Las bases

Luis Javier Garrido

El gobierno de Acción Nacional está ahora empeñado, en su debacle, en hacer nuevas concesiones hacia Washington a fin de obtener mayor respaldo del exterior y esto crea un nuevo escenario político en México.

1. La gestión de facto del panista Felipe Calderón ha significado para México un periodo de deterioro generalizado de las condiciones de vida de las mayorías y de pérdida de cuantiosos recursos estratégicos de la nación, impunemente entregados a las multinacionales, pero el aspecto de mayor peligro para el país lo constituye ahora la reacción de ese gobierno ilegítimo, repudiado en las urnas, y que ante las evidencias de su debilidad no encuentra más recurso para prevalecer que hacer nuevas concesiones al exterior sin importarle comprometer seriamente el futuro de los mexicanos.

2. La historia de América Latina nos muestra cómo grupos espurios, como el de Calderón y sus amigos, que no tienen un respaldo social significativo, pueden hacerse del poder o enquistarse en éste al ofrecer a poderes trasnacionales actuar como sus agentes, y el caso de los golpistas de Honduras es muy significativo, pues un grupo de miembros de la clase política sin respaldo popular, apoyados sólo por un ejército leal al Pentágono, se pudo hacer fácilmente del poder desafiando al pueblo.

3. El golpe de Estado en Honduras del 28 de junio, que despojó de la presidencia a Manuel Zelaya, legítimamente electo para ejercer el cargo desde 2006, como ahora se sabe ya sin la menor duda, fue organizado, decidido y respaldado desde la embajada de Estados Unidos en Tegucigalpa por el embajador Hugo Llorens, diplomático formado en Washington por el halcón Elliot Abrams, luego de varias semanas de juntas con miembros de la cúpula empresarial hondureña, que tuvieron lugar en esa sede diplomática, que fueron del conocimiento público y a las que llegó a asistir, incluso como enviado del gobierno de Obama, Thomas Shannon, subsecretario de Estado para América Latina, y contó, por lo mismo, con todo el respaldo de la Casa Blanca.

4. La decisión había sido tomada por el gobierno demócrata de Estados Unidos desde varias semanas atrás de los hechos, a fin de impedir que Zelaya, un intelectual que se había apartado de la línea conservadora del Partido Liberal, profundizara una serie de medidas de transformación social en su país, y sobre todo fortaleciera sus vínculos con los países del continente que han optado por otra línea, agrupándose en la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (Alba), impulsada por el presidente venezolano Hugo Chávez, lo que se hacía más posible de cumplir en un segundo período presidencial. En otras palabras, para que Honduras, que ha sido históricamente el protectorado por excelencia de Estados Unidos en América Central, hecho marcado por la existencia en su territorio de la base militar estadunidense de Palmerola, donde se adiestra a los militares catrachos, se independizara de Washington.

5. El presidente estadunidense Barack Obama no es, por lo tanto, ajeno a los hechos y las evidencias son irrefutables: el golpe de Estado no se habría producido si Obama personalmente no lo hubiera respaldado con toda energía. Quienes sugieren lo contrario asumen algo contrario a la realidad: que el presidente mulato es bien un desentendido de muchos asuntos de su competencia o un pelele de los halcones estadunidenses, que sólo busca hacer relaciones públicas en el mundo mientras éstos siguen tomando impunemente todo tipo de decisiones, por lo que las supuestas dudas de Washington sólo serían evidencias de una tensión interna en las altas esferas del nuevo gobierno: un absurdo.

6. Las políticas estadunidenses hacia América Latina en el escenario de la crisis global actual son en realidad más imperiales que nunca, y esto parece olvidarse. La llegada de Obama a la Casa Blanca significó una vasta operación de propaganda para lavar la imagen de la presidencia estadunidense, que había sido manchada, como en pocos casos, por las acciones del genocida George W. Bush, a fin de presentar al nuevo gobernante como un demócrata interesado en los derechos humanos y la ecología, pero de ninguna manera pudo ser interpretada como un cambio en las políticas imperiales de Washington hacia América Latina. Si el ex embajador John Dimitri Negroponte tuvo un peso en la organización del golpe fue porque Obama así lo quiso, y él sigue siendo el principal responsable de lo que acontece.

7. El estilo personal de gobernar ha cambiado en Washington, pero las políticas son las mismas, y mientras Obama hipócritamente se asume como un demócrata, en los hechos su gobierno se endurece cada vez más: las guerras en Afganistán e Irak son cada día más sangrientas, las amenazas prosiguen frente a Corea del Norte e Irán, y en cuanto a América Latina nada ha cambiado. El hombre de la Casa Blanca aparece como distante de las políticas más repugnantes de su gobierno y procura no involucrarse directamente en ellas, dedicándose a forjarse una imagen diferente de la de Bush, apapachando a negros y latinos: empeñado en cambiar las formas para que en el fondo nada cambie. Eso explica que hace tres meses, en la Cumbre de Trinidad, se comportara como un actor.

8. La decisión del presidente colombiano Álvaro Uribe de doblegarse, una vez más, ante Washington y autorizar al gobierno estadunidense el establecimiento de siete bases militares en territorio colombiano, que suponen tres instalaciones aéreas, dos de tierra y dos navales (La Jornada, 5/8/09), constituye en este contexto más que un error político, un crimen contra los pueblos de América Latina. Mucho más grave al haberse ahondado la crisis que hay en el continente por la brutalidad con la que se insiste en la imposición del modelo económico neoliberal ya fracasado y la decisión que se está tomando de crear estados policiales para aplastar el descontento popular, como se está haciendo en Colombia y en México. Las bases no son “un resquicio de la guerra fría”, como pretende Marco Aurelio García, principal asesor de Lula en asuntos externos, sino una necesidad para el proyecto monetarista actual.

9. El peligro para México es, pues, muy grande, ya que hay signos de que el actual gobierno de facto, que no tiene legitimidad alguna para seguir en el cargo y sólo se sostiene por la fuerza militar y el poderío de desinformación de los medios, sigue obcecado en militarizar el país para garantizar a los poderes trasnacionales la consecución de su proyecto y en entregar el control de las fuerzas armadas mexicanas a Washington, sin que el Congreso ni la Suprema Corte de Justicia de la Nación intervengan.

10. La vía del continente es otra: en todos los pueblos se sigue luchando por alcanzarla, y ésa debe ser la de México, luego de estos años de depredación.

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