Carstens y Calderón: dos caras del mal gobierno

ÁLVARO CEPEDA NERI

No hay día en que el inquilino de Los Pinos no salga a defender, a capa y espada, a los policías de García Luna (y Luis Cárdenas Palomino), a los soldados metidos a policías (los intocables militares) y para decirnos con falso optimismo que, a pesar de la tremenda crisis interna y las oleadas del desastre financiero estadounidense, el país va en camino de la recuperación económica.

Y nos saca el falso reporte de Molinar-IMSS, de no sé cuántos se han dado de alta como “nuevos” empleos. Pero siguen los despidos, el cierre de empresas, baja el consumo, a pesar de lo cual aumentan los precios (aquí falla la mítica “ley de la oferta y la demanda” de Say).

También baja la producción industrial, agrícola, ganadera; se reducen los servicios en restaurantes, centros vacacionales (la industria sin chimeneas... ni a semi-industria llega) y por todas partes la crisis económica se manifiesta con desempleo, miseria y estancamiento.

Pero, el señor Calderón no para de ver las cosas color de rosa, ya que él no paga electricidad, agua (que ya se está dosificando); teléfono, ni gasolina. Él vive como rey, con todos sus gastos pagados.

Y con él el resto de sus empleados tienen choferes, guardaespaldas (más ahora que supuestamente aprehendieron a quien lo amenazó de muerte) y automóviles para ellos, las esposas y los hijos. Casi todo le sale gratis. Mientras los 90 millones de mexicanos andamos “de la ceca a meca” para conseguir dinero y expuestos a constantes aumentos a los alimentos, servicios y transporte.

Y con su voz apagada, como para que no escuchemos, su secretario de Hacienda, Agustín Carstens (que está entre si se va al Banco de México o se regresa al Fondo Monetario, con sus 156 kilos de peso) nos “lee la cartilla” para afirmar todo lo contrario de Calderón y, sostener que la crisis económica es ya un desastre.

Pesimista, don Agustín (que debe comer como Dios manda) dice que ya tenemos un faltante descomunalmente multimillonario y que debemos apretarnos más el cinturón y prepararnos al “¡sálvense, los que puedan!”. Pero el improvisado capitán de la nave estatal: Calderón Hinojosa, ya se montó en su lancha rápida, con los suyos a bordo, y aunque la Nación rema a todo vapor, todo se empieza a hundir.

Tenemos un muy mal gobierno. No hay una política económica, sólo capitalismo salvaje, con su punta de lanza del neoliberalismo; todo a nuestro alrededor se derrumba. Los bancos, apostadores en La Bolsa, multimillonarios e inversionistas de pisa y corre se llevan la riqueza nacional, mientras otros sacan su dinero a paraísos fiscales (entre ellos los narcotraficantes, encabezados por El Chapo Guzmán).

Calderón y Carstens son las dos caras de más de lo mismo, de cuando empezó la crisis económica y política, en 1994, al término del salinismo, la continuación del zedillismo y, el colmo de estas desgracias, cuando Fox y Calderón heredaron el trono sexenal. Calderón ya abandonó la nave estatal. Carstens flota. Y el país se hunde en la catástrofe económica. Y la falta de políticas... y de un político.

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