Rogelio Ramírez de la O
El gobierno hasta ahora manejó las presiones sobre el peso recurriendo a casi 28 mil millones de dólares de las reservas internacionales y de nuevas entradas de divisas desde octubre de 2008 hasta 2009. Pero para mantenerlo donde hoy está, más importante aún ha sido la recesión.
Ésta borró casi de un plumazo el déficit en la cuenta corriente externa (comercio exterior de bienes y servicios, incluyendo servicio de la deuda), pues desplomó las importaciones. El déficit comercial, que en 2008 llegó a 15 mil 725 millones de dólares, en 2009 no alcanzará 10 mil millones. Las importaciones habrán perdido un tercio de su valor de 2008.
Así, a pesar de la caída de las exportaciones de petróleo, el déficit corriente será bajo este año. El gobierno debe sentirse aliviado de no tener este problema adicional, porque así no tiene que usar los créditos externos obtenidos sosteniendo al peso.
Pero eso no elimina el problema de fondo ni mucho menos asegura que el peso seguirá firme en 2010. Por bajo que sea, el déficit en cuenta corriente de 0.8% del PIB que habrá en 2009 sigue siendo muy alto para una economía que se desploma 7%. Para ilustración, en 1998 tuvimos también un déficit de 0.8%, pero la economía creció 4.9%.
O sea que con cualquier recuperación de la demanda interna el déficit aumentaría de nuevo y ya sin petróleo haría más que evidente una gran vulnerabilidad y riesgo.
Una lección que no quedó bien aprendida en México fue que la administración de Carlos Salinas en 1993 sostuvo al peso, primero con un freno a la economía y luego, en 1994, con alto endeudamiento. Pero al final esto sólo retrasó la devaluación. La lección para el actual gobierno es que Salinas no pudo evitar el escarnio público, aun cuando intentó echarle la culpa a Ernesto Zedillo.
Por no tomar las medidas fiscales que eran indispensables en el único momento oportuno, en 2007, ahora el gobierno tiene que proponer aumentar impuestos que causarán más recesión. Así, deja ver que su máxima ambición es impedir el empeoramiento de las cuentas fiscales. Y de paso frena el déficit corriente y mantiene el peso.
Pero hoy esta estrategia es aún más riesgosa que en 1993 porque la recesión es mucho más profunda. Ello hace posible que el peso se caiga no sólo por el déficit corriente. Las recesiones nunca se han llevado bien con las monedas estables, pues el alto y prolongado desempleo erosiona la confianza, como pasó en Argentina en 2001.
Por otra parte, esperar que Estados Unidos se recupere y crezca a tasas altas para que impulse a México no es prudente. El presidente Obama tiene un diagnóstico realista: si el mundo no coopera con los problemas globales (y la débil demanda es el principal), Estados Unidos “no los puede resolver solo”.
Es más, con producción petrolera permanentemente a la baja, en 13.5 por dólar el peso probablemente no sería suficientemente competitivo para impulsar el crecimiento. En ese caso, el ajuste sería basado en fundamentos económicos, como lo fue el de 1995.
Lo mejor que podría hacer hoy el gobierno es dejar que el peso flote libremente y guardar los dólares para causas viables. El mundo ya aprendió una lección de esta crisis global, es decir, que el dólar se puede tornar escaso en periodos prolongados.
La crisis global no ha tenido efectos “temporales” como dice el gobierno. Los más importantes son permanentes. Por eso, ni se puede contar con que Estados Unidos saque a México de la crisis ni con que el peso se encuentre en un nivel sostenible para los ajustes que faltan.
El gobierno hasta ahora manejó las presiones sobre el peso recurriendo a casi 28 mil millones de dólares de las reservas internacionales y de nuevas entradas de divisas desde octubre de 2008 hasta 2009. Pero para mantenerlo donde hoy está, más importante aún ha sido la recesión.
Ésta borró casi de un plumazo el déficit en la cuenta corriente externa (comercio exterior de bienes y servicios, incluyendo servicio de la deuda), pues desplomó las importaciones. El déficit comercial, que en 2008 llegó a 15 mil 725 millones de dólares, en 2009 no alcanzará 10 mil millones. Las importaciones habrán perdido un tercio de su valor de 2008.
Así, a pesar de la caída de las exportaciones de petróleo, el déficit corriente será bajo este año. El gobierno debe sentirse aliviado de no tener este problema adicional, porque así no tiene que usar los créditos externos obtenidos sosteniendo al peso.
Pero eso no elimina el problema de fondo ni mucho menos asegura que el peso seguirá firme en 2010. Por bajo que sea, el déficit en cuenta corriente de 0.8% del PIB que habrá en 2009 sigue siendo muy alto para una economía que se desploma 7%. Para ilustración, en 1998 tuvimos también un déficit de 0.8%, pero la economía creció 4.9%.
O sea que con cualquier recuperación de la demanda interna el déficit aumentaría de nuevo y ya sin petróleo haría más que evidente una gran vulnerabilidad y riesgo.
Una lección que no quedó bien aprendida en México fue que la administración de Carlos Salinas en 1993 sostuvo al peso, primero con un freno a la economía y luego, en 1994, con alto endeudamiento. Pero al final esto sólo retrasó la devaluación. La lección para el actual gobierno es que Salinas no pudo evitar el escarnio público, aun cuando intentó echarle la culpa a Ernesto Zedillo.
Por no tomar las medidas fiscales que eran indispensables en el único momento oportuno, en 2007, ahora el gobierno tiene que proponer aumentar impuestos que causarán más recesión. Así, deja ver que su máxima ambición es impedir el empeoramiento de las cuentas fiscales. Y de paso frena el déficit corriente y mantiene el peso.
Pero hoy esta estrategia es aún más riesgosa que en 1993 porque la recesión es mucho más profunda. Ello hace posible que el peso se caiga no sólo por el déficit corriente. Las recesiones nunca se han llevado bien con las monedas estables, pues el alto y prolongado desempleo erosiona la confianza, como pasó en Argentina en 2001.
Por otra parte, esperar que Estados Unidos se recupere y crezca a tasas altas para que impulse a México no es prudente. El presidente Obama tiene un diagnóstico realista: si el mundo no coopera con los problemas globales (y la débil demanda es el principal), Estados Unidos “no los puede resolver solo”.
Es más, con producción petrolera permanentemente a la baja, en 13.5 por dólar el peso probablemente no sería suficientemente competitivo para impulsar el crecimiento. En ese caso, el ajuste sería basado en fundamentos económicos, como lo fue el de 1995.
Lo mejor que podría hacer hoy el gobierno es dejar que el peso flote libremente y guardar los dólares para causas viables. El mundo ya aprendió una lección de esta crisis global, es decir, que el dólar se puede tornar escaso en periodos prolongados.
La crisis global no ha tenido efectos “temporales” como dice el gobierno. Los más importantes son permanentes. Por eso, ni se puede contar con que Estados Unidos saque a México de la crisis ni con que el peso se encuentre en un nivel sostenible para los ajustes que faltan.
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