Juan Arvizu
En la Plaza de Tlaltelolco, ametralladoras, rifles, pistolas cruzaron un fuego tan intenso y ensordecedor, que ahogó los lamentos de quienes caían heridos.
Las órdenes entre militares y agentes de civil, así como el llanto de ver morir en ese 2 de octubre a hermanos, padres, abuelos, niños, en el asalto más brutal que haya conocido el movimiento estudiantil de 1968.
Hubo francotiradores en nueve edificios. Apuntaron hacia la multitud, los departamentos... Y envueltos en la confusión, entre ellos mismos se tirotearon con armas de alto poder. En un traqueteo de balas sin pausa, de más de 90 minutos que demuestra la capacidad de parque con que fueron abastecidas sus madrigueras.
En la explanada. Entre las ruinas aztecas, miles de personas corrieron para salvar su vida: presas del terror. Muchos se toparon con pelotones que los atacaron con el filo de las bayonetas. Otros soldados apuntaron hacia otro enemigo. El parapetado en puntos estratégicos, en ventanas y azoteas, que se movía como en terreno propio.
Militares armados como para enfrentarse a un ejército invasor, encabezaron la "Operación Galeana", como el secretario de la Defensa Nacional, Marcelino García Barragán, nombró al asalto definitivo contra el movimiento estudiantil. Planeado por él durante varios días.
De acuerdo con sus testimonios póstumos. Desde su despacho dirigió la ofensiva que ejecutó en el "campo de batalla" el general de brigada Crisóforo Mazón Pineda.
Lo que no vio el general García Barragán fue la sangre derramada en la gran explanada. En pasillos, jardines, escaleras. Dentro de las viviendas de edificios cercanos y distantes. No percibió la angustia de miles de indefensos. Tampoco la tensión previa a la masacre.
El arte de la represión
El Consejo Nacional de Huelga (CNH) llegó desorganizado al mitin, sin calcular lo que significaba la presencia de agentes vestidos de civil, pertenecientes a la Dirección Federal de Seguridad (DFS), a la Policía Secreta o de un "Batallón Olimpia", que allí se dio a conocer matando a sangre fría y con aquél coro apagado por el fuego amigo, que ejemplifica la confusión del asalto a Tlaltelolco:
--¡Batallón Olimpia! ¡Batallón Olimpia, no disparen!
Diversidad de testimonios hablan de varios hombres que entre la muchedumbre sacaron pistolas y "sin ton ni son" dispararon a la gente, a corta distancia. Desencadenaron el miedo en la explanada.
Mientras, en el tercer piso del edificio Chihuahua --fue el espacio central de la operación militar y paramilitar--, desde la terraza, agentes de DFS dispararon hacia la gente abajo. Y con armas en ambas manos, sometieron a los líderes del CNH. Eran la presa para acabar el movimiento, esa tarde. A 10 días de la inauguración de los Juegos Olímpicos.
"No vayas, dicen que se va a poner feo. Que van a detener a todos los líderes", fue el rumor del día. Y se acentuó ante el cerco de las hienas. Hubo marcaje personal para los líderes estudiantiles. Desde antes del fuego de las armas.
El movimiento había caído en una trampa montada con habilidad.
Áyax Segura Garrido, un agente de la DFS, infiltrado en el CNH como estudiante de la Escuela Normal Oral, actuó con resolución, en el momento preciso: "Debemos ir" (a la plaza), e impuso la idea, relata Ángel Verdugo, integrante del consejo estudiantil.
De manera simultánea, se dieron los primeros contactos. Ahora sí, de pre-diálogo.
Dos días antes, el 30 de septiembre, la Ciudad Universitaria fue devuelta. El primero de octubre y el 2, comisiones estudiantiles tantearon a un duro Jorge de la Vega y un pasivo Andrés Caso. La tarde misma de la masacre, ambos charlaban con Marcelino Perelló.
El CNH no vio la trampa, el engaño.
Y a las 18:10 horas, con luces de bengala irrumpió la muerte.
El selectivo criterio de los guetos
La "Operación Galena" fue diseñada por el general Marcelino García Barragán, en su despacho de la Secretaría de la Defensa Nacional. Después de la ocupación de la CU y del IPN, para detener a los dirigentes del movimiento estudiantil y consignarlos al Ministerio Público, según revela en "Parte de Guerra", de Julio Scherer y Carlos Monsiváis, a quienes Javier García Paniagua entregó copias de algunos documentos de las operaciones militares que desplegó el Ejército.
Al parecer, la Secretaría de la Defensa Nacional en la actualidad no tiene en su archivo la información de todo el proceso del 68. Da cuenta de que los expedientes fueron entregados al Archivo General de la Nación. Allí, diversas fichas quedaron "bloqueadas" por los consultantes de la investigación del fiscal Ignacio Carrillo Prieto, cuyo informe no es accesible en Internet.
El legado informativo de García Paniagua apunta al jefe del Estado Mayor Presidencial, Luis Gutiérrez Oropeza, como responsable de francotiradores activos, toda vez que en un telefonema le pide a García Barragán que ordene dejar de disparar a los focos de disparo para que sus elementos puedan ponerse a salvo.
Hubo fuego desde los edificios Chihuahua, 2 de abril, ISSSTE, Molino del Rey, Revolución de 1910, en el fragor más intenso.
Después de las 23 horas, los tiroteos salían de los edificios Aguascalientes, Revolución de 1910, 20 de Noviembre, 5 de Febrero, ISSSTE, Chamizal y Atizapán. Nueve en total. Todavía se encontraron armas abandonadas en los edificios Guelatao y Churubusco.
Entre los dirigentes del movimiento, había estudiantes armados. Sólo que para repeler una ofensiva como la que ocurrió, hubieran necesitado de abastecimientos en casas de seguridad. El "Parte de Guerra" que el jefe de la operación Crisóforo Mazón, entrega a su jefe el secretario de la Defensa, semana que al tomar los edificios de Tlaltelolco encontró "gran cantidad de armas, municiones, accesorios", sin especificar información alguna.
Cuando el rencor se vuelve se vuelve religión
El 3 de octubre, Mazón, quien ya había desalojado todos los departamentos del área, dio un saldo de 30 muertos, 87 heridos y unos mil 500 detenidos enviados al Campo Militar Número 1.
Confirman los documentos que hizo suyos García Barragán que el asalto militar tuvo como finalidad expresa el detener a los líderes del CNH.
David García Colín, en un relato publicado por la Universidad Autónoma Metropolitana, señala: "De saco y gorra negros, con una pistolota, un hombre tiró la luz de Bengala y enseguida entraron los policías al edificio Chihuahua a detener a los líderes".
Allí arriba estaba Ángel Verdugo, de Ciencias Físico-Matemáticas del IPN. Narra para este diario que de inmediato agentes de la DFS que los rodean, unos disparan a la multitud. Otros se ocupan de su detención. "Había más pelones que gente de nosotros".
Verdugo mueve, baja las escaleras. Lo enfrenta un agente con dos pistolas artilladas, lo amenaza y lo obliga a subir. En el caos se pierde el estudiante que por azares ha ido con el pelo corto y corbata, y se aloja en el departamento 615, colmado de refugiados que se agachan para evitar las ráfagas de tiros.
Un testimonio apunta que en las azoteas había francotiradores. Hubo muchachos que entraron a los tinacos. Los balacearon. Y chorreó agua roja para trauma de quienes vieron las escenas.
Salieron a relucir los guantes y los pañuelos blancos, la contraseña de bando. La gente corría en el caos. Era suerte toparse con un soldado paralizado por el baño de sangre, mientras que otros cumplían sus órdenes a punta de bayoneta.
La gente que pudo corrió a la Iglesia de Santiago Tlaltelolco. Se ha acusado que "el maldito cura", como lo llama el maestro Fausto Trejo, no abrió las puertas para poner a salvo a la gente.
Pensaban que de México no saldría
Otra versión, de la señora Claude Kiejman, publicó en el periódico parisino Le Monde. Tlaltelolco "es el lugar más indicado para una masacre criminal", en un texto que rescata con traducción al español, Carlos Arriola, en el libro de El Colegio de México, "El Movimiento Estudiantil Mexicano, en la Prensa Francesa".
Al momento del ataque, la gente se encontró con 500 soldados con ametralladoras y fusiles, que avanzaban en formación de combate". No hubo tiros en ese avanzar.
Hombres vestidos de civil, daban signos a los militares que desencadenaron la cerrada balacera, con la que se parecía dirigir el avance y movimiento de los soldados. Según parece eran cinco mil soldados y 300 tanques: todos disparaban. Hasta hubo el obús de una bazuka, y tres pisos del edificio Chihuahua, ardió en llamas.
La periodista Kiejman relata. "Llamaba la atención y determinación de los detenidos, que a pesar de la cólera, guardaban la calma. Para ellos, el único responsable es Díaz Ordaz a quien la Constitución le da derecho a ordenar al Ejército que dispare.
Relata que casi a las 20:30 horas, un grupo de mujeres suplicaba entrar a la iglesia de Santiago. Casi a las 23:00 horas, "se nos permitió el acceso al convento en el que se amontonaban cerca de tres mil personas", donde la cólera, sorpresa, angustia, horror eran enormes. La periodista francesa pudo salir pasadas las tres de la mañana del 3 de octubre.
Los que los vieron partir...
Ángel Verdugo vivió la tragedia dentro del departamento 615, donde un niño aseador de calzado murió por una bala perdida, cuando se incorporó, cansado de estar en cuclillas durante la balacera inicial.
Un muerto, destrozos en el interior, gente desconocida, encontró el amo de la casa, un agente fiscal, que llegó seguido de un soldado, quien cargó con los que moraban esa noche allí. Ángel Verdugo estaba en el baño con la abuela, la madre y dos niñas. Fueron a esconderse al cuarto de los niños, adonde pasó el soldado sin encontrar novedad.
--¿Y éstos, qué hacen aquí? ¡A dormir, a dormir!, ordenó suavizado por el alcohol. Y al despertar lo primero que hizo fue correr al peligro que había dormido en casa.
Verdugo caminó para abajo. Inútil, hay soldados. Para arriba, a la conciencia de que estaba perdido.
De pronto apareció una familia que iba hasta con el perico y velices, al éxodo. Suplicó, hacerse pasar como un familiar. Y bajaron. Los detuvo un soldado. "Identifíquese".
Verdugo, por la corbata y el pelo corto no daba el tipo de estudiante. "Identifíquese". La mujer hizo un acto de histrionismo para distraer al soldado:
--¡Por favor, por favor! ¡Ya hemos vivido muchas cosas! ¡Ya déjenos ir! Y convenció.
Verdugo y sus "parientas" salieron a la calle. Al considerarlo pertinente, entregaron los velices y se fue a donde mejor le pareció.
Cuando la Torre de Babel resplandece
Sin que le tocaran un cabello, el líder del CNH, fue al hotel María Isabel Sheraton. Al quinto piso, a la habitación de la periodista italiana Oriana Fallaci, para quien traducía al inglés sus contactos con el CNH y con quien no se encontró en el edificio Chihuahua.
Él informa a la periodista que su texto sobre la masacre ya está en Nueva York.
Oriana Fallaci da a conocer el "Batallón Olimpia". Lo supo de primera mano, pues ella estaba en el grupo de detenidos a los que agentes obligan a los presentes al dar el grito de "¡Batallón Olimpia, no disparen!"
A dicho grupo no lo conocían en el campo Militar Número 1. Los encargados de obtener las confesiones forzadas de los detenidos. Y cuando Luis González de Alba comparece ante el MPF, al decir esas dos palabras de "¡Batallón Olimpia!", un civil con autoridad sobre el mundo gritó:
--¡Eso no se escribe! Una y otra vez: ¡Eso no se escribe!"
El hecho, el mito y la leyenda
Y no está escrito, salvo en el parte de guerra dirigido por el general Mazón al secretario García Barragán, donde se detalla la movilización de militares, hacia Tlaltelolco, que incluyen Guardias Presidenciales y como "reserva", el "Batallón Olimpia".
El testimonio del doctor Fausto Trejo, confirma el alevoso asesinato de personas, por parte de agentes de civil con guantes blancos. Un reporte médico oficial señala que 22 de 24 muertos, perdieron la vida en una trayectoria horizontal.
Los militares estaban convencidos de que éramos nosotros los atacantes, dice el movimiento estudiantil en el Memorial del 68, ubicado en Tlaltelolco.
En la casa de Andrés Caso fracasó la reunión de acercamiento, a las 18 horas, se dice. Y diez minutos después, empezó la ruta sin retorno, de la que dicho político dice ahora, 40 años después, "hubo una respuesta muy violenta del gobierno".
Fausto Trejo, quien salvó la vida porque un muchacho se interpuso entre el tirador y él, vivió los acontecimientos en la explanada. Había llegado tarde. En el caos caminó hacia el lado del Paseo de la Reforma. Los soldados con los que se cruzó iban a otra cosa. Actuar a la gente del guante blanco, la agitación que envolvió el momento.
"Una bala atravesó la cabeza del estudiante, un proyectil que, dice el psiquiatra, "era para mí". Fue de los que pidieron posada en la iglesia del lugar. Sin obtener respuesta.
--¡Nos están matando!--, gritaban mujeres, en la súplica estéril de que se abriera la puerta, a riesgo de ser blanco de un tiro.
Las ametralladoras del Ejército estaban imparables.
--¡Abran, nos están matando!
No hubo respuesta.
La "regla príncipe"
--¡Maestro, vámonos, la matanza está tremenda!", le dijo un alumno a Trejo, manchado del pecho de la sangre del joven que murió y abrazó.
"¿Qué ganaban con matarnos a nosotros?", pregunta Trejo 40 años después. Guarda para Gustavo Díaz Ordaz su odio profundo.
¿Qué ganaban con matarlos?
La "Operación Galeana" se aplicó con una de las reglas del "Arte de la Guerra", predominante. El engaño. Los estudiantes creían que estaba en curso negociar. Y entraron a una trampa.
El régimen no optó por la regla príncipe: "someter al enemigo sin luchar".
Y utilizó a un soldado para cada tres personas. Sin contar los granaderos y policías de civil.
México 68: El principio del laberinto a nuestra historia
El ataque ocurrió a la vista de periodistas extranjeros, que también testigos del control del terreno de la batalla, como lo estipula Sun Tzu.
Una madre del edificio Chiapas fortuitamente evitó que la gente en su casa fuera tocada por las ráfagas de la "Operación Galeana", pero quedó afectada. Durante mucho tiempo se le vio recorrer los jardines de Tlaltelolco con un lamento profundo:
--¡Han matado a mis hijos! ¡Han matado a mis hijos!
Moría así, el movimiento estudiantil del 68, a tiempo de cumplir los protocolos para la realización de los Juegos Olímpicos que tenían como lema: "Todo es posible en la paz".
En la Plaza de Tlaltelolco, ametralladoras, rifles, pistolas cruzaron un fuego tan intenso y ensordecedor, que ahogó los lamentos de quienes caían heridos.
Las órdenes entre militares y agentes de civil, así como el llanto de ver morir en ese 2 de octubre a hermanos, padres, abuelos, niños, en el asalto más brutal que haya conocido el movimiento estudiantil de 1968.
Hubo francotiradores en nueve edificios. Apuntaron hacia la multitud, los departamentos... Y envueltos en la confusión, entre ellos mismos se tirotearon con armas de alto poder. En un traqueteo de balas sin pausa, de más de 90 minutos que demuestra la capacidad de parque con que fueron abastecidas sus madrigueras.
En la explanada. Entre las ruinas aztecas, miles de personas corrieron para salvar su vida: presas del terror. Muchos se toparon con pelotones que los atacaron con el filo de las bayonetas. Otros soldados apuntaron hacia otro enemigo. El parapetado en puntos estratégicos, en ventanas y azoteas, que se movía como en terreno propio.
Militares armados como para enfrentarse a un ejército invasor, encabezaron la "Operación Galeana", como el secretario de la Defensa Nacional, Marcelino García Barragán, nombró al asalto definitivo contra el movimiento estudiantil. Planeado por él durante varios días.
De acuerdo con sus testimonios póstumos. Desde su despacho dirigió la ofensiva que ejecutó en el "campo de batalla" el general de brigada Crisóforo Mazón Pineda.
Lo que no vio el general García Barragán fue la sangre derramada en la gran explanada. En pasillos, jardines, escaleras. Dentro de las viviendas de edificios cercanos y distantes. No percibió la angustia de miles de indefensos. Tampoco la tensión previa a la masacre.
El arte de la represión
El Consejo Nacional de Huelga (CNH) llegó desorganizado al mitin, sin calcular lo que significaba la presencia de agentes vestidos de civil, pertenecientes a la Dirección Federal de Seguridad (DFS), a la Policía Secreta o de un "Batallón Olimpia", que allí se dio a conocer matando a sangre fría y con aquél coro apagado por el fuego amigo, que ejemplifica la confusión del asalto a Tlaltelolco:
--¡Batallón Olimpia! ¡Batallón Olimpia, no disparen!
Diversidad de testimonios hablan de varios hombres que entre la muchedumbre sacaron pistolas y "sin ton ni son" dispararon a la gente, a corta distancia. Desencadenaron el miedo en la explanada.
Mientras, en el tercer piso del edificio Chihuahua --fue el espacio central de la operación militar y paramilitar--, desde la terraza, agentes de DFS dispararon hacia la gente abajo. Y con armas en ambas manos, sometieron a los líderes del CNH. Eran la presa para acabar el movimiento, esa tarde. A 10 días de la inauguración de los Juegos Olímpicos.
"No vayas, dicen que se va a poner feo. Que van a detener a todos los líderes", fue el rumor del día. Y se acentuó ante el cerco de las hienas. Hubo marcaje personal para los líderes estudiantiles. Desde antes del fuego de las armas.
El movimiento había caído en una trampa montada con habilidad.
Áyax Segura Garrido, un agente de la DFS, infiltrado en el CNH como estudiante de la Escuela Normal Oral, actuó con resolución, en el momento preciso: "Debemos ir" (a la plaza), e impuso la idea, relata Ángel Verdugo, integrante del consejo estudiantil.
De manera simultánea, se dieron los primeros contactos. Ahora sí, de pre-diálogo.
Dos días antes, el 30 de septiembre, la Ciudad Universitaria fue devuelta. El primero de octubre y el 2, comisiones estudiantiles tantearon a un duro Jorge de la Vega y un pasivo Andrés Caso. La tarde misma de la masacre, ambos charlaban con Marcelino Perelló.
El CNH no vio la trampa, el engaño.
Y a las 18:10 horas, con luces de bengala irrumpió la muerte.
El selectivo criterio de los guetos
La "Operación Galena" fue diseñada por el general Marcelino García Barragán, en su despacho de la Secretaría de la Defensa Nacional. Después de la ocupación de la CU y del IPN, para detener a los dirigentes del movimiento estudiantil y consignarlos al Ministerio Público, según revela en "Parte de Guerra", de Julio Scherer y Carlos Monsiváis, a quienes Javier García Paniagua entregó copias de algunos documentos de las operaciones militares que desplegó el Ejército.
Al parecer, la Secretaría de la Defensa Nacional en la actualidad no tiene en su archivo la información de todo el proceso del 68. Da cuenta de que los expedientes fueron entregados al Archivo General de la Nación. Allí, diversas fichas quedaron "bloqueadas" por los consultantes de la investigación del fiscal Ignacio Carrillo Prieto, cuyo informe no es accesible en Internet.
El legado informativo de García Paniagua apunta al jefe del Estado Mayor Presidencial, Luis Gutiérrez Oropeza, como responsable de francotiradores activos, toda vez que en un telefonema le pide a García Barragán que ordene dejar de disparar a los focos de disparo para que sus elementos puedan ponerse a salvo.
Hubo fuego desde los edificios Chihuahua, 2 de abril, ISSSTE, Molino del Rey, Revolución de 1910, en el fragor más intenso.
Después de las 23 horas, los tiroteos salían de los edificios Aguascalientes, Revolución de 1910, 20 de Noviembre, 5 de Febrero, ISSSTE, Chamizal y Atizapán. Nueve en total. Todavía se encontraron armas abandonadas en los edificios Guelatao y Churubusco.
Entre los dirigentes del movimiento, había estudiantes armados. Sólo que para repeler una ofensiva como la que ocurrió, hubieran necesitado de abastecimientos en casas de seguridad. El "Parte de Guerra" que el jefe de la operación Crisóforo Mazón, entrega a su jefe el secretario de la Defensa, semana que al tomar los edificios de Tlaltelolco encontró "gran cantidad de armas, municiones, accesorios", sin especificar información alguna.
Cuando el rencor se vuelve se vuelve religión
El 3 de octubre, Mazón, quien ya había desalojado todos los departamentos del área, dio un saldo de 30 muertos, 87 heridos y unos mil 500 detenidos enviados al Campo Militar Número 1.
Confirman los documentos que hizo suyos García Barragán que el asalto militar tuvo como finalidad expresa el detener a los líderes del CNH.
David García Colín, en un relato publicado por la Universidad Autónoma Metropolitana, señala: "De saco y gorra negros, con una pistolota, un hombre tiró la luz de Bengala y enseguida entraron los policías al edificio Chihuahua a detener a los líderes".
Allí arriba estaba Ángel Verdugo, de Ciencias Físico-Matemáticas del IPN. Narra para este diario que de inmediato agentes de la DFS que los rodean, unos disparan a la multitud. Otros se ocupan de su detención. "Había más pelones que gente de nosotros".
Verdugo mueve, baja las escaleras. Lo enfrenta un agente con dos pistolas artilladas, lo amenaza y lo obliga a subir. En el caos se pierde el estudiante que por azares ha ido con el pelo corto y corbata, y se aloja en el departamento 615, colmado de refugiados que se agachan para evitar las ráfagas de tiros.
Un testimonio apunta que en las azoteas había francotiradores. Hubo muchachos que entraron a los tinacos. Los balacearon. Y chorreó agua roja para trauma de quienes vieron las escenas.
Salieron a relucir los guantes y los pañuelos blancos, la contraseña de bando. La gente corría en el caos. Era suerte toparse con un soldado paralizado por el baño de sangre, mientras que otros cumplían sus órdenes a punta de bayoneta.
La gente que pudo corrió a la Iglesia de Santiago Tlaltelolco. Se ha acusado que "el maldito cura", como lo llama el maestro Fausto Trejo, no abrió las puertas para poner a salvo a la gente.
Pensaban que de México no saldría
Otra versión, de la señora Claude Kiejman, publicó en el periódico parisino Le Monde. Tlaltelolco "es el lugar más indicado para una masacre criminal", en un texto que rescata con traducción al español, Carlos Arriola, en el libro de El Colegio de México, "El Movimiento Estudiantil Mexicano, en la Prensa Francesa".
Al momento del ataque, la gente se encontró con 500 soldados con ametralladoras y fusiles, que avanzaban en formación de combate". No hubo tiros en ese avanzar.
Hombres vestidos de civil, daban signos a los militares que desencadenaron la cerrada balacera, con la que se parecía dirigir el avance y movimiento de los soldados. Según parece eran cinco mil soldados y 300 tanques: todos disparaban. Hasta hubo el obús de una bazuka, y tres pisos del edificio Chihuahua, ardió en llamas.
La periodista Kiejman relata. "Llamaba la atención y determinación de los detenidos, que a pesar de la cólera, guardaban la calma. Para ellos, el único responsable es Díaz Ordaz a quien la Constitución le da derecho a ordenar al Ejército que dispare.
Relata que casi a las 20:30 horas, un grupo de mujeres suplicaba entrar a la iglesia de Santiago. Casi a las 23:00 horas, "se nos permitió el acceso al convento en el que se amontonaban cerca de tres mil personas", donde la cólera, sorpresa, angustia, horror eran enormes. La periodista francesa pudo salir pasadas las tres de la mañana del 3 de octubre.
Los que los vieron partir...
Ángel Verdugo vivió la tragedia dentro del departamento 615, donde un niño aseador de calzado murió por una bala perdida, cuando se incorporó, cansado de estar en cuclillas durante la balacera inicial.
Un muerto, destrozos en el interior, gente desconocida, encontró el amo de la casa, un agente fiscal, que llegó seguido de un soldado, quien cargó con los que moraban esa noche allí. Ángel Verdugo estaba en el baño con la abuela, la madre y dos niñas. Fueron a esconderse al cuarto de los niños, adonde pasó el soldado sin encontrar novedad.
--¿Y éstos, qué hacen aquí? ¡A dormir, a dormir!, ordenó suavizado por el alcohol. Y al despertar lo primero que hizo fue correr al peligro que había dormido en casa.
Verdugo caminó para abajo. Inútil, hay soldados. Para arriba, a la conciencia de que estaba perdido.
De pronto apareció una familia que iba hasta con el perico y velices, al éxodo. Suplicó, hacerse pasar como un familiar. Y bajaron. Los detuvo un soldado. "Identifíquese".
Verdugo, por la corbata y el pelo corto no daba el tipo de estudiante. "Identifíquese". La mujer hizo un acto de histrionismo para distraer al soldado:
--¡Por favor, por favor! ¡Ya hemos vivido muchas cosas! ¡Ya déjenos ir! Y convenció.
Verdugo y sus "parientas" salieron a la calle. Al considerarlo pertinente, entregaron los velices y se fue a donde mejor le pareció.
Cuando la Torre de Babel resplandece
Sin que le tocaran un cabello, el líder del CNH, fue al hotel María Isabel Sheraton. Al quinto piso, a la habitación de la periodista italiana Oriana Fallaci, para quien traducía al inglés sus contactos con el CNH y con quien no se encontró en el edificio Chihuahua.
Él informa a la periodista que su texto sobre la masacre ya está en Nueva York.
Oriana Fallaci da a conocer el "Batallón Olimpia". Lo supo de primera mano, pues ella estaba en el grupo de detenidos a los que agentes obligan a los presentes al dar el grito de "¡Batallón Olimpia, no disparen!"
A dicho grupo no lo conocían en el campo Militar Número 1. Los encargados de obtener las confesiones forzadas de los detenidos. Y cuando Luis González de Alba comparece ante el MPF, al decir esas dos palabras de "¡Batallón Olimpia!", un civil con autoridad sobre el mundo gritó:
--¡Eso no se escribe! Una y otra vez: ¡Eso no se escribe!"
El hecho, el mito y la leyenda
Y no está escrito, salvo en el parte de guerra dirigido por el general Mazón al secretario García Barragán, donde se detalla la movilización de militares, hacia Tlaltelolco, que incluyen Guardias Presidenciales y como "reserva", el "Batallón Olimpia".
El testimonio del doctor Fausto Trejo, confirma el alevoso asesinato de personas, por parte de agentes de civil con guantes blancos. Un reporte médico oficial señala que 22 de 24 muertos, perdieron la vida en una trayectoria horizontal.
Los militares estaban convencidos de que éramos nosotros los atacantes, dice el movimiento estudiantil en el Memorial del 68, ubicado en Tlaltelolco.
En la casa de Andrés Caso fracasó la reunión de acercamiento, a las 18 horas, se dice. Y diez minutos después, empezó la ruta sin retorno, de la que dicho político dice ahora, 40 años después, "hubo una respuesta muy violenta del gobierno".
Fausto Trejo, quien salvó la vida porque un muchacho se interpuso entre el tirador y él, vivió los acontecimientos en la explanada. Había llegado tarde. En el caos caminó hacia el lado del Paseo de la Reforma. Los soldados con los que se cruzó iban a otra cosa. Actuar a la gente del guante blanco, la agitación que envolvió el momento.
"Una bala atravesó la cabeza del estudiante, un proyectil que, dice el psiquiatra, "era para mí". Fue de los que pidieron posada en la iglesia del lugar. Sin obtener respuesta.
--¡Nos están matando!--, gritaban mujeres, en la súplica estéril de que se abriera la puerta, a riesgo de ser blanco de un tiro.
Las ametralladoras del Ejército estaban imparables.
--¡Abran, nos están matando!
No hubo respuesta.
La "regla príncipe"
--¡Maestro, vámonos, la matanza está tremenda!", le dijo un alumno a Trejo, manchado del pecho de la sangre del joven que murió y abrazó.
"¿Qué ganaban con matarnos a nosotros?", pregunta Trejo 40 años después. Guarda para Gustavo Díaz Ordaz su odio profundo.
¿Qué ganaban con matarlos?
La "Operación Galeana" se aplicó con una de las reglas del "Arte de la Guerra", predominante. El engaño. Los estudiantes creían que estaba en curso negociar. Y entraron a una trampa.
El régimen no optó por la regla príncipe: "someter al enemigo sin luchar".
Y utilizó a un soldado para cada tres personas. Sin contar los granaderos y policías de civil.
México 68: El principio del laberinto a nuestra historia
El ataque ocurrió a la vista de periodistas extranjeros, que también testigos del control del terreno de la batalla, como lo estipula Sun Tzu.
Una madre del edificio Chiapas fortuitamente evitó que la gente en su casa fuera tocada por las ráfagas de la "Operación Galeana", pero quedó afectada. Durante mucho tiempo se le vio recorrer los jardines de Tlaltelolco con un lamento profundo:
--¡Han matado a mis hijos! ¡Han matado a mis hijos!
Moría así, el movimiento estudiantil del 68, a tiempo de cumplir los protocolos para la realización de los Juegos Olímpicos que tenían como lema: "Todo es posible en la paz".
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