Ramón Alfonso Sallard
El Sindicato Mexicano de Electricistas ha sido víctima de una campaña negra desde el poder. La inducción gubernamental ha sido bien orquestada, a tal punto que voces ciertamente independientes, pero inequívocamente reaccionarias, se han sumado a la cruzada.
Así, al SME se le ha culpado de la ineficiencia de Luz y Fuerza del Centro, del mal servicio de la empresa, de los cobros excesivos a los ciudadanos y hasta de gastar 40 mil millones de pesos de subsidio público este año. Como si la organización sindical manejara la compañía.
De los intelectuales orgánicos del régimen, que desde luego tratan de ocultar sin éxito su condición, no se puede esperar otra cosa. Menos de las plumas a sueldo. Pero sí de los académicos y analistas no comprometidos con el gobierno panista. En ese sentido, es lamentable que voces ciudadanas calificadas ignoren la frontera entre opinión y propaganda, y asuman posiciones prejuiciadas y clasistas.
A estas personas les molesta que los electricistas reciban “préstamos de habitación”, “becas escolares”, “desarrollo de facultades artísticas”, “reubicación de plazas laborales” y “primas vacacionales”, entre otros conceptos, y se preguntan: ¿Por qué los partidos apoyan las demandas de trabajadores sindicalizados, pero ignoran los agravios de ciudadanos exprimidos? (Denise Dresser, Reforma).
La pregunta plantea una falsa disyuntiva: una cosa no está reñida con la otra. Bajo la misma lógica de argumentación podía cuestionarse: ¿por qué culpar a los sindicalizados de la situación y no a la dirección de la empresa ni al gobierno? ¿Por qué hablar de privilegios de los trabajadores e ignorar los de la alta burocracia? ¿Por qué creer que merecen menos de lo que ganan y calificar sus logros de “prebendas”? ¿Por qué es más importante, en momentos de crisis, la eficiencia de la empresa en lugar del empleo? ¿Por qué bajarles el switch a los trabajadores y no a al gobierno panista?
Veamos cuáles son las “grandes prebendas”: un albañil, un cajero, un carpintero, un chofer, un pintor o un plomero, ganan unos 4 mil pesos en casi todos lados. En LFC gana 10 mil el albañil, 16 mil el cajero, 8 mil el carpintero, 10 mil el chofer y 8 mil el pintor o plomero (Héctor Aguilar Camín, Milenio).
Estos sueldos “excesivos”, desde luego, no se comparan con los ingresos de la alta burocracia, que gana cifras escandalosas de hasta medio millón de pesos mensuales, sin que la mayoría de estos académicos y analistas que hoy linchan al SME, ponga el grito en el cielo. Para ellos las élites se merecen lo que ganan –aunque tengan sueldos muy superiores a los de cargos similares en países desarrollados--, pero las masas no merecen ingresos que en otras naciones –como por ejemplo en Estados Unidos y Canadá, nuestros socios comerciales—serían paupérrimos.
Lo de siempre: socializar las pérdidas y privatizar las ganancias. Que se siga pagando el subsidio a los banqueros --¿ya olvidaron el Fobaproa?--, pero que se elimine el de Luz y Fuerza del Centro. Que paguen los líderes sindicales que han tenido el atrevimiento de lograr para los suyos prestaciones superiores a las de ley. Y, desde luego, que se jodan más los jodidos.
El Sindicato Mexicano de Electricistas ha sido víctima de una campaña negra desde el poder. La inducción gubernamental ha sido bien orquestada, a tal punto que voces ciertamente independientes, pero inequívocamente reaccionarias, se han sumado a la cruzada.
Así, al SME se le ha culpado de la ineficiencia de Luz y Fuerza del Centro, del mal servicio de la empresa, de los cobros excesivos a los ciudadanos y hasta de gastar 40 mil millones de pesos de subsidio público este año. Como si la organización sindical manejara la compañía.
De los intelectuales orgánicos del régimen, que desde luego tratan de ocultar sin éxito su condición, no se puede esperar otra cosa. Menos de las plumas a sueldo. Pero sí de los académicos y analistas no comprometidos con el gobierno panista. En ese sentido, es lamentable que voces ciudadanas calificadas ignoren la frontera entre opinión y propaganda, y asuman posiciones prejuiciadas y clasistas.
A estas personas les molesta que los electricistas reciban “préstamos de habitación”, “becas escolares”, “desarrollo de facultades artísticas”, “reubicación de plazas laborales” y “primas vacacionales”, entre otros conceptos, y se preguntan: ¿Por qué los partidos apoyan las demandas de trabajadores sindicalizados, pero ignoran los agravios de ciudadanos exprimidos? (Denise Dresser, Reforma).
La pregunta plantea una falsa disyuntiva: una cosa no está reñida con la otra. Bajo la misma lógica de argumentación podía cuestionarse: ¿por qué culpar a los sindicalizados de la situación y no a la dirección de la empresa ni al gobierno? ¿Por qué hablar de privilegios de los trabajadores e ignorar los de la alta burocracia? ¿Por qué creer que merecen menos de lo que ganan y calificar sus logros de “prebendas”? ¿Por qué es más importante, en momentos de crisis, la eficiencia de la empresa en lugar del empleo? ¿Por qué bajarles el switch a los trabajadores y no a al gobierno panista?
Veamos cuáles son las “grandes prebendas”: un albañil, un cajero, un carpintero, un chofer, un pintor o un plomero, ganan unos 4 mil pesos en casi todos lados. En LFC gana 10 mil el albañil, 16 mil el cajero, 8 mil el carpintero, 10 mil el chofer y 8 mil el pintor o plomero (Héctor Aguilar Camín, Milenio).
Estos sueldos “excesivos”, desde luego, no se comparan con los ingresos de la alta burocracia, que gana cifras escandalosas de hasta medio millón de pesos mensuales, sin que la mayoría de estos académicos y analistas que hoy linchan al SME, ponga el grito en el cielo. Para ellos las élites se merecen lo que ganan –aunque tengan sueldos muy superiores a los de cargos similares en países desarrollados--, pero las masas no merecen ingresos que en otras naciones –como por ejemplo en Estados Unidos y Canadá, nuestros socios comerciales—serían paupérrimos.
Lo de siempre: socializar las pérdidas y privatizar las ganancias. Que se siga pagando el subsidio a los banqueros --¿ya olvidaron el Fobaproa?--, pero que se elimine el de Luz y Fuerza del Centro. Que paguen los líderes sindicales que han tenido el atrevimiento de lograr para los suyos prestaciones superiores a las de ley. Y, desde luego, que se jodan más los jodidos.
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