comicios intermedios, Calderón no soportó el regaño del Ejecutivo por sus ‘prematuras’ aspiraciones y prefirió salir a descampado.

Desde ahí, belicoso y pragmático, enfrentó la ‘cargada’ a favor del aspirante oficial --Santiago Creel, titular de Gobernación— y lo derrotó en las internas del PAN. La misma combinación le sirvió para remontar la ventaja imposible de López Obrador y sacar una elección que muchos daban por perdida. Así pudo instalarse en la Presidencia y consolidar su gobierno en condiciones extraordinariamente difíciles: con la inteligencia fría que domina, doma, administra la emoción y la fiebre, la intransigencia natural y la vocación para obtener ventaja y capitalizar los errores del adversario.

“Un político profesional, sin la menor duda. Abierto al diálogo respetuoso, al legítimo intercambio de prendas y a la negociación en corto —suele ser complicado a la intemperie— con los opositores leales (PRI, “Verde” y los que se dejen) dispuestos a la transformación concertada: las-reformas-que-el-país-necesita.

Un gobernante sobrio, severo y eficaz en el cumplimiento de su primer deber: desarmar a los antagonistas del chantaje, el lenguaje violento y el dogma que los confirma como un “peligro para México”; desmantelar el tinglado de su intransigencia y golpear con guante blanco. Rebasarlos por la izquierda, se diría con malicia aunque al final se frustrara el intento. Maniobrando por la siniestra en perspectiva maquiavélica si el término no fuera insultante para las derechas católicas y sus maquiavélicas majestades.

“Un político profesional, el primer panista de abolengo en la Presidencia de la República, que encontró a sus pares en la acera de enfrente, priístas y ex priístas profesionales, decididos a quebrar el impasse legislativo instaurado en la era Fox y a sumar sus relativas miserias como tercera fuerza político-electoral con el Ejecutivo para empujar la primera serie de reformas relevantes desde la alternancia. Dos, por lo menos: a la Ley del ISSSTE y un primer acercamiento a la indispensable reforma hacendaria. Luego vendrían la electoral y la petrolera, reducidas a bodrios por la ‘necesidad’ de lograr consenso con las oposiciones.

“De cualquier forma, un político templado y de temple, como lo quería la sociedad que cuenta y lo celebró la mayoría ciudadana desde el inicio de la guerra contra el narcotráfico y otras formas del crimen organizado. Un político sagaz, avispado y valiente. Realista y pragmático.

“Es por ello que ahora sorprende, a propios y extraños, la intemperancia y el ánimo rijoso en el discurso presidencial. La escasa disposición a conceder razón a quienes discrepan de la perspectiva oficial o se permiten expresar opiniones adversas.

“¿Cómo explicar, si no, el empeño en dinamitar puentes de comunicación con sectores imprescindibles para la tarea de gobernar en condiciones de crisis y vulnerabilidad creciente? ¿Por qué hacerlo ahora, cuando se han abierto flancos de conflicto en los terrenos resbaladizos del sindicalismo (mineros, electricistas, disidencia magisterial) y se multiplican los focos de ‘resistencia’ política y social que parecen galvanizar el campo de los antagonistas? ¿A partir de qué diseño estratégico se toma la decisión de confrontar a ciertos poderes fácticos —nunca todos, por fortuna— sin tomar en cuenta, muy en cuenta, que el priísmo y sus gobernadores estarán más que dispuestos a capitalizar el desliz?

“El presidente Calderón luce cada vez más solo, ensimismado, irritable. Y eso no le hace bien a la República. Especialmente cuando faltan tres largos años de conducción extraordinariamente complejo por mares procelosos y sin rumbo definido. ¿O será justamente eso: que el malestar y la irritación enmascaran el profundo hartazgo de un político profesional, serio y templado, pero de escasa tolerancia a la frustración y la derrota?”
Conste. Es Alfonso Zárate quien hoy lo dice. Calderón está harto. Los mexicanos también.

Índice Flamígero: Lo dijo el diputado Gerardo Fernández Noroña: “Si se cierran los espacios del diálogo político en el Congreso, siempre nos quedará la calle”. Primera llamada, primera.

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