Presidencialismo trasnochado

Eduardo Ibarra Aguirre

Si el aplauso es el alimento del artista, como asegura el lugar común, los gobernantes con todo y ser poco creativos, no parecieran ser la excepción.

La rendición de cuentas ante las cámaras más importantes del país, las televisivas, la mañana del miércoles 2 en Palacio Nacional, mostró a un informante ávido de ovaciones, aunque se las brindaron la elite del gobierno federal y los compañeros de partido, en una reedición del presidencialismo trasnochado que, a las 22 horas, impuso a radioescuchas y televidentes un resumen en cadena nacional, seguramente a cargo del erario.

Acaso también el ansia de trascender unos días más allá del 30 de noviembre de 2012, condujo a Felipe de Jesús Calderón Hinojosa a sorprender con un decálogo para “pasar de la lógica de los cambios posibles, limitados siempre por los cálculos políticos de los actores, a la lógica de los cambios de fondo que nos permitan romper las inercias y construir en verdad nuestro futuro”.

La fraseología fue impecable, también los términos generales para que en el debate y la negociación partidista y legislativa se desbroce el camino para la construcción de los consensos sobre combate a la pobreza, salud, educación, finanzas públicas, energía, telecomunicaciones, laboral, desregulación, seguridad y política electoral.

Sólo que el tardío impulsor de las necesarias reformas –falta definir rumbo y alcance, aunque Porfirio Muñoz Ledo y Lazo de la Vega encontró un tufo neoliberal–, confundió los tiempos políticos y los institucionales de los que es actor central, pero debilitado por los saldos comiciales del 5 de julio, amén de que se acerca a la mitad de un mandato deficitario en legitimidad desde su origen y seguramente no acabará por superar esa imborrable condición. El guanajuatense, por ejemplo, lo subrayó al solicitar la “dimisión formal” durante la sesión de Congreso, ignorada por los canales de televisión abierta que, por el contrario, transmitieron hasta los detalles de la fiesta del titular del Ejecutivo federal.

La toma policiaca y militar del Centro Histórico y el maltrato a cinco legisladores que intentaron ingresar a Palacio Nacional, es otra estampa cotidiana que muestra el abismo entre el decir incluyente y el hacer excluyente, autoritario, del informante que ante el incontenible desempleo mejor se olvidó del compromiso de ser el “gobierno del empleo” y ahora promete: “Estamos decididos a que éste sea el sexenio de la infraestructura”. Y asumió como propias las principales obras que dejó inauguradas –pero no concluidas– Vicente Fox Quesada, como la costosísima terminal 2, el tren Buenavista-Cuautitlán y la presa El Cajón.

“Estarían peor sin mí” fue el hilo conductor de un discurso ayuno en hechos y obras: dos minutos para la educación, tres para la política exterior, cuatro a la política social y 20 para la Guerra que, ante el fracaso, revisó Calderón: “El objeto medular del gobierno es lograr la seguridad pública de los ciudadanos y no única ni principalmente combatir el narcotráfico”.

Para la fiesta presidencial no se reparó en gastos en un país inmerso “en la peor crisis en décadas”, aunque también se anunció “un esfuerzo extraordinario de austeridad”, como parte del decálogo.

La buena nueva para el que se la crea, es que el abogado y economista llama al desastre en que colocó a México, con la misma soberbia que desarmó a su gobierno hace dos años, como “La crisis que acabamos de pasar”.

El que sí pasó, pero lista de presente en Palacio, fue Marcelo Ebrard Causabon, pues la grande bien vale una oportuna negociación con el otrora “ilegítimo”. Mientras que Carlos Navarrete Ruiz y Leonel Godoy Rangel pintaron su raya con toda claridad.

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