Álvaro Cepeda Neri
A no pocos les pareció “genial” la maniobra de López Obrador para sacarle la vuelta al nefasto fallo judicial-electoral que anuló la candidatura para delegada en Iztapalapa, en la capital del país, de la perredista Clara Brugada. La maniobra consistió en, al rancio estilo de la Edad Media y algo posterior, hacer jurar al candidato para esa delegación.
Éste fue postulado por el PT, si es que acataban el llamado lópezobradorista de votar por él (que era Rafael Acosta, alias Juanito) después presentaría su licencia ante la Asamblea de Representantes del Distrito Federal (una especie de renuncia anunciada) y los integrantes de este órgano colegiado, con mayoría perredista, lo sustituirían por la señora Brugada. Juanito se hincó ante el “presidente legítimo” quien con la mano izquierda sobre la testa le tomó juramento.
Todo marchó sobre rieles. Juanito arrasó y recibió su constancia de delegado electo para Iztapalapa. Durante todo julio y agosto la ambición empezó a despertarse en Juanito o ya traía su plan con maña, y empezaron los estiras y aflojas, los dimes y diretes entre el ganador y doña Clara Brugada, ambos con sus seguidores.
Y la espada, no del famoso Damocles, sino de Andrés Manuel (¿sabían que éste en realidad, antes de cambiar el orden de sus iniciales, se llamaba: Manuel Andrés López Obrador, lo que daban como iniciales MALO), sobre la cabeza de quien se ha hecho célebre por usar una cinta alrededor de su frente como karateca, con los colores de la bandera mexicana; por asistir a todos los mítines con AMLO y por, finalmente, haber estado dispuesto a “sacrificarse”.
En cuanto Juanito supo del fabuloso sueldo como delegado y demás prestaciones (y sobre todo, asesorado por su hijo, que estudia Ciencias Políticas) empezó a dar muestras de arrepentimiento, llegando a la conclusión de que tiene vida política propia y en lugar de renunciar se “sacrificará” ejerciendo el cargo.
Es una especie de “Frankenstein” (la extraordinaria novela del mito de Frankenstein, de Mary Shelley) que se ha independizado de su “creador” se ha ido por la libre, generando crisis entre el perredismo faccioso, al grado de que ahora no saben qué hacer los lópezobradoristas.
Comedia de las equivocaciones, ha concluido con un aparente “final feliz” para los lopezobradoristas, pero no cabe la menor duda de que las facciones del PRD siguen atrapadas en el más infame tribalismo. Sin doctrina, los perredistas oscilan de López Obrador a “Juanito” pasando por Los Chuchos, mientras el “líder” moral, Cuauhtémoc Cárdenas pone distancia de por medio en un partido de partidos que ya perdieron su oportunidad de alcanzar la Presidencia de la República.
Van derecho a donde va la derecha panista (los extremos se tocan): al desprecio de los ciudadanos que han vuelto su mirada al PRI (éste iría al despeñadero con Peña Nieto), para regresarlo al poder Ejecutivo Federal y de los Estados con todo y sus municipios, ante el fracaso del PAN y la degradación del PRD.
A no pocos les pareció “genial” la maniobra de López Obrador para sacarle la vuelta al nefasto fallo judicial-electoral que anuló la candidatura para delegada en Iztapalapa, en la capital del país, de la perredista Clara Brugada. La maniobra consistió en, al rancio estilo de la Edad Media y algo posterior, hacer jurar al candidato para esa delegación.
Éste fue postulado por el PT, si es que acataban el llamado lópezobradorista de votar por él (que era Rafael Acosta, alias Juanito) después presentaría su licencia ante la Asamblea de Representantes del Distrito Federal (una especie de renuncia anunciada) y los integrantes de este órgano colegiado, con mayoría perredista, lo sustituirían por la señora Brugada. Juanito se hincó ante el “presidente legítimo” quien con la mano izquierda sobre la testa le tomó juramento.
Todo marchó sobre rieles. Juanito arrasó y recibió su constancia de delegado electo para Iztapalapa. Durante todo julio y agosto la ambición empezó a despertarse en Juanito o ya traía su plan con maña, y empezaron los estiras y aflojas, los dimes y diretes entre el ganador y doña Clara Brugada, ambos con sus seguidores.
Y la espada, no del famoso Damocles, sino de Andrés Manuel (¿sabían que éste en realidad, antes de cambiar el orden de sus iniciales, se llamaba: Manuel Andrés López Obrador, lo que daban como iniciales MALO), sobre la cabeza de quien se ha hecho célebre por usar una cinta alrededor de su frente como karateca, con los colores de la bandera mexicana; por asistir a todos los mítines con AMLO y por, finalmente, haber estado dispuesto a “sacrificarse”.
En cuanto Juanito supo del fabuloso sueldo como delegado y demás prestaciones (y sobre todo, asesorado por su hijo, que estudia Ciencias Políticas) empezó a dar muestras de arrepentimiento, llegando a la conclusión de que tiene vida política propia y en lugar de renunciar se “sacrificará” ejerciendo el cargo.
Es una especie de “Frankenstein” (la extraordinaria novela del mito de Frankenstein, de Mary Shelley) que se ha independizado de su “creador” se ha ido por la libre, generando crisis entre el perredismo faccioso, al grado de que ahora no saben qué hacer los lópezobradoristas.
Comedia de las equivocaciones, ha concluido con un aparente “final feliz” para los lopezobradoristas, pero no cabe la menor duda de que las facciones del PRD siguen atrapadas en el más infame tribalismo. Sin doctrina, los perredistas oscilan de López Obrador a “Juanito” pasando por Los Chuchos, mientras el “líder” moral, Cuauhtémoc Cárdenas pone distancia de por medio en un partido de partidos que ya perdieron su oportunidad de alcanzar la Presidencia de la República.
Van derecho a donde va la derecha panista (los extremos se tocan): al desprecio de los ciudadanos que han vuelto su mirada al PRI (éste iría al despeñadero con Peña Nieto), para regresarlo al poder Ejecutivo Federal y de los Estados con todo y sus municipios, ante el fracaso del PAN y la degradación del PRD.
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