Álvaro Cepeda Neri
Los calderonistas que (con los foxistas, zedillistas y salinistas) han generado una pobreza masiva para no menos de 60 millones de mexicanos, más 10 millones integrantes de los pueblos indígenas están, de dientes para fuera, muy angustiados por al menos paliar en algo esa desgracia nacional.
Al cuarto para las doce de un sexenio que ya concluyó (y el candidato a la sucesión es el poder tras el trono Genaro García Luna, para ser consecuente con alguien que dirija al Estado Policiaco), sus beneficiarios por los sueldos que cobran, panistas, no de corazón, sino de alma, suponen que con aumentos en impuestos y gravando todo el consumo es decir: con cargo al saqueo a los pobres y las clases medias degradadas, se puede reducir la pobreza, el hambre, las enfermedades y el desempleo.
No hay empleado de la élite burocrática de Calderón (ya que sigue nombrando a puras mediocridades, amigos, cómplices e incondicionales) que no haya salido a defender el indefendible proyecto fiscal, sobre todo el referente al 2 por ciento a todos los bienes y servicios (de por sí en constante alza de precios en el libre mercado del neoliberalismo económico) y con cuya recaudación creen (pues son creyentes de la salvación de sus almas y de que de los pobres es el reino de los cielos) que tendrán recursos para una limosna a la pobreza.
Y en sus intervenciones, Ruiz Mateos (el tonto secretario de Economía y al que le darán el traspaso de lo que sobre de la liquidación de la secretaría de Trismo); Cordero Arroyo (el lobo de la Sedesol); el empedernido fumador, hasta en lugares cerrados y prohibidos, Gómez Mont y no se diga el inflacionario de Carstens, nos amenazan de que si no se aprueba y apoyamos el 2 por ciento, los pobres se morirán de hambre. Cuando ya tenemos lugares del país donde millones de mexicanos agonizan porque apenas si comen una vez al día.
Y mal comen: quesadillas (sin queso, obviamente) de quelites y otras hierbas, con una o dos tazas de café, mientras resisten sus enfermedades hasta que mueren. Y todavía el actuario Cordero Arroyo, declaró que si no se aprueba la salvaje propuesta fiscal de Calderón, muchos mexicanos tendrán que “saltarse una comida”.
Pero no los calderonistas que se hartan en los comedores de sus secretarías o en restaurantes de cinco estrellas con cargo a sus prestaciones o facturando para no pagar impuestos. Y que muchos niños tendrán que salirse de la escuela para trabajar, cuando millones están ya en las calles con sus padres en una economía calderonista sin empleo, sin escuelas (pues las universidades no tienen subsidios o están muy reducidos).
Los calderonistas son un grupo fallido de un gobierno fallido que, entre cinismo y pragmatismo, dicen que la pobreza, el hambre y el desempleo son hechos que sólo se podrían medio resolver, con impuestos a la comida, medicinas y demás servicios y bienes de primera necesidad. Y así menos comerán más de 70 millones de mexicanos. Y se saltarán, no una comida, sino la única que hacen al día.
Los calderonistas que (con los foxistas, zedillistas y salinistas) han generado una pobreza masiva para no menos de 60 millones de mexicanos, más 10 millones integrantes de los pueblos indígenas están, de dientes para fuera, muy angustiados por al menos paliar en algo esa desgracia nacional.
Al cuarto para las doce de un sexenio que ya concluyó (y el candidato a la sucesión es el poder tras el trono Genaro García Luna, para ser consecuente con alguien que dirija al Estado Policiaco), sus beneficiarios por los sueldos que cobran, panistas, no de corazón, sino de alma, suponen que con aumentos en impuestos y gravando todo el consumo es decir: con cargo al saqueo a los pobres y las clases medias degradadas, se puede reducir la pobreza, el hambre, las enfermedades y el desempleo.
No hay empleado de la élite burocrática de Calderón (ya que sigue nombrando a puras mediocridades, amigos, cómplices e incondicionales) que no haya salido a defender el indefendible proyecto fiscal, sobre todo el referente al 2 por ciento a todos los bienes y servicios (de por sí en constante alza de precios en el libre mercado del neoliberalismo económico) y con cuya recaudación creen (pues son creyentes de la salvación de sus almas y de que de los pobres es el reino de los cielos) que tendrán recursos para una limosna a la pobreza.
Y en sus intervenciones, Ruiz Mateos (el tonto secretario de Economía y al que le darán el traspaso de lo que sobre de la liquidación de la secretaría de Trismo); Cordero Arroyo (el lobo de la Sedesol); el empedernido fumador, hasta en lugares cerrados y prohibidos, Gómez Mont y no se diga el inflacionario de Carstens, nos amenazan de que si no se aprueba y apoyamos el 2 por ciento, los pobres se morirán de hambre. Cuando ya tenemos lugares del país donde millones de mexicanos agonizan porque apenas si comen una vez al día.
Y mal comen: quesadillas (sin queso, obviamente) de quelites y otras hierbas, con una o dos tazas de café, mientras resisten sus enfermedades hasta que mueren. Y todavía el actuario Cordero Arroyo, declaró que si no se aprueba la salvaje propuesta fiscal de Calderón, muchos mexicanos tendrán que “saltarse una comida”.
Pero no los calderonistas que se hartan en los comedores de sus secretarías o en restaurantes de cinco estrellas con cargo a sus prestaciones o facturando para no pagar impuestos. Y que muchos niños tendrán que salirse de la escuela para trabajar, cuando millones están ya en las calles con sus padres en una economía calderonista sin empleo, sin escuelas (pues las universidades no tienen subsidios o están muy reducidos).
Los calderonistas son un grupo fallido de un gobierno fallido que, entre cinismo y pragmatismo, dicen que la pobreza, el hambre y el desempleo son hechos que sólo se podrían medio resolver, con impuestos a la comida, medicinas y demás servicios y bienes de primera necesidad. Y así menos comerán más de 70 millones de mexicanos. Y se saltarán, no una comida, sino la única que hacen al día.
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