JOSÉ GIL OLMOS
Una vez que terminó el ritual del informe presidencial --que el Revolucionario Institucional, si regresa al poder, podría revivir--, Felipe Calderón organizó su propio evento para dar un mensaje que, lamentablemente, refuerza la percepción social de la ausencia de un proyecto de gobierno en los últimos años.
A la mitad de su gestión, Calderón ha llegado a la conclusión de que es hora del cambio para que el país alcance mejores niveles de bienestar. Para ello, lanzó una convocatoria que en realidad debió haber emitido desde hace tres años poniéndose él mismo como ejemplo, pero hizo todo lo contrario y ratificó los viejos vicios, las alianzas con los personajes más representativos de la corrupción, como Elba Esther Gordillo.
Su discurso político parecía más de un candidato que de un Presidente, lo que evidencia la incapacidad que ha tenido de asumir el cargo al que llegó seriamente cuestionado. Quienes pensaron que la ilegitimidad de su triunfo el 2 de julio del 2006 sería olvidada, se equivocaron, pues no se trata de un ejercicio de memoria, sino de poder. Y Calderón no ha podido ejercer el poder como hombre de Estado
Un ejemplo de esta incapacidad de asumirse como jefe del Ejecutivo fue que el panista tuvo que recurrir a los medios de comunicación para dar a conocer, a destiempo, sus propuestas de gobierno. El foro para hacer esto no era un acto a modo en Palacio Nacional, con sus invitados que aplaudían a cualquier énfasis que hacía Calderón en su mensaje. El espacio natural era el Congreso de la Unión, ante los representantes de los partidos políticos y del Poder Judicial.
"Tenemos que cambiar a México. Ante la disyuntiva de administrar lo logrado y de seguir con el impulso de la inercia, o asumir cambios profundos en las instituciones de la vida nacional, claramente me inclino por un cambio sustancial de las mismas con todos los riesgos y todos los costos que ello implica", aseveró al proponer un decálogo de propuestas.
Ni una sola de las propuestas es nueva, son las mismas que lanzó siendo candidato, lo que temprano llamó la atención, pues esto significa que no ha habido ningún avance desde que llegó a Los Pinos.
Combate a la pobreza; cobertura más amplia de salud; educación de calidad; finanzas públicas sanas; lograr una reforma económica de fondo; concretar una reforma en materia de telecomunicaciones; transformar el sector laboral; desarrollar una reforma regulatoria de fondo; fortalecer la lucha frontal contra el crimen, y hacer una reforma política de fondo.
Nada nuevo en el discurso de Calderón en el marco de su tercer informe de gobierno. Salvo que se le olvidó hablar del desempleo, de las ejecuciones extrajudiciales, del aumento en el número de pobres y en el grado de pobreza, de la violación de derechos humanos por parte de elementos del Ejército, de la reducción del poder adquisitivo, de la corrupción oficial y de la violencia cotidiana producto del crecimiento del poder del narcotráfico.
Calderón habló de dejar atrás prejuicios y tabúes que han impedido realizar los cambios estructurales, sin mencionar que fue su partido, el PAN, el que motivó la cultura de la oposición sin propuesta.
El mensaje de Calderón en Palacio Nacional, como en los viejos tiempos del PRI, fue precedido de una agresiva campaña en todos los medios, incluso en los teléfonos particulares y celulares de la población, mediante una empresa que contrató la Presidencia de la República para que hiciera llamadas durante dos días seguidos.
La hora del cambio a la que Calderón convocó es algo necesario, pero tendría que empezar con el propio panista para que deje atrás el viejo presidencialismo y su posición de candidato, y dar paso al trabajo de largo aliento de un jefe de Estado.
Una vez que terminó el ritual del informe presidencial --que el Revolucionario Institucional, si regresa al poder, podría revivir--, Felipe Calderón organizó su propio evento para dar un mensaje que, lamentablemente, refuerza la percepción social de la ausencia de un proyecto de gobierno en los últimos años.
A la mitad de su gestión, Calderón ha llegado a la conclusión de que es hora del cambio para que el país alcance mejores niveles de bienestar. Para ello, lanzó una convocatoria que en realidad debió haber emitido desde hace tres años poniéndose él mismo como ejemplo, pero hizo todo lo contrario y ratificó los viejos vicios, las alianzas con los personajes más representativos de la corrupción, como Elba Esther Gordillo.
Su discurso político parecía más de un candidato que de un Presidente, lo que evidencia la incapacidad que ha tenido de asumir el cargo al que llegó seriamente cuestionado. Quienes pensaron que la ilegitimidad de su triunfo el 2 de julio del 2006 sería olvidada, se equivocaron, pues no se trata de un ejercicio de memoria, sino de poder. Y Calderón no ha podido ejercer el poder como hombre de Estado
Un ejemplo de esta incapacidad de asumirse como jefe del Ejecutivo fue que el panista tuvo que recurrir a los medios de comunicación para dar a conocer, a destiempo, sus propuestas de gobierno. El foro para hacer esto no era un acto a modo en Palacio Nacional, con sus invitados que aplaudían a cualquier énfasis que hacía Calderón en su mensaje. El espacio natural era el Congreso de la Unión, ante los representantes de los partidos políticos y del Poder Judicial.
"Tenemos que cambiar a México. Ante la disyuntiva de administrar lo logrado y de seguir con el impulso de la inercia, o asumir cambios profundos en las instituciones de la vida nacional, claramente me inclino por un cambio sustancial de las mismas con todos los riesgos y todos los costos que ello implica", aseveró al proponer un decálogo de propuestas.
Ni una sola de las propuestas es nueva, son las mismas que lanzó siendo candidato, lo que temprano llamó la atención, pues esto significa que no ha habido ningún avance desde que llegó a Los Pinos.
Combate a la pobreza; cobertura más amplia de salud; educación de calidad; finanzas públicas sanas; lograr una reforma económica de fondo; concretar una reforma en materia de telecomunicaciones; transformar el sector laboral; desarrollar una reforma regulatoria de fondo; fortalecer la lucha frontal contra el crimen, y hacer una reforma política de fondo.
Nada nuevo en el discurso de Calderón en el marco de su tercer informe de gobierno. Salvo que se le olvidó hablar del desempleo, de las ejecuciones extrajudiciales, del aumento en el número de pobres y en el grado de pobreza, de la violación de derechos humanos por parte de elementos del Ejército, de la reducción del poder adquisitivo, de la corrupción oficial y de la violencia cotidiana producto del crecimiento del poder del narcotráfico.
Calderón habló de dejar atrás prejuicios y tabúes que han impedido realizar los cambios estructurales, sin mencionar que fue su partido, el PAN, el que motivó la cultura de la oposición sin propuesta.
El mensaje de Calderón en Palacio Nacional, como en los viejos tiempos del PRI, fue precedido de una agresiva campaña en todos los medios, incluso en los teléfonos particulares y celulares de la población, mediante una empresa que contrató la Presidencia de la República para que hiciera llamadas durante dos días seguidos.
La hora del cambio a la que Calderón convocó es algo necesario, pero tendría que empezar con el propio panista para que deje atrás el viejo presidencialismo y su posición de candidato, y dar paso al trabajo de largo aliento de un jefe de Estado.
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